lunes, 12 de enero de 2015

El wáter cósmico_ Glenda la más sexual.



Otra entrega del  wáter cósmico

Capítulo :  Glenda la más sexual


El menú fue de lo más tradicional de la cocina peruana, y la bebida floja, un vino de aguja traído de Puerto Chimbote, que les regó sin excederse sus gargantas, a la par que la música criolla, se hizo notar en el salón, a cargo de un grupo de tres músicos que tocaban melodías de Chabuca Granda y boleros de Jaramillo. La sensación de apetito, ninguno de los dos la tenía, por lo que consumieron con educación y formalidad los manjares que les iba sirviendo el amigo Meche, mientras las miradas furtivas por parte de ambos circulaban sin semáforos que constituyeran control para comerse con la vista.

Pronto, se habían dicho todo lo que se preveía en aquel restaurante y ya las prisas eran las que gobernaban los instantes, por lo que Glenda, sin más propuso a Ángel la retirada.

_ Ángel, nos vamos, ¿te parece? Le sobrevino de repente, cuando acabó de sorber el último traguito de aquel vino de Chimbote, que ya se le estaba agriando.

_ Cuando tú lo decidas, como ya te anuncié, incluso antes del almuerzo, yo haría mucho que ya estaría refrendando ministerio_. Sonrió al escucharse su última pronunciación viendo que Glenda, lo socorría en aquel pensamiento_. ¿Tomamos el café y nos vamos?, o nos vamos y tomamos el café allá donde tú lo tengas previsto.

La señora, no hizo más que mover su gesto, para que aquel servidor considerado, estuviera a sus pies como un perro faldero, haciendo demostración de pleitesía y de sometimiento.

_ Dígame la señora_ Arrebatado Meche, comenzó a pronunciar sin esperas ni descansos, aquello que él veía_ No han disfrutado nada de la comida, no les ha gustado, quizás con otro menú…, les sirvo los cafés o las infusiones, con unos pasteles verdes caramelizados de la estepa de Trujillo.

_ ¡Para!, le conminó Glenda,  a  Meche_ No nos has de traer nada más. Anda y que el chofer esté a punto con el auto en la puerta en cinco minutos que nos vamos.
Se miraron Ángel y Glenda con unos ojos de complicidad y ella, levantándose muy sexy de la silla donde estaba apoltronada, enseñando todo lo que le parecía lindo y sobre aquellos zapatitos de tacón de aguja comenzó su desfile, se alisó y bajó un poco la falda. Haciéndole un gesto a su joven acompañante para que no se moviera, mientras ella iba a la toilette.
 

Ángel como lo mandan las normas de la educación al encumbrar el cuerpo de la mesa la señora, se puso en pie con galanura para despedir a Glenda. La acompañó con la mirada y esperó a que se retirara por el pasillo, meneando el culo de forma tan apreciable que sus nalgas batían una con la otra haciendo de marcadores de secuencia disciplinada.
 
Llevaba un modelo de Saint Laurent, traído expresamente de París, que dejaba transparencia por el cuerpo cincelado y apretado de Doña Glenda, posiblemente le iba pequeño, lo acarreaba con gracia, sufriendo por estar más guapa y apetecible, aquel vestido le venía muy justo, como mínimo se había encajado una talla menos, de lo que a ella le hubiese merecido. 

Ajustadísimo a su constitución, le impedían a todas luces respirar y llenarse los pulmones del aire necesario, de donde las costuras, estaban a punto de descoserse y quedar sin presiones. Las estrecheces extremas soportadas por ella de forma deportiva, le mantenían los dos pechos tan arriba y tan tensos que parecía se le iban a saltar las dos tetas por encima de los sujetadores.
Aquellos zapatos tan pulcros y elevados, ¡sí! correspondían a su número y la erizaban como si tuviera una estatura de modelo cosmopolita neoyorquina, los borceguis eran de mucha calidad, a su vez fabricados en la provincia de Alicante, también importados al país por una de las firmas de  moda hispana que tenía residencia en Lima.

Mientras esperaba Ángel a Glenda, apareció Meche, para darle a su protectora la noticia de que el cochero esperaba en la puerta, para llevarles al lugar que le indicaran. Al llegar a la altura del caballero, quedó intentando adivinar donde estaría Glenda y fue cuando el representante aprovechó para sonsacarle si podía; alguna noticia al camarero obediente.

_ Es guapa la señora ¿verdad? – preguntó Ángel directamente a Meche. 

No quiso contestar de buenas a primeras Meche, se pensó unos instantes la respuesta, y después de llenarse el pecho de oxigeno nuevo, le dijo sin mirarle a los ojos_. ¡Si es muy guapa y muy buena conmigo! Yo la quiero mucho, desde hace muchos años la conozco y siempre se porta muy bien con nosotros.

_ ¿Nosotros? _ Le replicó Ángel, como si no hubiera comprendido bien, a que te refieres con nosotros, volvió a interrogarle amablemente.
_Sí Señor, nosotros todos, los de mi pobladito, los del Cerco, nuestro barrio lindo le estamos muy agradecidos por sus donativos y porqué nos suministra productos farmacéuticos muy baratos. Se le quiere mucho a la mamita Glenda.

Ya no pudo seguir con el interrogatorio a Meche, el ruido de los zapatos al repicar en el largo pasillo de parqué, le daba la alerta al empleado que tenía que cerrar la boca y abrocharse sus comentarios. 


Cuando Glenda estuvo a la altura de ambos, los miró con desconfianza, y preguntó sin más_, ¡que fue, Meche!, ¿perdiendo el tiempito no más?_, y haciendo un gesto de querer saber qué estaba preguntando el turista, incitó a Meche.

_ Mamita, nada dije, solo vine a decir que el cochero está en la puerta esperando a que use sus servicios. Meche con dos genuflexiones una para cada uno desapareció a la velocidad de una flecha traicionera.

Glenda, dirigiéndose a Ángel, le preguntó no sin gracia_, que te decía este pobrecito, que no te pueda informar yo mijito.

_ No le preguntaba nada, solo le dije que eres muy guapa, y que estás muy bonita y él me dijo, que te quiere mucho, que te idolatra, desde hace años, que hay mucha gente que te quiere. Solo eso, me decía el pobre camarero. Tampoco le vayas a castigar por querer saber algo más de ti, sin que fueras tú la que me lo proporcionara.

_ No pasa nada, Meche es primo mío lejano, lo traje aquí, hace unos años y lo coloqué en la ayuda del restaurante, y se ha hecho un fiel servidor de mesas, lo que aquí llamamos un mesero. Buena gente, algo corta de visiones, pero muy tradicional y sincera. Dejó de hablar y se le acercó tanto, que Ángel no pudo reprimirse y le dio un beso en la boca. 

Ella, no hizo gesto de desprecio y aprovechando del reservado de la sala, le pasó las manos tras del cuello y bajándolo a su altura sin dejarle de apretar le mordió el labio inferior con profusión sin llegarle a hacer herida, pero sí;  dejando marca amorosa en su boca.

_ Nos vamos amigo, nos espera el carro, no puedo retrasar más la firma de los tratados y los negocios, que aunque los hagamos encima de una cama, desnudos, son muy necesarios para mi salud_ dijo ella, dándole la espalda y haciéndole un gesto para que la siguiera tras aquel caminar relampagueante sobre aquellos zapatos tan ruidosos.

Al llegar al coche, un muchacho del estilo de Meche, esperaba. La misma tez, los mismos ojillos chiquitos y casi achinados, el mismo uniforme. Los mismos saludos y reverencias. 

El automóvil estaba aparcado frente a la puerta principal del acceso al público, del restaurante Mar Adentro, y el conductor se esforzaba en acomodar a Ángel y sobre todo a Doña Glenda que es la que lo miraba con ojos de ofendida, ya que no estaba atento cuando aparecieron y la señora tuvo que apercibir a Sócrates para que le abriera la puerta del gran Mercedes negro de lujo que conducía.
La temperatura ambiente del interior del vehículo era la adecuada para mantener la chaqueta del traje colocada y no sufrir por los rigores de la calentura que se registraba a esas horas en la calle. No era un vehículo limousine, pero sí; lo tenía todo, incluso los ventanales de separación de estancias, entre el chófer y el pasaje, para que el empleado no pudiera enterarse de las conversaciones que llevaban los pasajeros.
Al sentarse en aquellos asientos tan mullidos de piel de vaca, los cuerpos quedaban recostados hacia atrás en una posición tan cómoda como agradable. Perdiendo entre unas cosas y otras además de la noción del tiempo, el oremus. Ángel tuvo que hacer magias por respirar con normalidad y abstenerse de cerrar los ojos a riesgo de quedarse dormido por la gran comodidad con que aquel lugar albergaba el cuerpo. Con una sonrisa justificó Ángel lo que estaba viendo en primer plano, quitándole de cuajo las ganas de entornar sus ojos chafarderos, y no era otra cosa que el sexo de Glenda, que lo mostraba al tener abiertas las piernas y no tener encajado el mínimo tanga, o la escueta braga, que hiciera de parapeto y obstaculizara aquella visión tan real, como asombrosa.
Glenda se mostraba auténtica y para nada cortada con la postura, se portaba natural,  tal y como era en realidad. Directa, verdadera y descarada. Tres virtudes que comportan a quien las posee y las pone en práctica, no pocos disgustos.
El vestido tan ceñido se le había subido completamente arrollado por encima de los muslos y al no llevar braguitas mostraba su culo completamente al pairo, sin la más mínima prudencia.

 
Los zapatos, los había dejado a un lado y sus pies descalzos bailaban un meneo de danza indígena, los dedos inexplicablemente los dominaba entrenados como si ellos pertenecieran a las extremidades superiores, semejando pulgares, índices y anulares de las manos.
 

Sus piernas sin medias, sin distensiones, sin varices,  exentas de grasa, depiladas, preciosas. Parecían dos majestuosas piezas de museo por lo perfectas que perfilaban. Morenas, redondas, atrayentes, carnosas en su justa medida exigían un deseo más allá de lo juicioso.
 

Al estar Glenda en una posición de boca arriba, acomodada en aquel asiento tan amplio y desatado, los pliegues de sus carnes no se amontonaban grasos ni rollizos, mostrando una foto grotesca, ni tan siquiera en la zona de su vientre, la panza no dibujaba esas lonchas cárnicas, las famosas cartucheras de la barriga que tanto afean alrededor del estómago de una fémina cuidada. Se notaba que Glenda era una mujer trabajada en el gimnasio, poco aficionada a los fritos y a los bocatas de calamares y muy experimentada en la cama a la hora de dar placer a quien se echara con ella.
 

Sus manos no demasiado grandes, cuidadas, sus uñas pintadas y recortadas a la perfección, sin ser exageradamente largas, con unos dedos ágiles y entrenados ya tenían movimiento libidinoso, en ascendencia desde la rodillas de Ángel, que estaba disfrutando como un abducido de aquel espectáculo tan difícil de contemplar incluso en hermosísimos sueños eróticos provocados.
En su rostro Glenda mostraba una naturalidad inaudita por cumplirse lo que ella pretendía y había preparado con tanto mimo y con la ayuda de su amiga y secretaria Rosalía. Humedecidos labios los de Glenda abiertos mostraban una dentición perfecta, cuidada y aseada al máximo.
Ángel que no quería que aquella imagen se borrara jamás, trataba de expresar con su gesto lo bien que lo estaba pasando y lo mucho que lo disfrutaba, pero no sabía cómo hacerlo porque a cada minuto que transcurría, Glenda mostraba otro enfoque del cuerpo e ilustraba aún más su sexo desde posturas que en un principio aquel hombre era incapaz de sospechar, a la vez que sus manos portando el deseo completo cabalgaban y recorrían el bajo vientre de Ángel, en circuito procesional por lo lento y sosegado, acariciando de momentos los muslos del vendedor y en trayecto sin peajes hacia el rincón del falo.






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