El Chambelán de Lupita
Segunda parte
El joven piloto Jorge
Von Riegel, era nacido en Berlín, por circunstancias de la vida. Cuando
su padre Adolf hacía unas practicas especiales en Múnich, conoció a Antonieta
Richy de Sorrenti, una italiana bella que lo llevó de cabeza y de bragueta mientras
quiso hasta que engendraron y tuvieron a Jorge, inclusive antes de contraer
matrimonio en Bernal.
Todos ellos
mexicanos de pro desde hacía generaciones. Muchos de ellos, personajes
destacados en el campo de la industria, del comercio, de la medicina conocidos
por todo el ámbito ciudadano.
Acentuando esta
popularidad por su amparo al prójimo, por sus declaradas manifestaciones en pro
de los sin techo y veladores de la iglesia católica, dando grandes sumas dinerarias
en concepto de donativo y de misericordia. Lo cual les califica dentro del
grupo de personas caritativas del país.
El viaje a la
familia Chalamangui Tarascona les duró tres meses. Disfrutaron de California, de sus encantos,
del clima y de las distracciones varias a las cuales puedes acogerte en aquella
preciosa zona. Visitaron todos los vericuetos y sus estados, San Francisco, San
Diego, Monterrey, Los Ángeles, y todos aquellos recuerdos que se trajeron para sí,
fueron imborrables.
La estancia con
su tía Epifanía, les hizo recabar y reactivar el cariño, tras tantos años de
silencio y lejanía. Los padres de Guadalupe, gozaron de su hermana y familia y
agradecieron a la idea nacida en Epifanía, siendo el enlace del nuevo trato que
seguro durara para siempre.
Al regreso de la
familia Chalamangui a México y pasados unos meses, Javier con una excusa llama
a Héctor, para entregarle unos presentes que sus padres habían preparado para
la familia, dada que en una de las fiestas ofrecidas por los Von Riegel, habían
tenido presente a la familia Chalamangui Tarascona, por los consejos y las
buenas vibraciones que produjo la conversación de Héctor durante el vuelo
coincidente que hicieron con Jorge, su querido hijo.
Una llamada telefónica
de Jorge, puso en antecedentes a Héctor de la verdad de todo aquel delicado
detalle.
_ Don Héctor. Gusto en comunicarle
de nuevo
_ ¡Qué tal Licenciado Don Jorge! A que se debe
tanto honor.
_ ¡Pues no le voy a engañar! Don Héctor, es por
su hija Lupe
_ ¡Luego que pasó con Lupita!
_ ¡Pasó que es muy bella! y quisiera
galantearla. Le solicito permiso para poder hablarle de mi amor y decirle mis
intenciones. Siempre con su anuencia ¡claro! y con la de su señora esposa.
¡Además por supuesto de entregarles unos obsequios!, que mis padres prepararon
para ustedes, en agradecimiento.
_ Licenciado, no mezcles cosas. Ni
quieras distraer la verdad.
_ Don Héctor, quiero ser su yernito.
¡O mejor, poderle tratar a usted de suegrito!
Una risa
estridente surgió de la gran garganta de Héctor, a la vez que le abordaba un
ataque de aquella grosera tos, que le importunaba frecuente, cuando quería respirar,
tragar y hablar a la misma vez. ¡Gritándole
a voz en gollete!
_ Mira piloto aterrizas
en casa un día para almorzar y lo tratamos todo, frente a ella, delante de mi Lupita.
Lo normal es que mi Guadalupe, opine sobre estas cosas, que a la postre son necesariamente
temas muy personales de ella misma, ¿No crees? y así nos volvemos a saludar en
persona ¡Sí!
_ ¡No se hable más Don Héctor! ¡Así se hará!
Lupe estaba en
la preparatoria y sus amigos y amigas por igual que ella, seguían estudiando
para poder graduarse en su momento. Sin embargo eso no era obstáculo para aquietar
esas prisas de Jorge, ya que la tal señorita Chalamangui, no le hacía ascos al
cambio de vida, a los lujos constantes, viajes por todo el mundo,
reconocimiento inmediato y lujo a granel. Sin contar con el sexo desabrochado y
practicado poco después de los quince años, con un hombre algo mayor que ella, que siempre le produciría
mejor regodeo que el de esos amiguitos que se miran a cualquiera antes de
decidirse por rubia o morena.
La lujuria que
ofrecía la nueva etapa, las venias que su piloto le concediera mientras lo
dejara planear por el aeródromo de su vientre y aterrizar entre los dos
volcanes de fuego para seguir y hacer aparcamientos torpes en el hangar de su
vagina flamante, el dejar a unos padres tan sumamente remilgados, que ahora ya
comenzaban a prohibirlo absolutamente todo, le hacían ver el mundo en colores.
El piloto,
rubio, joven, atractivo y millonario ya tenía una profesión, ya
trabajaba en una línea aérea internacional, gozaba del mejor carro del año y su
departamento amueblado en la ciudad.
Ella le
admiraba y le simpatizaba. Era
otro globo y le parecía un individuo muy interesante e inteligente. Amor por
él, no sentía_ ¡es lo de menos!_ pero tanto
se lo había escuchado a la frígida de su mamá, que esas cosas no le eran de
importancia, que si debía llegar el cariño, el amor, llegaba y si no, pues_: siempre había hilo incoloro para cosidos de
prendas rotas.
No fue un obstáculo
para dejarse ir por la novedad de la nueva etapa de Guadalupe Chalamgui. El
sexo ya consentido pero disimulado, las bebidas fuertes, estupefacientes y las
salidas nocturnas. Amén de renunciar a toda responsabilidad académica y
familiar para dedicarse en alma y cuerpo al hombre que Dios le había puesto en
su camino.
Un gusto para
Lupe, que no midió las consecuencias a no largo plazo, pero que por demostrarle
a sus amiguitas todas, de clase alta, de cuna regia, que era la primera que se situaba
con garantías plenas en la sociedad, por nada menos que amparada por un
verdadero Von Riegel.
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