miércoles, 28 de marzo de 2018

Blanca palidez




Paseaba por mi ciudad, y observaba a la gente que me iba encontrando a lo largo de mi recorrido. Vecinos conocidos del barrio y con cierto trato, asiduos y respetables, tan solo reconocidas por verlas a menudo por mis calles, a lo largo de mis etapas de vida.

Todas ellas, en su mundo y con sus diferencias. Comparando mis impulsos con los que veía alrededor de mi persona y procurando no colisionar con esos otros que andan escribiendo distraídos.
Leyendo los mensajes recibidos desde las aplicaciones de su teléfono, sin prestar atención a aquello que debieran, tropezándose casi;—por no ir en lo que van— con quien pasea por las aceras atendiendo al tránsito y al cuidado de todo aquello que puede suceder.
Estos despistados sin embargo cada día son más.

Siguen sin atender a las repercusiones al circular por sus caminos más usados.
Esas confluencias con los semáforos que controlan las calles.
Despistados en las esquinas, precisamente por la obsesión de contestar sus mensajes, sin darle importancia absolutamente a nada.
Sin atender incluso a las advertencias que los viandantes les dirigen para que corrijan sus aptitudes, sobre todo cuando llegan a los pasos de cebra—que no respetan—. Con el peligro que eso comporta.

Cuando más ensimismado iba, riendo entre dientes y sumergido en todos los problemas que a diario resuelvo. Allí a lo lejos la he reconocido, que me esperaba.
Se ha parado en la esquina de La Plana, con Anselmo Clavé.
Esperando confiada en que llegaba; parada y mirándome con retentiva. Es ella—he pensado, le ocurrirá alguna cosa urgente, querrá contarme lo último— y lo he asumido.
A renglón seguido he elucubrado, que algo no estaba dentro de la normalidad ¡Es Lola!
Una mujer muy atenta y educada. Una persona con sentido de la realidad y sobre todo sincera—.Así la he considerado siempre.

La conozco desde hace unos años, coincidíamos en el Ateneo los domingos por la tarde.
Ella con su marido del brazo siempre, esperando aquella canción —del "Heat Parade" de los años entre sesenta y ochenta—, para saltar a la pista y recorrerla disfrutando y riendo, con aquella música que sin dudar debiera evocarle sus buenos tiempos, sin olvidar además; la danza popular de Don Bernardino. Partitura que se baila, cambiando de parejas, a cada tres o cuatro secuencias cantadas. En la que dejas a tu "partenaire", para agarrarte a la bailarina que está a su izquierda. Disfrutando y siendo feliz.

Se quedó viuda; no hace más de tres años. Una enfermedad nefasta se llevó a Clemente por delante sin más. En poco menos de medio año.
Las buenas personas se recuerdan porque siempre dejan cierto poso, que de buenas a primeras, te vienen al recuerdo, como inundando tu pensar, por este o aquel motivo, que son imperceptibles y jamás siendo un deseo preparado.

Al llegar a su altura, la saludé—con dos besos— como tengo costumbre hacer con las personas a las que respeto cuando las encuentro súbitamente, o que haga tiempo trato.

—Hola Lola, como te encuentras, que tal todo—pregunté abordándola.
—No demasiado bien—y quedó callada mirándome, diciéndome, sin palabras, algo que no era capaz de descubrir. Al observar que me había quedado bloqueado, siguió argumentando con una onomatopeya—  ¡Mal!— y dejo caer el recado— ¡Me han detectado un cáncer!

El mundo se me vino abajo, lo noté enseguida, queriéndome recuperar sobre la marcha para quitarle enjundia pero; sin duda la emoción hizo que mis ojos brillaran más de la cuenta, tras los cristales de aumento que uso.
—Que fuerte, Lola. No me digas ¡Por Dios!—Me quedé sin vocablos. No sabía donde mirar, qué hacer. Hubiese sido un buen momento para que la tierra me tragara.






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