domingo, 17 de mayo de 2015

Los poetas lloran tinta_ episodio uno_



Entrega del primer episodio de: Los poetas lloran tinta




El calendario marcaba los días de aquel año sesenta y ocho del siglo veinte, cuando las noticias de los tumultos en medio mundo llegaban descafeinadas al país. La guerra del Vietnam continuaba matando gente.

En Biafra la hambruna menguaba la vida de sus habitantes. Uno de los ejércitos del pacto de Varsovia entraba en la actual Chequia. Los estudiantes de las naciones más destacadas se levantaban en protestas. En los Estados Unidos los movimientos por las libertades hicieron dar un salto irreversible en la situación. Millones de personas declararon abiertamente que ya no se podía seguir soportando tanta injusticia. 

Paris estalla en sangrientas batallas entre alumnos de los diferentes institutos, colegios mayores y cuantiosos universitarios. 
Contra las fuerzas del casi estrenado gobierno De Gaulle, ocupando la Sorbona.

El famoso mayo francés. Una cadena de rechazos se llevó a cabo con una serie de rebotes, iniciada por pandillas de discípulos de izquierdas, contrarios a la sociedad de consumo. A lo que posteriormente se le unieron montones de asalariados. La mayor huelga general de la historia en el país galo. Nueve millones de obreros y trabajadores, escolares, intelectuales, que unidos con el grupo de hippies que se extendía entonces llegaron a hacer temer a las autoridades francesas por el porvenir y la estabilidad de la República.

En Memphis asesinan a Martin Luther King, cuando se preparaba a liderar una marcha pacífica y dos meses después al candidato electo a la Presidencia del país Robert Francis Kennedy.

En España el general Franco, en Portugal Antonio de Oliveira Salazar. Gobernaban los países a golpe de órdenes y decretazos.

Barcelona y comarcas inmersas en duras manifestaciones obreras, aguantaban las consecuencias que comportan huelgas y desórdenes.

Se restauraban las Universidades Autónomas para Madrid, Barcelona y Bilbao, con todos los condicionantes habidos y por haber.

Lucas estaba acabando la licenciatura de periodismo en la Universidad de la capital catalana. Hacía unos años había llegado desde Almería su región natal, a cursar sus estudios superiores.



Era un muchacho valiente, que asumía con ansiedad  y mucha prisa, ser alguien. Destacar por encima de sus vecinos y compañeros, además de aprender y prepararse para afrontar tareas diversas a las que por costumbre y pocas iniciativas, no adoptaba su familia desde hacía generaciones. Soportando largas jornadas de trabajo duro en el campo. Sin la más mínima intención de progresar.



El escaso porvenir que existía en su entorno, para poder ganarse la vida en condiciones aceptables, el sometimiento que aguantaban en aquellos cortijos bajo el capricho del señorito, y el influjo que producía en él, querer llegar bastante más allá de donde habían llegado sus precursores, le hizo tomar aquella maleta de cartón piedra y venirse en el tren un día hasta la cuna de las oportunidades.

Se instaló cerca de la ciudad, en uno de esos distritos dormitorios que existen en el extrarradio, en definitiva donde pudo alquilar una habitación, que se ajustaba a su bolsillo y no distaba lejos de una estación estratégica del ferrocarril catalán. El famoso Carrilet del Baix, transporte que le acercaba al corazón del ensanche con una frecuencia aceptable, quitadas las incidencias imponderables que las había.



Decidido previamente y con la ayuda de su familia, bastante antes de recalar en destino, el lugar donde aparcaría su acomodo temporal, dejándose llevar por los consejos de su abnegada madre y por mediación de una tía abuela lejana de su madrina, que residía en el bajo Llobregat, desde final de la guerra civil y que además regentaba una pensión de huéspedes en la cuesta de Montevideo.

Consecuencias todas valoradas, para elegir la fonda y detalles adicionales que entraban en el mismo precio, facilitados por la patrona. Cocina, plancha, y demás ayudas domésticas. Por ello, cuando Lucas se acomodó en el lugar, podía darse como un joven privilegiado, ya que emprendía su vuelo particular, atendido.

La casa muy amplia y clara, con un jardín a la entrada y unas verjas pintadas en verde que definían la vivienda, situada en el casco antiguo. El “Barri Centre”. Muy cercana a la plaza del Ayuntamiento. En todo caso, en el punto vital de la Villa.



Un acceso profundo con los portones siempre abiertos de par en par, facilitaba la senda a todo el que quisiera entrar. Con su pasillo central que, a izquierda y derecha se iban delimitando las seis habitaciones que poseía aquella antigua heredad, transformada en casa para realquilados de la Tía Encarna.



La posada carecía de agua corriente en cocinas y lavabos, contaba con un pozo artesano en las inmediaciones de la huerta desde donde se acarreaban los calderos. Así permaneció hasta que pasados unos meses emplazaron sendos depósitos de uralita en los tejados y los conectaron a la vetusta red. Disfrutando entonces de grifos que dispensaban el necesario liquido en las duchas recién instaladas, de una modernidad extrema, en el recoveco del pasillo. Pasar de carecer de cloacas a disponer de baños templados, sin salir de las inmediaciones de la casa. Era un lujo ¡Eso sí! Estas ventajas se habían de pagar a parte.

Una ducha fría, costaba tres reales. Templada seis.



Luz eléctrica de una potencia tan baja que a duras penas podían distinguir en la noche el rostro de las personas. Amén de la reiteración con que la compañía cortaba el suministro, con una excusa u otra. 

La cocinilla económica de hierro fundido, proveía servicio para todos los allí arrendados y por medio de unos horarios se iban turnando para hacer sus guisos, fritos y potajes.



El excusado, separado del cuarto de baño, destellaba plenamente aireado, por ser una comuna y estar situado fuera al relente. Un retrete colectivo. Favor que aún esperaba ser reformado. Permanecía en la parcela trasera majestuoso.

El tótem de la letrina, donde un pozo ciego recogía los detritos y ventosidades urgentes de los allí hacinados. Un aliviadero hecho con traviesas de pino, ayudaba a posar el ano para materializar el acto de evacuar.

Manteniendo el equilibrio entre la necesidad y el gran agujero por donde se perdían aquellas defecaciones de los humildes culos.

La divisoria para fijar la prudente intimidad, estaba prevista por un portón de corral, deteriorado por sus grietas y un cerrojo de pasamanos de metal a modo de frena sustos.



Las paredes de la fonda acicaladas de azulete y unos muebles muy desgastados y hechos trizas por la cantidad de años que soportaban en pie, ofrecían asistencia a cuantas familias hubieren pasado por aquel hogar de huéspedes.

Sin lugar a dudas el país quería ser otro, sus gentes pedían a gritos, fueran escuchados y comenzaba una corriente muy distinta a lo que se había aceptado como normal, o se había asentido a base de miedo y claudicación.



Con relativa viveza, en las zonas turísticas y en las ciudades, todo parecía querer ensancharse a lo alto y a lo amplio, nuevas ideas, distintos olores, construcción de viviendas sociales, de complejos hoteleros, restaurantes y bares, implantados esperando la demanda del cliente.

El turismo tenía mucha culpa de la función laboral del entorno, gentes que venidas de distintos lugares a quedarse, creaban su hogar en los cinturones de las grandes urbes, encontrando un puesto de trabajo en las centenas de obras sencillas y edificaciones que se formalizaban y construían.



El empleo afloraba para el obrero y otros, los más privilegiados, ya afincados en la metrópoli, conseguían faena con horarios interminables, como camareros en restaurantes, o como productores en las fábricas de autos, que se habían establecido en la nueva zona Franca del puerto.

Lucas se empleó en una ferretería como almacenero y llevador de cuentas, hasta acabar sus estudios universitarios y poder dedicarse a lo que más le apasionaba. Ser escribidor de relatos, literatura mitológica narrativa, llegar a firmar grandes novelas y sobre todo, escribir para ser leído.

Los años se deslizaron entre sus deseos como lo hacen los sueños entre la almohada.





Cursando el servicio militar, como un soldado poco dado a las armas y a los ejercicios castrenses. Hizo el campamento en la zona norte de Cataluña, en Sant Climent de Sescebes. Dentro de una compañía que voluntariamente irían destinados al Parque de Automovilismo de la IV Región Militar. Donde rápidamente descolló por su preparación académica y por su tino, que innato le venía de la cepa. Era el consejero de casi todos los alocados reclutas de leva. El que siempre ofrecía sus valores en la ayuda ajena, el personaje querido y admirado del pelotón.


CONTINUARÁ....
TO BE CONTINUED....



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