sábado, 15 de noviembre de 2014

Ocho minutos después.




El coche adaptado seguía su recorrido e iniciaba la circulación por el puente.  El maravilloso viaducto metálico del Ebro de la ciudad de Tortosa, el que une dos partes del casco antiguo. Provenía desde la calle Cristóbal Colón para atravesar el puente del “Estat” y llegar a la Avenida de la Generalitat, para proseguir por ella y llegar a la estación de Renfe.
Desde Barcelona, llegaban unas personas que influyeron mucho en su juventud, antes del fatídico y violento accidente.

El sol le cegaba los ojos por ser la hora de mañana que era, y en ese instante sin más; fue cuando sus pensamientos se marcharon todos a recordar aquella mujer, que dejó en la cama postrada, sin poder trasladarse por sí sola. Sin la posibilidad de levantarse, vestirse y caminar.

Quedó triste en aquella sala tan amplia del hospital San Rafael. El que está situado en el Valle de Hebrón, justo al lado de los Hogares Mundet y de la Residencia de la Seguridad Social, en la Ronda del Dalt de la capital catalana.


Hacía tantos años, de aquello; tantos, que le costaba recordar las imágenes que vivió aquel día, el último por cierto, que compartió esperanzas, ilusiones y quizás hasta una posible solución a los impedimentos que afectaban a la movilidad de María Pilar y a su curación. Enfermedad en sus huesos, que la tenían postrada en un lecho y cuando menos a una silla de ruedas para hacer su vida habitual.

Los arcos metálicos y potentes del puente, el reflejo del sol, la claridad de la memoria, el acordarse de aquellas imágenes sitas en su memoria,  por haberlas visto en tantas postales que recibía en su casa procedentes de Tortosa, escritas de su puño y letra, tarjetas que Pilar le envió durante tantos meses, o la propia voluntad que provenía de quien sabe dónde, le recordó aquella época feliz que tuvo que interrumpir por causas mayores.

El estado de invalidez de Pili y las pocas ganas de enfrentarse con la realidad, hacía que la vida no fuese lo bonita que es, a los diecisiete años, y que todo sumado afectaba para que su amistad, cuando menos pudiera llegar a puntos más distantes en el tiempo y en las esperanzas.

Aquella mañana Santiago, se despidió de la joven María del Pilar. Creyendo que en la semana próxima volvería a verla, y reír y charlar, darle su fuerza para  tener su estado de ilusión al máximo. Como venían haciendo en aquella residencia, casi todas las mañanas de los sábados o quizás algunas de las tardes de los domingos alternos, acompañado de sus colegas y amigos, que ayudaban en las actividades sociales de diversión a los discapacitados y enfermos, convalecientes que estaban ingresados en los diferentes hospitales de la zona.
Dinamismos que se desarrollaban desde aquel Club Obrero Salesiano, donde pertenecía la mayor parte de aquella ruidosa compañía de chavales que recorría, como catequistas estos centros.


Una morena muy guapa, de la ciudad de Tortosa, también disfrutaba con aquellas maniobras. Cabello por las espaldas, femenina, graciosa y con unos ojos que deslumbraban. Afectada de una enfermedad degenerativa resistente en los huesos que le impedía mantenerse en pie y caminar sin ayuda terapéutica.
Lista como el hambre y muy graciosa cuando podía evadirse de la pena y de su disminución física. Tan joven que ni siquiera había podido disfrutar de lo que la naturaleza regala a edades tan tempranas. Residía allí mismo para mitigar con la fisiología, sus deficiencias.
Iba de hospital en hospital, buscando el remedio definitivo. Soluciones médicas y esperanzas de curación, que sus padres no querían perder en pro del beneficio de su hija Pilar y de su futuro inmediato.

Las últimas palabras que mantuvieron Santiago y Pili, fueron; seguir su amistad, estar en contacto todo lo que pudieran. Tras tantos meses de aventuras y ser amigos, relacionarse con frecuentes visitas por parte de él, en las instalaciones de San Rafael. Aparte de la multitud de cartas que se enviaban durante la semana, para hacer agraciadas las interminables horas que la joven mujer había de pasar en el hospital, haciendo recuperación, ejercicio y terapia.

Aquel sábado perteneciente al verano del mes de julio del año sesenta y nueve, nadie podía imaginar lo que iba a suceder y todos los voluntarios catequistas se despidieron alegres de las pacientes del departamento de traumatología del Hospital San Rafael, aquel centro policlínico tan afamado de la ciudad.
Lugar donde tantos afectos cosechó aquel grupo catecúmeno, al cabo de los años, que consiguieron con sus representaciones teatrales y garbos, hacer ratos más agradables.

Ese mismo día la asistenta de la planta llamó a Santiago, una vez se despidió de la señorita María del Pilar Martí, llevándole al despacho de la segunda planta,  para comentarle que paulatinamente fuera dejando de venir a visitar a aquella muchacha y que hiciera el favor de no darle motivos para que ella pensara en que, en un futuro todo sería diferente.
_ Mira Santiago, quería decirte algo, que no sé cómo te lo vas a tomar, pero tengo la obligación de explicártelo, para mirar de evitar en lo posible, males mayores.
_ ¡Que pasa!, Sor Manuela, que ocurre, con tanto secreto y con tanta rareza_, dijo Santiago, al ver que cerraba la puerta del despacho tras de sí.

La monjita, vestida completamente de blanco, como lo eran sus manos, se sentó frente a su mesa y comentó no sin tristeza_. Has de dejar de visitar a Mari Pili Martí, por su bien y por el de todos_. Sentenció Sor Manuela, sin mirarle a los ojos.
_ Sucede algo que se escape de mi conocimiento, y que no sea ¿conveniente? _, acompañó sus palabras Santi, con cierta musicalidad, esperando que la monja le diera explicaciones.
_ Creo que María del Pilar, se está encaprichando demasiado de vuestros comportamientos, de las ilusiones que regaláis, de todo lo que compartís y en especial de tu manera de proceder, de tu amabilidad y de tu cariño en particular, y eso se ha de mirar de cortar por lo sano, por el bien de ella.

Santiago se quedó sin sangre en las venas, sin hálito en los pulmones y sin respuesta posible, mirando a la monja como si él fuera el culpable de lo que le mantenía encadenada en aquel centro a la señorita Martí, dejando que la monja Manuela, siguiera dando detalles de los motivos por los cuales, se cortaban las visitas.
_ Pilar_, dijo la reverenda_, jamás podrá caminar y le sería imposible desarrollar su vida en las mismas condiciones que lo pudiera hacer otra muchacha de su edad.
 Su vida futura está sujeta a la constante ayuda de terceros, a los apoyos de los corsés y  de las diferentes sillas de ruedas. Mucha convalecencia en la cama y pocas alegrías con la relación íntima con los hombres. Siempre estará sometida_ siguió argumentando_ a los ingresos hospitalarios y ha de llevar una vida muy especial en tratamientos con total y absoluta calma.

No eres culpable de nada, pero me han advertido que te lo comente y que aunque sea duro, es lo mejor para ella, sobre todo para ella. Creo que ya me entiendes y no debo ahondar más en esta situación que también puede llegar a ser penosa para ti mismo, por la premura de cómo se han desarrollado las cosas.

Desde que el movimiento de juventudes catequistas había intervenido en las visitas de aquel centro, con juegos, canciones, chistes y aventuras, la actitud de las internas habían ganado de forma ostensible con innumerables e impensables mejoras físicas de salud. Detalles imponderables que hacían elevar los contentos y conductas de las ingresadas.
Habían alcanzado un nivel de superación insospechado, participaban en todos los planes médicos con mayor agrado, aceptando mejor sus discordancias mecánicas, porque asentían con ilusión el mañana, con más resignación y sobre todo tratando de querer ganar la batalla a cada una de las vicisitudes que aquellas mozas soportaban.

Nunca se habían dado, esas contribuciones y esa participación por parte de las pacientes, desde el inicio del servicio en ese hospital de la Seguridad Social y de la medicina ordinaria. Aquel regocijo que trasladaban los muchachos del Club Obrero, hacía que el nivel de felicidad se elevara a niveles increíbles, y que las niñas, todas las afectadas del departamento de traumatología, gozaran con esas divertidas visitas.

Por la ilusión y la necesidad natural de compartir su tiempo con gente de ambos sexos y de diferentes lugares y costumbres, que pensaban de igual forma, reían de las mismas cosas y soñaban con las mismas ilusiones. Comenzando a querer llevar otros peinados, pintarse los labios y porque no; estar más guapas que de costumbre los fines de semana. Detalles que sus propios padres y familiares habían detectado y disfrutaban por ello. Al ver que a ellas les alcanzaban una serie de anhelos hasta entonces desconocidos.


La relación de Santiago y María del Pilar, era extraordinaria, y hacía un tiempo se carteaban, cuando no; se veían en San Rafael, visitas que Santi procuraba en cuanto podía. Sin embargo, había una atracción por parte de ambos, que de momento no podía traspasar los límites de la realidad. Cuestiones que uno y otra tenían asumidas y que ahora de cuajo, se las arrancaban.

_ Entonces Sor Manuela, me está diciendo que el Club Obrero, deje de ¿venir a visitar a las enfermas de San Rafael? _ preguntó Santiago, sin dilación y con frescura.
_ ¡No! Estoy diciendo que… ¡No vengas tú!    El resto de compañeros puede seguir viniendo, si así lo deciden, pero hemos decidido que tú deberías dejar de visitar y escribir a María del Pilar. Ella, creen sus padres y los médicos, se está encaprichando más de la cuenta de ti, y no es conveniente para su salud.
_ Entendido, no padezca usted, ¡si es así!, hablo con mis colegas y me retiro de las visitas_. El joven Santiago, aturdido salió del despacho de la venerable madre y se dirigió hacia la parada de metro, donde le esperaban sus amigos. A los que les explicó los motivos por los cuales, él se retiraba y dejaba de visitar las instalaciones de aquel centro hospitalario.



El Gps del coche, le avisaba de que había llegado a su destino, y esa insistencia le hizo reaccionar súbitamente, viendo que estaba en la estación del ferrocarril de Tortosa, que tenía lugar para aparcar en la zona azul y bajó del vehículo para ir a recoger el ticket de reserva, mientras volvía a su elucubración anterior.


Que habrá sido de María del Pilar, como le habrá ido en estos años, ¿Estará con vida?, ¿será feliz? Cuantas preguntas me estoy haciendo después de casi cincuenta años, y como yo; no había vuelto a recapacitar, ni recordarla jamás. Se borró de mi recuerdo_, meditaba mientras dejaba su bastón apoyado en el quicio de la esquina y expedía el papelito abonando los dos euros en la rendija de la máquina expendedora del parquímetro de zona azul.


Finalizada la conversación aquel día de julio_, siguió pensando_, tras despedirme de la reverenda madre, tuve el atentado, precisamente en el apeadero del metropolitano, y estuve bastantes años fuera de mí. Nadie daba un duro por mi cuerpo, quebrantado y mutilado.

Lo último que recuerdo es que me empujaron para robarme y caí entre las vías del andén cuando llegaba un convoy. ¡Ahí deje de sentir!   Dicen; me salvé de la muerte por una suerte especial, al caer entre el hueco que dejan los vagones del tren y el bajo muelle. Tenía que haberme quedado en el sitio_, reafirmó convencido, moviendo ostensible su cabeza en señal de afirmación_, y no hubiese dado tanto sufrimiento.



Me robaron la vida_, siguió especulando, mientras colocaba el ticket encima de la guantera del auto, de forma que se viera desde fuera, para continuar cojeando hacia la estación de Renfe_, perdí una pierna, medio brazo, y mil huesos destrozados, sin contar con otras calamidades_. Lamentándose de su devenir, notó un dolor muy agudo en su mutilado brazo izquierdo, que no le permitía casi ni respirar.
Con dolor intenso, continuó su marcha hacia el apeadero del tren cercanías, manteniendo su divagar_, ¿Qué mujer se puede acercar a mí? Con estas secuelas físicas, siendo medio hombre. Compadecido siempre por todos los que me rodean y mil detalles que demolieron mi naturaleza.


En el portal de la estación de Tortosa, le sobrevino inesperadamente un ataque de apoplejía que lo dejó inerte, fulminado en el suelo, sin pulso. Viendo impotente como su vivencia pasaba frente a él en unos segundos. La gente se arremolinaba y le prestaba ayuda hasta que pasados unos minutos llegó la ambulancia de urgencia para llevarlo al hospital Verge de la Cinta.


En esos ocho minutos en que tarda el alma en abandonar el cuerpo, tras una defunción, supo que ya no habría otra oportunidad, como en su atentado, y sintió un escalofrío fortísimo mientras ya iba camino del hospital.



La doctora del vehículo de asistencia, una vieja conocida, mantenía con él una conversación que dejaron irresuelta hace muchos años.
_ ¿Te conozco? ¡Sé quién eres! Preguntó Santiago sin voz ni señales. La respuesta no tardó en comprenderla, siendo afirmativo lo que recelaba_. Soy Angélica Celeste, la que te protegió la vida, en la estación de Valle Hebrón. Vengo dentro del cuerpo de una monja que bien conoces. ¡Déjate llevar! Pronto estaréis juntos Mari Pili y tú para siempre.


 Mientras se le escapaba su consciencia, advirtió que era Manuela. La monja de San Rafael,  que le aclaraba el motivo de su alejamiento con aquella joven, con voz tenue y haciéndose entender_. Vuestras vidas iban paralelas, y entre que le llegaba el final de sus días a María del Pilar. ¡Tú debías estar reservado!_ Le ilustró la reverenda con una sonrisa delicada, prosiguiendo en su charla, sabiendo que Santiago, no podía ya preguntar, ni dudar, ni exigir_



De ahí que te sobreviniera el accidente ¡Paramos tus días! No había otra forma de detener el tiempo para acompasarlo al de ambos. Estáis condenados a estar juntos. Mari Pili, te espera, siempre te espera. Igual que tú, sin saberlo.


¡De repente!  ¡Sonoro y claro! El reloj despertador de la mesilla de Santiago irrumpió en su habitación, dando las seis de la mañana, con un bolero. ¡Si tú me dices ven!
¡Buenos días amigos madrugadores! Radio Tortosa, informando ¡De bon Matí! _ Son las seis de la mañana.

Despertando a Santiago repentinamente. Sofocado y titubeante, prendió la luz de su lámpara, con su mano buena y vio su prótesis y su bastón esperando ser articulados, cuando de nuevo su pensar fue a traerle recuerdos de un suceso que aún le perseguía. ¡Encontrar a Pilar! 







1 comentarios:

Joan Vendrell i Campmany dijo...

Precioso relato Emilio. Digno de una distinción si participara en un concurso. Me ha emocionado, y más si cabe, al estar relacionado con el Hospital San Rafael, de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús.
Mi felicitación más cordial y sincera.

Publicar un comentario