jueves, 23 de julio de 2015

Venimos a contar mentiras


Érase una vez en un país imaginario, donde las alegrías se veían muy destacadas, y los enredos muy feos, donde las gentes educadas sobresalían sobre las que adolecían de esta virtud, y lo bonito de las personas se dibujaba al trasluz, como si se tratara de una película exquisita. 

A pesar que la verdad es tan complicada, pues se iba sobrellevando, no sin ciertas dificultades en aquel grupo de conocidos, amigos otros, vecinos algunos y paisanos los menos.
Se juntaron que no revolvieron en un gran avión en viaje de placer para pasarlo en grande, iniciando una salida vacacional no inferior a tres días. Con destino al pueblo de los elegidos.
Tras diez horas de vuelo surcaron Europa del norte llegando a rozar el continente asiático.
Para disfrutar cada uno de ellos de su verano particular, de la vida y de las alegrías personales y ajenas.


Aquella mañana despertó con muchos grados en el termómetro, lo que significaba que el sueño de la noche anterior habría sido sin duda, dificultoso. Todo indicaba que su dormir no había sido normal, porque no quería llegar tarde a la hora del embarque.
Los turistas todos se presentaban para llegar al punto de recogida más cercano, a su hora y dando tiempo a que los organizadores pudieran completar el inicio del deseado viaje.
Para transportarlos a todos al aeropuerto de Castellón que iniciaba su periplo, tras haber estado cerrado tras su inauguración, sin viajes de salidas ni llegadas. ¡Por fin! Se abría aquella majestuosa instalación aeroportuaria.
Tras el mayúsculo gasto que habían realizado aquellos que imaginaban que la burbuja seguiría llenándole los bolsillos y recuperarían con creces la inversión de aquellas obras faraónicas.

Allí en la esquina de la plaza, donde confluye la calle Avenida de San Antón, con la plaza Catalejos, la gente se saludaba dándose unos abrazos ensayados, carentes del verdadero cariño, faltos de toda realidad y falsos a todas luces.
Regalando  achuches de bienvenida, besando en los mofletes, para darse los buenos días y para que se viera claramente cuanta alegría genera aquel acto de madrugar y esperar a un transporte que les llevará donde tenían pactado. 

Otros más comedidos y menos artistas, muchísimo menos actores, más prudentes y sinceros; pues eso, se saludaban sin estridencias ni disgusto. Manteniendo la educación y no dispensando embustes, ni reproches al que no estaba presente.
¡Vamos lo que suelen hacer algunos, que se creen que no les conocemos!

Alrededor de aquella famosa plaza quedaron, como siempre alborotando y exagerando entre ellos de las cosas más vulgares que uno puede llegar a imaginar.
Hasta que llegó el transporte y ascendieron cada cual a sus asientos.
Las plazas vacías que esperaban se irían ocupando a medida que el vehículo fuera coleteando por las calles de la villa, recogiendo a la gente.

Todos los viajeros con ganas de partir cuanto antes, como si la prisa sandunguera les fuera a impedir aquel sueño atrasado que soportaban. Eso ¡Sí!, con ganas de pasarlo bien todo el mundo.

Como está escrito en los anales de los libros de educación, simplemente cumpliendo las normas básicas del comportamiento fraternal, que permítanme decirles con todos mis respetos, algunos no las conocen, y lo peor es que no están interesados en aprenderlas.
La excusa para ellos, puede ser que ya en sus casas sus educadores, no se las inculcaron y por la falta de conocimiento, algunas personas se portan como verdaderas fieras.

El gran transporte especial, fue recibiendo paulatinamente al grupo de viajeros de otros enclaves, todos fueron acomodándose en sus espacios y sujetándose los estómagos con aquel cinturón de seguridad que instalados ahora poseen las cada vez más estrechas plazas de los autocares.

El motor se notaba que ya comenzaba a trabajar y que a la par que ascendían turistas, más fuerza sacaba de aquellos caballos sobrantes  de potencia que la física quántica escondía.

Un gran y precioso bus turístico, con sus cortinas azules de blonda en las ventanas para evitar las durezas del sol, cerraban las grandes cristaleras del convoy. Que en su mejor disposición se componía inclusive de lavabos para facilitar a las personas incontinentes, por aquellas prisas que a veces se generan tras la toma de los fármacos, de las famosas pastillas de la tensión, que obligan a ir a miccionar sin falta, aunque sean dos gotas las que eches al excusado. Todo estaba previsto. 

El recorrido y la recepción de los clientes iban de maravilla, hasta llegar al último punto de servicio, cuando el organizador, notó que faltaban dos usuarios.

Y ¿cómo es eso? Faltan dos de la lista de origen.
¡Vamos a repasar quien falta!

No tardaron demasiado en averiguar quiénes eran los ausentes.
Pensaron todos, pues claro, ¿Quiénes podrían ser? Los que hacían retrasar la partida y obligar al gran bus turístico a dar marcha atrás, para recibirlos como si fueran reyes o marqueses.

¡Pues quien serían! _ pensaban los distraídos. ¡Quienes podían ser!

Eran los más graciosos_ según ellos_, y admirados por todos los amigachos de su grupo. Por las palabrotas que decían, porque de todo sacaban guasa y se mofaban de quien se les ponía por delante. Siempre para mofarse, jamás para tener una comprensión.
_ criticaban al señor del bastón_, el que padecía de una poliomielitis, O a la señora Manuela_, que la encontraban gruesa. Y no digamos a la señora Micaela, la que canta tarantelas y flamenco pop, a ella la ponían a caer de un burro y eso que ella a poco que pudiera les hacia el “paripé” más amplio.

De todos los viajeros de aquel del bus, eran los que se pasan las normas de urbanidad por el forro de los caprichos y aquellos que únicamente piensan en estar bien ellos, comer ellos, bailar ellos y molestar ¡Ellos!

A los demás que los zurzan. Aunque el resto de la comitiva habían madrugado para hacer el viaje sin prisas y sin hacer esperar a los amigos y compañeros.
Ellos los rezagados; pues tenían que tomarse un café tranquilamente y así demoraron la partida.
Claro que los comentarios que utilizaron los infractores de la puntualidad; para excusarse y demostrar que había sido un lapsus, fue: teníamos que tomarnos un café, tampoco viene de un minuto.
Todo el mundo cerró el pico por prudencia y decoro, y al ocupar sus plazas en la parte trasera del convoy, se desató una especie de grosería flotante que no se acabó en todo el viaje.

Recordaba aquella gran película titulada_: con ellos llegó el escándalo. El griterío, los malos modos, los gestos soeces les divertían a todo aquel grupeto.

El autocar era tan sumamente cómodo que incluso, no hubo que hacer cambio de vehículo. Subieron el autocar  con pasajeros incluidos al Airbus, para que después, cada cual bajara de su plaza y fuera a sentarse en la parte turista del avión, ayudados ya por las azafatas de la compañía aérea.

Cuando se llegó al destino, a la hora de aterrizar. Antes de que el Airbus tomara tierra, los dos pasajeros nerviosos_ aquellos que habían retrasado la partida_ Los que se tomaban el café y formaron la de Dios, a la hora de la recogida, pues saltaron al pasillo de la nave, con un apremio manifiesto y tan urgente como para mandarles a ellos a donde pican los pollos.
Cojonazos los suyos.
¡Tenían pipí! y corrían por el pasillo, aguantándose sus partes bajas, como amenazando a todo el mundo_ ¡Mira que me meo aquí mismo!

Las azafatas locas por el viaje que les habían regalado los dos impresentables, aquellos ejemplos de la educación exquisita, fueron en su ayuda de mala gana, indicándoles peyorativamente que el avión aterrizaba y debían tomar asiento, aunque se mearan encima, hasta que el aparato estuviese parado, ya en la terminal.

En aquel preciso instante y antes de que se mearan; desperté de un mal sueño, de una pesadilla, que me habían explicado cuando tenía seis años y todo podía ser mentira o ser verdad.
Creerlo, porque las cosas eran maravillosas, o no aceptarlo por ser una exageración desmesurada.

A esa edad, cuando a mí me contaron el sueño, a lo mejor no había gente tan mal educada como ahora. ¿No creen?  Igual, yo nací en el seno de una familia de adinerados y la exageración con los maleducados no viene a cuento.

Por eso tal como reza su título, pueden o no creerlo.
Hemos dicho que veníamos a contar disparates excedidos  y mentiras que podrían ser medias verdades y así lo hemos trasladado a esta narración, con el respeto y la imaginación de un contador de historias imaginadas que no dejan dormir cuando se cumplen en la realidad.







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