sábado, 30 de mayo de 2015

Mariquita y los chochos


Erase una vez en la Isla de La Gran Canaria. ¡Perdón he de hacer un inciso!
Con estas tres primeras palabras: "érase una vez", comenzaban siempre los relatos inolvidables que mi abuelo me contaba, y hoy y aquí en Agűimes. ¿Agűimes? ¡ Asi como lees!
¡Sí!, escrita con su correspondiente diérisis. Leída Agűimes.

Cuando disfrutaba a la escucha de una historia de hace muchos lustros, también he recordado aquellas aventuras que tanto me atraían y que al final me convirtieron en algo asi, como explicador y escritor de algunas de ellas. Sin olvidar a a quel hombre seco y poco cariñoso, no porque no lo fuera.  En aquellos dias, nuestros abuelos eran muy serios y aunque sintieran afecto, lo disimulaban muchos de ellos_, siempre hubo excepciones_, por la vergűenza que les daba mostrar sus inquietudes de cariño.
La sociedad los miraba como débiles.En aquellos dias el afecto sincero no solía mostrarse en público y los " yayos " de entonces, regalaban menos expresiones de ternura a sus nietos.

Pueblo precioso Agűimes, de poetas y gentes de letra y con mucha cultura esparcida por su perímetro tanto de la parte alta, como la zona turística. Ha sido cuando una amiga_ del Mundo Senior, dedicada a ser guía en esta preciosa isla de Gran Canaria_. Especialista en explicaciones para masas turísticas sobre los detalles del archipiélago_, llamada Beatriz_, nos ha relatado una sucinta y preciosa anécdota de hace unas cuantas decenas de años, que hacian referencia a algo que era costumbre en Agűimes, dedicados a una mujer célebre: Doña Mariquita y que de forma escueta he novelado y ampljado y os voy a narrar.

Todo obedece cuando nos hablaba_ Beatriz, la guia_ de las figuras hechas en bronce y en piedra volcánica_. La tia Mariquita, tiene su relieve y perfil en el metal de la escultura de la plaza de la iglesia_. Como los reunidos bajo el laurel de indias_ estátua sita que reúne a un prócer y sus escuchantes_, disfrutando del poeta, de sus odas, sus versos, sus historias y, varias creaciones más repartidas por las diferentes esquinas que perpetúan algún motivo de Agűimes.


Sin olvidarnos del insigne poeta canario, de procedencia de la mencionada villa. Don Orlando Hernández Martin, dramaturgo, del que en la la pared de su casa y serigrafiadas sobre mosaico, lucen un trio de sus poemas.
Y tras las someras explicaciones permitan que comience mi andadura, o sea mi narración como era la forma tradicional de iniciar estas leyendas antes;  ya ha mucho, cuando no existian ni la television, ni los moviles, ni el whatsApp. He querido matizar estos detalles, que a las personas de cierta edad, le fueron habituales  en su trayectoria, y con su permiso paso a decir:


Érase una vez, en medio del Océano Atlántico, en unas islas volcánicas de millones de años de existencia, preciosas, llamadas en un principio "Can Area" o tierra de grandes canes, donde la fertilidad era lo común y que todos envidiaban por situación y privilegio. Sucedían detalles preciosos que fueron al compás de los cientos y cientos de lustros venideros.


Llegado el siglo XIX a mediados del diecinueve para mayor rigor, tiempos lejanos, donde los jovencitos jugaban en la calle, frente a la puerta de su casa, y por los alrededores, porque entonces si sabían jugar y se distraían con lo poco y menos que poseían. Aquellos críos, con una cuerda, con una pelota hecha de trapo viejo, con la peonza aquella que pasaba, de tios a sobrinos, jugando al burro, al pañuelo, a médicos y enfermeras con las niñas, amigas de la calle, vecinas de su barrio.
Amigos todos y revueltos sin más problema, que lo que; merendarían aquella tarde, mientras sus madres quedaban en casa haciendo sus labores y preparando la pieza de plátano para dar de comer a sus hijos.

Un tiempo donde no existían ni piruletas, ni golosinas, ni siquiera maquinitas en miniatura y telefonos de control remoto para descubrir el meridiano, y el paralelo, incluso la esquina de la calle donde paran los nenes, si no los encuentras.
Un tiempo_ el actual_,  en ese Agűimes, como en otro lugar del mundo donde la información llega,  casi antes de que sucedan los hechos.


Entonces en Agűimes, vivia una señora, una viejita, la tia Mariquita, conocida por todos, un encanto de persona que todo el pueblo adoraba.
Repartia a los crios, desde una cesta que portaba y para todos los que se le acercaban a ella sin excepción, un puñado de chochos,  para que los pudieran disfrutar, saborearlos y degustarlos. El chocho es un fruto seco que se deja remojar en agua por la noche y al dia siguiente puedes degustarlo y comerlo mojado. Tiene una vulba parecida a una vagina y de ahi con un meneo de dientes y lengua, sale expedito el fruto del chocho, regando de placer la lengua del que lo saborea.

Así muchos de los antepasados del pueblo, crecieron con el sabor de los chochos de Mariquita, y esa juventud, pasados los años quisieron reconocerle su afecto y su conducta, ingeniando ponerle una figura preciosa de bronce, sentada con su cesta de mimbre y en las manos pueden verse, los chochos que ofecia a sus parroquianos: esos caballeros bajitos y nerviosos que fueron _ , y fuimos_, los de otros lugares de la geografia_, en su momento: los niños.




Altramuces, conocidos en Andalucia y Canarias, con el nombre de chochos. Al-turmus que a su vez del Griego Thermos, son leguminosas, Lupinus Albus.
Apuleyo (124-180 después de Cristo) de origen Numidio decía: que los chochos diariamente van girando con el sol e indican a los labradores las horas del día, aunque el cielo esté nublado.






1 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy Pedrenal, y os sigo en la Asociacion de Poetas, me encanta leerte amigo Emilio por la facilidad que tienes al transportarme a otros escenarios, los cuales a menudo me traen vividos e imagenes de mis abuelos, de mis gentes. Esta de la Mariquita y los chochos, la sabía porque soy de Agüimes, pero nunca me la habían contado tan bonito como tu me la contaste. Sos un gran contador. Martin de Pedernal

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