Llegadas estas fechas de mayo del año
1968, hace más de cuarenta y cinco años, recordaba nuestro amigo sus andanzas
por el Ateneo de Sant Boi, cuando las muchachas esperaban todas, tan peinadas y
preciosas, con la espalda pegada en la pared, para no perderse nada y para
divisar de primera mano y de cerca todos los solteros que entraban buscando
baile.
Otras que reservaban mesa en los
jardines, sentadas en los acomodos de la gran pista veraniega, a la espera de
la actuación de Antonio Machín, Andrew Castel, Dyango, Formula V, Los Brincos,
quizás un poco más tarde Juan Pardo, o cualquiera de los conjuntos estupendos
que estaban de moda aquella temporada. La década portentosa para muchos abuelos
de ahora. El movimiento llamado actualmente Época y música Vintage.
Para sacar a bailar a una señorita
debías ser un tipo formal, simpático y si podía ser cuanto más guapo mejor,
ellas eso lo consideraban muy mucho en la intimidad, con sus amistades, lo
comentaban_, has visto ese tío tan bueno,
que ha entrado con esos zapatos de charol, y esos ojazos negros_, nunca lo
reconocían pero era una preferencia que ellas meditaban y para los hombres un
pasaporte para poder bailotear _ arrimar el apio_ toda la tarde si tenias esa suerte.
Si solo eras simpático y te conocían
de otras tardes, y tenías coche pues a lo mejor te comías un rosco. Las llaves
debían verse o por lo menos escucharse en su sonido dentro del bolsillo de la
americana.
Siempre que a ellas no se les acercaba
su príncipe, miraban al que se hincaba frente a ellas_ esperando el nene que
les gustaba, al que le tenían el ojo echado y con el que se hubieran pasado la
vida abrazados.
Como notaran que se escapaba la tarde
sin poder salir a la pista central, para por lo menos bailar una pieza, dejarse
ver entre sus detractoras, que todas tenían, buscaban un plan sustitutorio y
accedían a bailar con el que llegara, sin verificar todas las condicionantes.
Sus amigas tenían que verlas bailar y
disfrutar, y que sus conocidas murmuradoras las notaran, mostrando su nuevo vestido comprado
en la tienda de la Sra. Amelia, o casa Clariana. Los zapatos de Yves Sant
Laurent, que compraron en calzados Mari Carmen, o el pañuelito del cuello
adquirido en la Riteta.
Había otras condicionantes para tener
una tarde completa de ritmo, sin embargo entre los normales, los que no eran
bellos, lo más crucial es lo asentado. Detalles que llevaban a raja de tabla y
algunas, preferían volverse a su casa sin bailar, que hacerlo con cualquier
tipo
Era imperativo fueras con corbata, sin
esa prenda colgando no entrabas en el salón. El que llevaras los zapatos enlustrados
y brillantes, y por supuesto afeitado del día y limpito, oliendo a agua Brava
de Puig, o aquella loción famosa que existía marca Floid, preceptivo y
concluyente. Buenos modales aparentes y visibles, destacados, y siendo un
caballero, o por lo menos intentando parecerlo.
Los varones debían ir al encuentro de
las damas y solicitar el baile, con adiestramiento, sin gestos lejanos, muy de
cerca, sin pasarse. Ellas debían escuchar el tono de tu voz, y a la vez oler tu
fragancia, con sus ráfagas de enfoque y sus pituitarias perfiladas.
Darte el visto bueno necesario para
que después, según y cómo algunas que iban acompañadas de sus padres, te vieran
formal, generoso, galante, educado. A la vez los padres y con un gesto corporal
casi invisible, mandaban a sus niñas, el beneplácito y sabían ellas, si tenían
un aprobado para que su pretendiente pudiera cogerlas por la cintura o
despacharlo sin más y se fuera a vestir Santos.
Si los solicitantes varoniles, comenzaban
a pedir baile a la primera muchacha, que estuviera apostada o acompañada en una
hilera entre diez o quince jóvenes, si
ésta decidía decir ¡No!, las demás por el efecto dominó te negaban el abrazo y deseo
de danzar, y te quedabas con dos palmos de narices, haciendo la pregunta a las
demás, pero sabiendo que tenias muy pocas probabilidades de saltar a la pista
con alguna de las mozas indagadas, porque te negaban el baile incluso antes de
mirarlas y solicitarlo. Normalmente daban razón a la que juzgaba primero.
Aquella tarde noche verbena del veinte
de mayo. Fiesta Mayor, Juan y Elio, amigos de toda la infancia, entraron al
baile, tras pagar la entrada de cincuenta pesetas, accediendo por aquellas
anchurosas escalinatas a la gran y esplendida pista central de verano. ¡Qué
gozo! ¡Maravilla para la vista! Tanta chica guapa, tanto bálsamo Chanel número
cinco distraído de la botellita de perfume de sus mamás, para la atracción de
aquel incauto que cayera en sus redes. La música que sonaba sugerente y al
aparecer por la bocana de entrada, todas, y digo ¡todas! te veían asomar
incluso aquellas que estando ya en la pista bailaban sin interés y sin estar
concentradas con algún bailarín de esos llamados eventuales que algunas
jovencitas tenían en reserva por si su preferido no aparecía.
_ ¡Dios mío! cuanta monería de chicas,
que sensación te entra en el cuerpo al ver tanta lozanía_ decía Juan
presupuestándose la noche con alegría y encanto_ No lo ves Elio, qué de
chavalas guapas y con ganas de meneo que esperan. Ya veo a Manuela, se hace la
despistada, pero ya me ha visto. ¡Fijo! que esta verbena, bailo y me aprieto a
ella si me fallan las previsiones.
_ No seas impaciente que esto no hace
más que comenzar y aun no sabemos cómo nos puede sorprender, yo no veo a
Ángela, igual no ha venido, con lo cual tendré que apretarme en los bailes con
alguna otra amiga que se preste. Ya veremos, que caldeado está el ambiente_
Asintió Elio, sin preocupación, dado que la noche comenzaba entonces y se sabía
sobrado de posibilidades de gasto de zapato en la pista.
José Guardiola, cantaba con su voz
acaramelada la canción de las “dieciséis
toneladas”, un fox trop estupendo que en su voz aun se hacía más seductora
y tanto si tenias bien abrazada a alguna de esas guapas chavalas, que te
marcaban el paso y de vez en cuando. En ocasiones y, a su entender, te frenaban
con las manos en los hombros para que no te apretaras tanto, no traspasaras la
línea “Maginot”, o como escusa para que siguieras apretando y no perdieras el
tiempo.
Sin palabras, solo fuerza de tanto en
vez, pero tampoco sin que fuera una pelea por conceder o denegar terreno corporal. Eran humanos y la música
amansa las fieras, y un abrazo bien llevado consigue que la efigie más helada,
se derrita entre gozos y suspiros. Un perfume bien guiado, hace milagros de tan
cerca, una piel bien acariciada y en tan excelente ambiente, permite que te
mueras a chorros por espacio de dos minutos y te quede fuerza para sobrevivir y
seguir bailando.
La vista de Elio, subió los escalones
y allí estaban esperando las dos gemelas, rubiales y de mediana altura, con
unas piernas que de momento no divisaba, pero que imaginaba fácil, su cara
álgida, su cabello sobre los hombros, sacando dos pechos, que parecían duros como
un yunque, al rojo vivo. Descollando un algo en aquel escote “palabra de honor”
que no se podían resistir los ojos de cuantos tropezaban con aquel dibujo.
Los dos amigos, vieron la estampa al
unísono y Juan incluso quiso dejar a Manuela, para más tarde por si las cosas
le salían mal, solo se miraron y resolvieron entre ellos la única duda_
¿Derecha o izquierda? _ Izquierda para mí, aclaró Elio y los dos amigos fueron
a cazar al anfiteatro superior.
El estribillo de la canción se
escuchaba y muchos de los asistentes al ser una melodía tan pegadiza, la
tarareaban o silbaban entre dientes, mientras los dos amigos ascendían
jadeantes y directos para llegar a la altura de las dos estupendas señoritas,
que esperaban concedieran baile y a su vez ellas poder elegir en pro o quedarse
con la silueta y escolta de sus padres y abuelos que resguardaban a sus rubias
y eran divisadas ya por los dos aliados desde la lejanía.
Las dos mellizas, que a la vez estaban
cazando al descuido con cuidado, sin llamar la atención, pero sin que la
atención les traicionara, notaron el movimiento de los linces que con
rapidez subían desde las localidades más
bajas en busca de cobrar las dos gacelas expectantes y dispuestas. Un
movimiento sexy de ellas, las traicionó, se cambiaron el peso del cuerpo de
pierna y ese detalle frenó algo a Elio, que sujetando a Juan, apaciguó en su
ascenso imparable_. Déjalas que nos miren, que ya nos han visto. Frena un poco
y llegamos con el aliento normalizado, que no se nos note, lo salidos que vamos,
las ganas que tenemos de ligarlas_, apuntó Elio, y mostrando una sonrisa Juan,
aprobó la idea de su colega.
Aquella inclinación sexy adoptada por
las señoritas, no les pasó desapercibida a la madre y a la abuela de las mismas
que estaban bien sentadas tras de ellas, y serenas, viendo el cerco que pronto
iba a suceder en cuanto al perímetros que ellos ocupaban_. ¿Has visto Herminia,
lo que yo estoy viendo?_ preguntó la abuela a la madre de las chicas.
_ Depende madre, de lo que usted esté
mirando, yo he visto tres o cuatro movimientos de ajedrez, que acabaran en
jaque a las reinas. Aunque desde aquí veo, son los dos muy bajitos y parece
visten con ropa muy sencilla, ¿No cree usted madre?
_ Déjalas elegir a ellas hija, que ya
tienen edad para tener acompañante, a ver si con tus idioteces, de la clase y
del dinero, se van a quedar mis nietas, sin hombre que las baile y las brinque.
Los dos respetables que flanqueaban a
las gemelas, el padre y el abuelo, tras las dos féminas, iban mirando a las
chicas de otras mesas saboreando del puro que estaban fumando y relamiéndose de
todo el espectáculo musical, que escuchaban y que veían.
De pronto, las dos hermanas, dejaron
de ver a Elio y a Juan, se habían perdido entre la muchedumbre y parecía se los
había tragado la tierra. Otra inclinación de desolación repitieron las dos a la
vez, mirándose entre ellas y chasqueando los labios, pensando que fue una
ilusión, la llegada de aquellos bailarines en su verbena de fiesta mayor.
Iban a comentar el detalle de lo
ocurrido, cuando de pronto y por detrás de ellas, aparecieron los dos aspirantes
para conquistarlas, Elio según habían previsto se dirigió a la izquierda y Juan
a su derecha, instando el baile, después de presentarse debidamente. A la vez que
ya estaban a punto de derrocharse las diez y seis toneladas. Título de la
canción escuchada entre los compases finales.
_ ¡Hola buenas tardes! Soy Elio y
quiero preguntarte, si querrías bailar conmigo la próxima pieza.
En paralelo semejante pregunta ofrecía
Juan a Giovanna, hermana de Gisela, que
se miraba a su amigo, provocativa y echaba los tejos sin tapujos para que la
viera a las claras.
_ ¡Buenas tardes rubia! ¿Salimos a bailar la próxima canción?_
interrogó Juan con una sonrisa atrayente_. ¡Sí! pero tú bailarás con mi
hermana, si no te importa y yo lo haré con tu amigo. Por cierto, ¿cómo te
llamas, lo has dicho? _ preguntó Giovanna, remirándolo desde arriba abajo y sin
dejar de examinarle todo lo de bonito encontrado.
Elio escuchó la conversación al estar
tan pendiente y cercanos los cuatro, que no pudo aguantarse y preguntar con una
risa hiriente y evitando que Juan respondiera sin pensar_ ¿Qué diferencia,
podría encontrar Juan o yo_ soy Elio_, en elegir a una de vosotras, cuando sois
dos gotas de agua? Refulgentes y tan guapas_, remató sus palabras Elio, con
simpatía.
_ Por eso, la preferencia de Giovanna,
es que la acompañes tú ¿Elio? Dijiste, ¿te llamas?_ quiso afirmar Gisela el
haber entendido el nombre del joven y si somos tan exactas_, ¿Juan; es tu
gracia? No ha de encontrar diferencia en nosotras.
La canción que cantaba José Guardiola,
finalizó y las hermanas habían decidido quien las sacaba a la pista.
Los amigos dispuestos a dejarse llevar
por ellas, con tal de bailar y de disfrutar de sus cuerpos. Lo que fuera, como
si se hubiera puesto a tiro la madre de ellas, que además estaba para coger pan
y mojar. Nada desdeñable y muy hirviendo.
Se enredaron en la pista central,
entre el ritmo y voz de Guardiola, el roce de sus cuerpos y el ambiente, los apretones, los besos robados,
las manos que subían y bajaban por la espalda de las gemelas que permitían ese
tráfico lento y en total acepción, sin importarles que sus familias les
esperaban en el palco de aquel coqueto paraninfo.
Fue para ellas una aventura más. El
tiempo pasaba y cuando se encontraban en el Ateneo, solo se miraban y sonreían,
sin llegar a bailar de nuevo, aquella canción preciosa de las “Dieciséis
toneladas”
Hasta que encontraron a los maridos
que tenían diseñados desde su cuna. Ellos, siguieron conquistando a todas las
que se dejaban seducir, igual hasta que un día tropezaron, con las mujeres que
los llevarían al compromiso. Les harían felices a su manera, engordar unos
kilos y aguantarse durante décadas los defectos.
Marcada quedó, como premonición para los cuatro aquella canción llamada “Diez
y seis toneladas, que cantaba aquella noche José Guardiola. En el Ateneo.
Dieciséis años de matrimonio le duró la
seguridad de una familia feliz a Elio, tras ser despachado por su mujer, por putero,
alcohólico y ludópata. Acabando en el Psiquiátrico de la carretera que va a la
Colonia Güell. Hasta encontrarle colgado de una ventana con su propio cinturón.
A la guapa Giovanna la detuvieron en
el aeropuerto de El Alto de la capital de Bolivia, La Paz, con diez kilos de
cocaína, cayéndole diez y seis años de
condena, los cuales no llegó a cumplir por morir en extrañas condiciones en una
reyerta entre presos.
Juan entró a trabajar en las filas de
El Corte Inglés de Barcelona y se casó con una de sus compañeras, teniendo su
primer hijo a los diez y seis años de matrimonio, cuando ya no esperaban
descendencia. Ahora son felices en el barrio de Sant Andrés del Palomar de
Barcelona.
Gisela, sigue feliz casada con un
vendedor de automóviles de la marca Opel, viviendo en su casita en los
“Canons”, con sus cuatro hijas y sus diez y seis nietos.
A sus sesenta y cinco años, aún tiene
en su Smartfone el sonido de aquella bonita canción de las “Dieciséis
toneladas”
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