viernes, 31 de julio de 2015

Improvisado



En una de esas situaciones delicadas y no reales que solía adentrarse más a  menudo de lo que deseaba_, decía aquel hombre pensando en voz alta_, todo lo que se le ocurría tras haber leído uno de los capítulos del libro que tenía en sus manos y de lo disconforme que estaba con su autor, lo poco de acuerdo que estaba con ese alto señor, protagonista de la novela y jefe de la tribu y, viendo que no le podían hacer cambiar de opinión, en cuanto al sacrificio de los inocentes, que les sacaban el corazón de cuajo y lo ofrendaban a su tótem, aún caliente desde el pecho del inmolado_ siguió a tenor de ese guion, pensando en diversas cuestiones que navegaban por su cabeza, ya un tanto enferma.

Me llevaron de malas maneras a una de las celdas para que en el momento que ellos dispusieran también fuera  sacrificado, como sacrílego, como detestado y creyendo que era un poco menos que un demonio.

En las celdas hacinados y como seres inmundos estaban un grupo de apestados, y entre ellos una muchacha, lozana, con sus ojos desorbitados y desencajados de las cuencas de tanto lloro como había vertido. El mero hecho de haber sido elegida como mujer prominente y bella, la hacía merecedora del castigo y debía morir en el cadalso, cara arriba, y destripada de pecho y estómago, que era la praxis que tenían aquellos indígenas para ofrecer como fruto la sangre a la tierra de sus idolatrados. 

El lugar olía de forma inmunda, cuasi como el desatendido matadero de cualquiera de las ciudades atrasadas de países ignotos. El suelo impregnado de casta humana, y de enfermedad, de los bacilos asesinos, y del fallecimiento inminente que pululaban ciertamente por sus fueros.
La muchacha intentaba zafarse, su falta de ropajes, ya que al esperar el fin de sus días inmediato, la habían despojado de su ropa y permanecía completamente desnuda. Su cabellera sucia y desmelenada le caía por los hombros, disimulando dos grandes tetas que le pendían sin alma y sin deseo.

Hombros estrechos, y cintura frágil y redonda, daban paso al desvelo por dos extremidades inferiores, largas que hacían de esas piernas, en cualquier mercado, un producto valiosísimo; por lo blanco de su piel y por el erotismo encarcelado en las medidas que poseía aquella mujer.
En sus manos extendidas se veían las callosidades en los dedos al intentar zafarse de todos aquellos grilletes que le habían provocado aquellas heridas. Al Principio trató de tapar sin conseguirlo, sus vergüenzas que torpemente y sin control derramaban detritos propios de su cuerpo y sobresalían sus heces del borde de su esfínter, debido al gran temblor que tenía en todo su cuerpo, producido por el martirio. Mostrándose ajada y rota.

Cuando me arrojaron desde la puerta de la celda, quedé a sus pies, boca abajo, y fue ella la que me reconoció; permanecí de una pieza sin sentido y al reencontrarme en lugar infecto como aquel, y con la última persona imaginable, no tuvo más remedio que preguntar no sin rabia. _ ¡Qué haces aquí! _ inquirió mirándome sin dar crédito a lo que veía.

_ ¿¡Cómo has llegado hasta mí!?
_ No lo sé, no es por mi gusto y ¿tú, como estás desnuda y tan afligida en esta caverna infecta?
_Voy a morir, me van a ejecutar, me ofrecen como sacrificio, al Dios de esta chusma de irracionales.
_ De algún modo habrás llegado a esta situación tan poco normal; a pesar de que normalidad en ti, no suele encontrarse.
_ Como has llegado hasta aquí_, volvió a increpar la mujer desnuda_ no entiendo como hemos coincido ni como ha sido que el destino nos volviera a mezclar.
_ No lo sé, he llegado con el pensamiento; con la fuerza de la concesión, pero sin querer recordar nada de tu persona, hacía años que no me interesabas y para nada te he tenido presente en los episodios de mi vida; ya no pienso en aquellos tiempos ni recordaba tus promesas incumplidas ni siquiera en los excesos  que cometiste, y según parece todo se paga en quebranto, el destino a veces lo decide así.
_ Yo estaba en la placita, y no te esperaba aquella tarde. Así quedamos en vernos un día como hoy de hace ¿Cuántos… años?; La hora era la habitual;  las cinco, y el deseo de verte hacía aquel remoto día; te esperara a que llegaras.

_ Hace tanto como treinta años, que no aparecí por el banco de la plaza, donde esperabas dispuesto con aquel traje azul que tan bien te quedaba, aquella tarde que debíamos escapar con destino desconocido, sin dar aviso a nadie. ¡Escapar para vivir!
_ Me cansé de esperar y no llegaste, jamás supe una palabra sobre tus pasos, donde estabas, donde fuiste, con quien te marchaste. En tu casa poco a poco fueron muriendo por un padecimiento raro, que nadie sabía a qué se debía y el médico no supo pronosticar ni detenerla. Todos cayeron_ ¿Qué has hecho, que te veo tan desmejorada?, y tan a punto de perder la vida, que cosa escondes.

_ No escondo nada, yo no puedo perder algo que jamás he tenido, la muerte no tiene vida, yo soy la enviada, la de la guadaña, la que viste ahora, con firmas famosas de tanto modisto servil. Sin ruidos de negro parduzco o de rojo esmeralda y solo he deseado triunfar, desde siempre, aunque ni yo misma lo pretendo de hecho, cuanto hace que no me veías; sin reconocerme.
Ya ni te acordabas de mí, es posible que jamás pensaras en que en algún momento vendría a buscarte. Entonces no fui a aquella plaza, porque te validaron la vida, algo ocurrió que trastocó los planes y se te dio más tiempo para, en definitiva; sufrir. La peor parte la llevó ella, que me la llevé por delante. Era una chica guapa, pero de seguir con vida hubiera sido muy desgraciada por disgustos que ahora no vienen al caso. El plan era que los dos en aquel banco debíais morir, o mejor expresado, debíais partir para Jojondo.

 ¿Fuiste el galán de la última obra en el teatro Capítol?, ¡Triunfaste como un canalla! fastidiando a tus compañeros de reparto, por la jodida pretensión de ser la única figura del teatro.
_ Lo sé, era por mí que la gente iba a ese Capítol, a ver mi arte, mi innata posesión de la comedia, mi arte escénico.

_ ¿Tantos años como dices? Son los que no nos veíamos, cuando fui a recoger a tu amiga antes de que llegara ¿al banco de la plaza? Ni te enteraste de su fallecimiento accidental, todo quedó difuso, como pretendía su familia. Fui muy limpia al llevármela, nadie se inmutó. Otra vez mi segadera funcionando a placer.

_Nos estamos retando toda la vida, sin saberlo, nos encontramos, cuando menos lo esperamos, cuando la esperanza comenzaba a morir en mis manos, cuando los médicos ya no me dan más tiempo de vida. Lo noto, antes de que tu llegaras, que poco a poco, mis funciones declinan como la llama que se apaga. Lo que disponga el cielo

_ Entonces, sin una caricia, quieres desistir de esos compromisos que me haría prolongar la batalla de llevarte de inmediato, o quizás quieras acabar aquella historia con la dama desconocida de la obra teatral_ siguió argumentando la muerte_ y que como aquel que dice, me hacían tener las manos atadas, a aquel guion que estaba interpretando y que sus personajes, vivían en mí, y me ofrecían aquel espectáculo irreconocible y apesadumbrado.

_Se me escapó el tranvía de la vida y tuve que venirme andando desde mi último deseo, dejando a mi vida, que fue efímera, ¿tú sabes, que me ha pasado? ¿A todos nos pasa lo mismo? Porqué nos aferramos a la vida, si dicen que después está el descanso. Nadie lo sabe ¿verdad? No quiero sufrir, ni que los demás soporten. Me doy pena y a la vez tengo mucha rabia.

 _ Debemos ir acabando, el tiempo apremia, y dentro de cinco minutos he de estar en otro lugar_ dijo doña Defunción_ luego te llamaran desde algún recodo de la creación y te preguntaran para valorarme, del uno al nueve, si te he tratado bien o crees que debemos mejorar. Si quieres, si te apetece, si decides no hacerlo, lo entenderé.

El libro se le cayó de las manos, como la propia vida comenzaba a viajar hasta quien sabe dónde, entonces emprendió su elucubración sin sentido ni conexión. Dejó que se explayara y dijera todo lo que llevaba dentro y quedó escuchando sin saber qué es lo que le pasaba, porque no dejaba de encontrarse desubicado, raro y fuera de su propio cuerpo.

_Sí; porque, se había asustado.





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