jueves, 27 de abril de 2017

Recordando un Golpe.



El calendario marcaba el 23 de febrero del año 1981. Era un día mordido por el mal tiempo, fresco y lluvias, amaneció para perdurar durante toda la jornada. En casa del Licenciado Ortuño, un especialista programador de informática, las cosas no iban del todo bien.
Se habían complicado la última semana, con unas cosas y otras y hacían que la travesía de aquella quincena fuera de las pesadas. Habían operado a su padre, el día anterior y las esperas, las idas y venidas y demás ayudaban a que todo se desorbitara. Además del cargo de su padre, tenia el de la madre, que se había instalado unas fechas en la casa del hijo por no estar sola, y a todo lo demás se le sumaba la circunstancia que esa misma noche comenzaba con la rotación nocturna, a modo de establecer un tercer recurso en la empresa donde trabajaba y aprovechar la sinergia, de la maquinaria las veinticuatro horas.
Su padre, un hombre raro y desconfiado, ya mayor, que le detectaron de buenas a primeras un quiste en el pecho y los doctores decidieron extirparlo, ahora ya recuperándose esperaba en el hospital de Sant Gervasi, sin repercusiones. La madre, una mujer sosa, que nunca decía lo que sentía y siempre llevaba aquel estigma, de molestar a cada momento y por todo, con lo cual no eran personas demasiados abiertas ni tampoco generosas en el sentido de la ayuda, o del apoyo.
En aquella casa, además de la rutina familiar, del matrimonio de Ortuño, con su mujer y sus dos hijos, se le sumó un ente mas al que se le había de hacer absolutamente todo, desde ponerle el desayuno hasta quitar las migas de la mesa, antes de recoger la cena; porque la gran mamá, era de las que ni se meneaba.
Así que la esposa de Ortuño, llevaba más carga de la habitual, con la operación del suegro, atención a los dos niños en edades infantiles, que se les tenía que hacer absolutamente todo, además de lavarlos para ir a dormir. Procurar que cenaran con la tutela de la mamá y un poco de juego con la abuela, hasta que llegara en la programación de televisión, aquella marca característica del anuncio, que todos los chiquillos esperaban para despedirse de los mayores y quedar descansando en sus dormitorios.
Con melodía incluida y muy popular de: “Vamos a la cama, que hay que descansar” que aún deben estar en las memorias de muchos de los habitantes de esta zona.
El telediario de las nueve de la noche del 21 de febrero, no arrancaba, y parecía según las noticias, que se habían difundido durante la tarde, que el Ejército andaba revuelto, o alguna cosa rara poco propicia, se estaba dando en aquellos instantes, en los que aquella familia ya cenaba, con tranquilidad, y con la sorpresa de no tener las noticias al abasto, como era habitual todas las noches.
En aquella vivienda, todo estaba controlado y había llegado la hora de partir para el trabajo, así que Ortuño, fue a la habitación de sus nenes y les besó como cada noche. Se despidió de la madre, y de la esposa para salir en busca del auto, que le llevaría a las dependencias del trabajo, ya sin pensar más qué; en lo que se le venia encima, por tener que hacer a partir de entonces y por un periodo de quince laborables, su trabajo en las horas nocturnas.
Raramente no había tráfico rodado apenas, siendo un lunes de trasiego, normalizado del segundo mes del año ochenta y uno. En la radio del vehículo, pudo cerciorarse de lo que intuía desde hacia un par de horas. Un convoy de guardias había asaltado el Parlamento y todos lo políticos estaban retenidos sin poder salir de aquellas dependencias.
Cuando llegó a las instalaciones de su empresa, su compañero de tareas Manolo le esperaba medio muerto de miedo, un hombre con poca valentía natural, con muchos gramos de cobardía personal, recién casado y este; en vez de dejar a su mujer, en casa con la suegra, los niños, la tele y demás. Quedaba sola, sin nadie con quien hablar, defenderse, o cenar. Sin saber a donde iban a llegar aquellas muestras de fuerza que se daban en el país.
El transistor de radio, transmitiría toda la velada, fue el protagonista de la noche. En nuestro Departamento de Operaciones, el amplio Centro de Cálculo, sufría de los mismos rigores de siempre, un alto grado en decibelios, producidos por los equipos de aquellas altas y grandes bandas magnéticas, la lectora de tarjetas perforadas, la perforadora de datos, impresoras de velocidades altas y aquellos discos magnéticos, que no paraban de rotar en ningún momento. Mucho ruido en la sala del Ordenador IBM 360 de la serie alta, estaba ejecutando un proceso combinado de ventas y compras, con resultados de los porcentajes de cada vendedor de la empresa, el que en condiciones normales tenía una duración de unas cinco horas aproximadamente, teniendo que a posteriori, imprimir unos listados interminables en papel pautado, que sería la conclusión definitiva del trabajo de aquella noche, en lo profesional.
Pronto empezaron los tiros y los apretujones en el Parlamento, amenazas de tanques por las calles de Valencia, y muchos paisanos preparando las maletas para huir de la quema, estaban dispuestos. Nervios entre los partidos políticos y sus gentes, llamadas a todo trapo desde Madrid, a los cuarteles de la Legión, a los cuerpos de seguridad del Estado, a todo Quisque.
Se le denominó aquella confusión “la noche de los transistores”
Manolo, estaba cagado, no es que Ortuño no tuviera aquel resquemor por la incertidumbre, que a la postre era también un miedo generoso, pero su compañero, comenzó a temblar y lo primero que hizo cuando llegaron las diez y treinta y tres fue comerse su bocadillo, fuera de la sala de procesos y seguir la escucha de los acontecimientos, que les suministraba aquel transistor Philips modelo 611, que poseían.
Manolo Honijesa__, todos le conocían en la empresa__ no es que fuera un trabajador comprometido con sus obligaciones, un productor de los de quitate el sombrero y, a la primera excusa, salia de sala a descansar o a camuflarse, con los envites del periódico Sport o Marca, pero aquella noche se pasó tres pueblos. Cuando entró en la sala de Cálculos y le dijo a su compañero de turno, que se marchaba, que su mujer le esperaba con el hatillo hecho para huir al extranjero.
Le dejó patidifuso, no sabiendo si entender lo que quería aclarar o fuera otra de las muchas exageraciones inventadas y mentirosas de su cosecha.
El motivo de la deserción de aquella noche __ le dijo el señor Honijesa fue __, que en su población de residencia, ya iban casa por casa buscando valores inmobiliarios, escrituras y dinero, para las causas de un partido que se había erigido leader, de todo aquel chocho y que Manolo se había inventado para no trabajar y marcharse.
Han pasado treinta y seis años, de todo aquello, que por suerte y gracias a Dios, acabó bastante bien, sin apenas daños materiales y pocas victimas relativas al susto. Manolo Honijesa, como Ortuño, están jubilados los dos.
El primero sigue con sus miedos y mentiras. Aquella noche se libró de su responsabilidad dejando solo al compañero Ortuño defendiendo el trabajo, que debía ser de los dos. Su vida ha sido desnaturalizada y cuando en el bar salía la conversación de aquella noche del “23F” 23 Febrero. Era uno de los que salvó la situación, al compañero y las instalaciones de la empresa.
Ortuño, jamás quiso explicar el por qué de la ausencia de Manolo, ni de lo que aquella noche sufrió, sólo atendiendo todo un turno no fácil de trabajo y en cuanto a los sucesos, tampoco es que se haya desabrochado la boca, para explicar su punto de vista. Aquellos niños son adultos y va recordando cada 23 de febrero, aquellas connotaciones ya obsoletas.











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