viernes, 12 de agosto de 2016

El w.c cósmico_oraciones antes del folleteo



Viene de la entrega anterior:
Vuelve a quererme como ayer



Glenda Romero se las había arreglado con el clérigo Alejandro Pérez que ayudado por los dos eclesiásticos que habían escoltado a su mentor; esperaba departir de forma romántica con aquel presbítero de la Congregación, que estaba totalmente roto por la sesión de sexo que había presenciado en su butaca. Ella, la precisa Glenda estaba dispuesta a rematar su quehacer, haciéndole disfrutar al capellán de un rato privado y conyugal con su cuerpazo.

Tras la presentación en el Gallo, de aquellos equipos sorprendentes, que dejaron al amigo Alejandro mas tibio que una fiebre incipiente, lo buscó y pudo enredarle con sus triquiñuelas. Ya no por la tecnología presentada, si no, más bien por los meneos y estampas de los actores, que se habían despelotado y enseñado sus explosivas vergüenzas al gran público, recogiendo ellos, los capellanes parte de ese divertimento disfrutándolo desde lejos.

De aquel modo, y por la mano mágica de Clara, que nunca se dejaba ver, pero siempre estaba detrás de las acciones, fue más o menos seducido el ungido que por costumbre, no tenía aquellos desfiles pornográficos. Estando a punto de caramelo para sufrir una proposición como la que la gata de Tacna, le proporcionaba.
El lugar para la actuación estuvo abarrotado por los invitados y por las personalidades y una vez concluyó la demostración, el personal comenzó a abandonar el espacio, sin demasiado orden, y a pesar de la experiencia de los guardaespaldas o ayudantes de las personalidades presentes, hubo algo de precipitación y de lío, para poder abandonar las dependencias dentro de un precepto establecido.
Aquellos sacerdotes, ayudados por la vigilancia supieron sortear a la gente y autoridades que le acompañaban y darles excusa bondadosa de retornar con urgencia a su convento y quedar con el mismísimo dios en oración de penitencia. 

Con la autoridad de un sumiso confesor, supo escabullirse del lugar del ensayo disimuladamente motorizado y en los suburbios de la ciudad, el propio séquito del clérigo dar el cambiazo de coche.

El sagaz Alejandro, descendió del vehículo, y despidió a su séquito, para ir dando un pequeño rodeo por aquella amplia acera del Boulevard hasta encontrar el Mercedes Benz de la persona que lo esperaba, en el lugar que previamente habían acordado.
Solo sin ayudantes, sin alzacuellos, con unas lentes de sol opacas y muy vigoroso dio un paseo hasta llegar a la altura de Glenda Romero, que le esperaba acompañada de la persona que bahía planificado aquel encuentro, y que ciertamente iba a encargarse de que aquella cita fuese totalmente privada sin luces ni taquígrafos en un restaurante muy escondido que ya estaba preparado por el contacto seguro de Fulgencio en Managua. Clara Delgarro.

Otra dinamista dedicada a labores externas ahora temporalmente a las órdenes de Glenda en un discreto hotel en los aledaños de la capital, muy a las afueras del perímetro ciudadano managüense, para evitar que nadie pudiera detectarlos ni molestarles.
La señorita Delgarro, siempre en tareas de servicios básicos; ahora en Nicaragua, asesoraba y pertrechaba a la señora Romero, esperando siempre cumplir con los deseos de la esposa de su jefe. Clara, era un contacto de los esposos Fulgencio y Glenda, definida desde hacía unos meses, para la preparación del nuevo negocio que se les presentaba con forma de wáter closet y todo fuera un éxito.

Proveniente de la Asociación de las Madres Pías, en Managua, por aquello del disimulo y el recato, que previamente había preparado toda la estrategia para que Glenda se encontrarse privadamente con el ungido y además proveer y reservar, viajes, encuentros, silencios y por supuesto el lugar donde iban a follar la esposa y el presbítero.
Encuentro, donde Alejandro satisfaría su necesidad funcional y sus fetiches más escondidos, dándole caza a Glenda encima de la cama, o debajo a cambio de unas firmas para la distribución de todos los equipos cósmicos, en seminarios, escuelas mayores, conventos, colegios y demás necesidades de la orden. 
El Mercedes no iba conducido por precisamente Sócrates, aquel chofer que en Tacna les había llevado discretamente hasta la suite de los Caudillos, ni tampoco contaba con el amparo de Meche, el fiel camarero servidor. Aquí tenía que organizarse con Clara para poder atar sus negocios a costa de lo que fuere.

Fulgencio confiaba en su esposa, y en Clara, para que entre las dos mujeres camelaran al capellán y quedaran firmados y rubricados ciertos documentos y precontratos en aquel hotelito distinguido y reservado de los suburbios de la capital Centro Americana.

Pronto subía el vehículo por una alameda, repleta de bejucos preciosos, las llamadas Araucarias autóctonas, parecidas a los enhiestos piñoneros de Europa, pero con los brazos batientes, de hojas perennes hacia el suelo.
Pocas personas sabían que al final de aquella vereda se encontraba el albergue Monte Perdido, exclusivo para clientes de cartera potente, políticos y empresarios de grandes y significadas empresas con tarjetas de crédito sin límites.
Al llegar la comitiva les esperaba en recepción un reducido número de sirvientes que, a las instrucciones de la mismísima Clara, que lo tenía todo súper prevenido, y sin tener que pasar siquiera por la recepción subieron al reservado preferencial del reservado de élite, en el Monte Perdido, desde un montacargas que los recibió a pie de coche.
Un departamento muy moderno y funcional, provisto de sala de estar, hall amplísimo y living, tres baños completos, una suite alcoba, un reservado con maquinaria sensual, fucking machines y accesorios para practicar el sexo de maneras diferentes, con violencia y fanatismo tipo masoca.

Practicas preferidas por el presbítero Alejandro Pérez Martínez, que se disponía a llevarlo a cabo en cuanto la guapa y enérgica Glenda Romero, que pronto comenzaría la sesión de despelote, para liarse en prendas de cuero atendiera al despiadado confesor.
Clara y Glenda en las dependencias ya habían pertrechado lo necesario, incluyendo cámaras de video, por si en el futuro fuere necesario usar aquellas filmaciones y Glenda con sus chicas Bombón, muy desnudas, ya se preparaba a despojarse de la ropa, para colocarse los atuendos de cuero, con los que se tocan las damas que practican el llamado _ (“Bdsm”), _ abreviaturas y símbolos que describen las prácticas de sexualidad no convencionales.
La subcultura específica que está estrechamente asociada con el mundo Leather. O sea, un arte subterráneo placentero en las diversiones enseñadas por los cánones del Marques de Sade, ciencia del cosmos sadomasoquista.

Aquel tipo, el abate que se dedicaba a confesar y a dar sermones a sus feligreses, desde el púlpito de la catedral, tenía vicios ardientes y vehementes, que disimulaba de forma discreta e inconfesable a sus colegas de la curia romana. Siendo entre colegas y devotos, a todas luces un estandarte a seguir, un acólito estupendo del obispo y un claro protagonista a llegar con un cargo indeterminado al Vaticano en poco tiempo.

Glenda ya se había disfrazado de gata arisca, y trataba de poner en cintura a Alejandro, que no podía lucir tras el azote de ninguna lesión ni siquiera moratón, por lo que le indicó que tendría que atizarle con mucho cariño y sin dañarlo en sus escondidas ordinarieces.
Un rufián de cuidado que tenía incluso problemas para empalmarse de forma natural, por la gran cantidad de medicamentos toscos que tragaba, para mal llevar aquel cuerpo sandunguero.
La guapa peruana, empachada de tanta mierda y harta de esperar a que acabase sus oraciones antes de comenzar la sesión de folleteo, le incitó a quitarse la ropa y con mucha paciencia y la luz tenue consiguió dejar en pelotas al viscoso predicador.
Dejando al curita en bolas, totalmente al amparo de aquel mujerío preparado para hacerle ver las estrellas del paraíso terrenal. Al mismísimo Judas Iscariote y a la desahuciada María la Magdalena que aún sigue tostándose al calor de las hogueras Luciféricas.

El cobarde y vicioso abate, ya estaba con el rabito al aire, muy distinguido con un chaleco y unos taparrabos que solo permitían ver el diminuto tamaño del penoso pene del confesor. Un rábano de hortaliza roja, una polla de juguete, que daba risa y más que órgano reproductor, parecía un pito de cacharrería.

El párroco disfrutaba y gozaba entre aquellos apretujones, aquellas barbaries hechas con el látigo de cuero, hasta que paró en seco la tragedia Glenda, para sentarlo en una silla de madera, fuerte y robusta frente a una mesa iluminada por una lámpara cenital que pendía desde el techo, iluminando un escaso perímetro, donde yacían unos pliegues de documentos que el servidor del cielo firmó, tras dos guantazos recibidos de manos de la gatuna Glenda, a penas sin darse cuenta y con el encanto de un perro faldero.

A partir de ese instante, la Madame del látigo, conseguido lo que pretendía se retiró disimuladamente dando órdenes a sus señoritas acompañantes para que atendieran a Alejandro en sus necesidades de sexo.
Especialistas del meneo, artistas que dominan el _ Bondage Disciplina Dominación Sumisión Masoquismo_, conocido por _BDSM_ y su particular servicio auxiliar de beneficio, estaban allí para satisfacer a Alejandro, todos ellos contratados y preparados por la señorita Delgarro.
Eran masajistas especializados en meneos morbosos, entrenadores sensuales a contrata y conocedores de todo el sub mundo de prostitución establecido, que serían los que ciegos y mudos, por confidencialidad, servirían al presbítero a llegar al éxtasis integral y a correrse como un pajarillo.

Aquellas mujeres abanderadas, con unas argollas plateadas y circulares en la punta de sus pezones incrustadas en unos pechos robustos y unos brazos excesivamente trabajados y poco femeninos, con tipo de auténticas protagonistas del vicio en una película del espacio, siguieron a trastearlo según criterios dados por la Madame Glenda.
El espectáculo era primoroso y se ejecutaba, según lo acordado. Lo sabían de antemano, poner al confesor de la inquisición moderna, mirando al cielo. Intentando se derritiera cuanto antes, con la garantía de dejarlo como un cerdo antes del degüello.
No era un hombre con poderío físico, ni de costumbres mundanas, duró menos tiempo tieso y empalmado que un helado fuera del frigo.

No dio lugar a azotarlo demasiado al meapilas, eyaculó en cuanto quisieron las cortesanas del cachondeo, pero lo adularon para hacerle creer que era un recio y potente machote hasta que cayó sobre la gran colcha dorada, en un sueño profundo.
No sin antes, haber conseguido retirar de aquel cubil, multitud de contratos signados para establecer la distribución del wáter cósmico, a la totalidad de la curia del país, incluyendo todo el beneficio acostumbrado que Fulgencio, sacaba de aquellos encuentros.





TO BE CONTINUED



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