sábado, 17 de mayo de 2014

Bailas conmigo



Llegadas estas fechas de mayo del año 1968, hace más de cuarenta y cinco años, recordaba nuestro amigo sus andanzas por el Ateneo de Sant Boi, cuando las muchachas esperaban todas, tan peinadas y preciosas, con la espalda pegada en la pared, para no perderse nada y para divisar de primera mano y de cerca todos los solteros que entraban buscando baile.

Otras que reservaban mesa en los jardines, sentadas en los acomodos de la gran pista veraniega, a la espera de la actuación de Antonio Machín, Andrew Castel, Dyango, Formula V, Los Brincos, quizás un poco más tarde Juan Pardo, o cualquiera de los conjuntos estupendos que estaban de moda aquella temporada. La década portentosa para muchos abuelos de ahora. El movimiento llamado actualmente Época y música Vintage.

Para sacar a bailar a una señorita debías ser un tipo formal, simpático y si podía ser cuanto más guapo mejor, ellas eso lo consideraban muy mucho en la intimidad, con sus amistades, lo comentaban_, has visto ese tío tan bueno, que ha entrado con esos zapatos de charol, y esos ojazos negros_, nunca lo reconocían pero era una preferencia que ellas meditaban y para los hombres un pasaporte para poder bailotear _ arrimar el apio_ toda la tarde si tenias esa suerte.

Si solo eras simpático y te conocían de otras tardes, y tenías coche pues a lo mejor te comías un rosco. Las llaves debían verse o por lo menos escucharse en su sonido dentro del bolsillo de la americana.

Siempre que a ellas no se les acercaba su príncipe, miraban al que se hincaba frente a ellas_ esperando el nene que les gustaba, al que le tenían el ojo echado y con el que se hubieran pasado la vida abrazados.
Como notaran que se escapaba la tarde sin poder salir a la pista central, para por lo menos bailar una pieza, dejarse ver entre sus detractoras, que todas tenían, buscaban un plan sustitutorio y accedían a bailar con el que llegara, sin verificar todas las condicionantes.

Sus amigas tenían que verlas bailar y disfrutar, y que sus conocidas murmuradoras  las notaran, mostrando su nuevo vestido comprado en la tienda de la Sra. Amelia, o casa Clariana. Los zapatos de Yves Sant Laurent, que compraron en calzados Mari Carmen, o el pañuelito del cuello adquirido en la Riteta.


Había otras condicionantes para tener una tarde completa de ritmo, sin embargo entre los normales, los que no eran bellos, lo más crucial es lo asentado. Detalles que llevaban a raja de tabla y algunas, preferían volverse a su casa sin bailar, que hacerlo con cualquier tipo

Era imperativo fueras con corbata, sin esa prenda colgando no entrabas en el salón. El que llevaras los zapatos enlustrados y brillantes, y por supuesto afeitado del día y limpito, oliendo a agua Brava de Puig, o aquella loción famosa que existía marca Floid, preceptivo y concluyente. Buenos modales aparentes y visibles, destacados, y siendo un caballero, o por lo menos intentando parecerlo.

Los varones debían ir al encuentro de las damas y solicitar el baile, con adiestramiento, sin gestos lejanos, muy de cerca, sin pasarse. Ellas debían escuchar el tono de tu voz, y a la vez oler tu fragancia, con sus ráfagas de enfoque y sus pituitarias perfiladas.
Darte el visto bueno necesario para que después, según y cómo algunas que iban acompañadas de sus padres, te vieran formal, generoso, galante, educado. A la vez los padres y con un gesto corporal casi invisible, mandaban a sus niñas, el beneplácito y sabían ellas, si tenían un aprobado para que su pretendiente pudiera cogerlas por la cintura o despacharlo sin más y se fuera a vestir Santos.

Si los solicitantes varoniles, comenzaban a pedir baile a la primera muchacha, que estuviera apostada o acompañada en una hilera entre diez o quince jóvenes,  si ésta decidía decir ¡No!, las demás por el efecto dominó te negaban el abrazo y deseo de danzar, y te quedabas con dos palmos de narices, haciendo la pregunta a las demás, pero sabiendo que tenias muy pocas probabilidades de saltar a la pista con alguna de las mozas indagadas, porque te negaban el baile incluso antes de mirarlas y solicitarlo. Normalmente daban razón a la que juzgaba primero.

Aquella tarde noche verbena del veinte de mayo. Fiesta Mayor, Juan y Elio, amigos de toda la infancia, entraron al baile, tras pagar la entrada de cincuenta pesetas, accediendo por aquellas anchurosas escalinatas a la gran y esplendida pista central de verano. ¡Qué gozo! ¡Maravilla para la vista! Tanta chica guapa, tanto bálsamo Chanel número cinco distraído de la botellita de perfume de sus mamás, para la atracción de aquel incauto que cayera en sus redes. La música que sonaba sugerente y al aparecer por la bocana de entrada, todas, y digo ¡todas! te veían asomar incluso aquellas que estando ya en la pista bailaban sin interés y sin estar concentradas con algún bailarín de esos llamados eventuales que algunas jovencitas tenían en reserva por si su preferido no aparecía.

_ ¡Dios mío! cuanta monería de chicas, que sensación te entra en el cuerpo al ver tanta lozanía_ decía Juan presupuestándose la noche con alegría y encanto_ No lo ves Elio, qué de chavalas guapas y con ganas de meneo que esperan. Ya veo a Manuela, se hace la despistada, pero ya me ha visto. ¡Fijo! que esta verbena, bailo y me aprieto a ella si me fallan las previsiones.

_ No seas impaciente que esto no hace más que comenzar y aun no sabemos cómo nos puede sorprender, yo no veo a Ángela, igual no ha venido, con lo cual tendré que apretarme en los bailes con alguna otra amiga que se preste. Ya veremos, que caldeado está el ambiente_ Asintió Elio, sin preocupación, dado que la noche comenzaba entonces y se sabía sobrado de posibilidades de gasto de zapato en la pista.

José Guardiola, cantaba con su voz acaramelada la canción de las “dieciséis toneladas”, un fox trop estupendo que en su voz aun se hacía más seductora y tanto si tenias bien abrazada a alguna de esas guapas chavalas, que te marcaban el paso y de vez en cuando. En ocasiones y, a su entender, te frenaban con las manos en los hombros para que no te apretaras tanto, no traspasaras la línea “Maginot”, o como escusa para que siguieras apretando y no perdieras el tiempo.

Sin palabras, solo fuerza de tanto en vez, pero tampoco sin que fuera una pelea por conceder o denegar  terreno corporal. Eran humanos y la música amansa las fieras, y un abrazo bien llevado consigue que la efigie más helada, se derrita entre gozos y suspiros. Un perfume bien guiado, hace milagros de tan cerca, una piel bien acariciada y en tan excelente ambiente, permite que te mueras a chorros por espacio de dos minutos y te quede fuerza para sobrevivir y seguir bailando.

La vista de Elio, subió los escalones y allí estaban esperando las dos gemelas, rubiales y de mediana altura, con unas piernas que de momento no divisaba, pero que imaginaba fácil, su cara álgida, su cabello sobre los hombros, sacando dos pechos, que parecían duros como un yunque, al rojo vivo. Descollando un algo en aquel escote “palabra de honor” que no se podían resistir los ojos de cuantos tropezaban con aquel dibujo.

Los dos amigos, vieron la estampa al unísono y Juan incluso quiso dejar a Manuela, para más tarde por si las cosas le salían mal, solo se miraron y resolvieron entre ellos la única duda_ ¿Derecha o izquierda? _ Izquierda para mí, aclaró Elio y los dos amigos fueron a cazar al anfiteatro superior.

El estribillo de la canción se escuchaba y muchos de los asistentes al ser una melodía tan pegadiza, la tarareaban o silbaban entre dientes, mientras los dos amigos ascendían jadeantes y directos para llegar a la altura de las dos estupendas señoritas, que esperaban concedieran baile y a su vez ellas poder elegir en pro o quedarse con la silueta y escolta de sus padres y abuelos que resguardaban a sus rubias y eran divisadas ya por los dos aliados desde la lejanía.

Las dos mellizas, que a la vez estaban cazando al descuido con cuidado, sin llamar la atención, pero sin que la atención les traicionara, notaron el movimiento de los linces que con rapidez  subían desde las localidades más bajas en busca de cobrar las dos gacelas expectantes y dispuestas. Un movimiento sexy de ellas, las traicionó, se cambiaron el peso del cuerpo de pierna y ese detalle frenó algo a Elio, que sujetando a Juan, apaciguó en su ascenso imparable_. Déjalas que nos miren, que ya nos han visto. Frena un poco y llegamos con el aliento normalizado, que no se nos note, lo salidos que vamos, las ganas que tenemos de ligarlas_, apuntó Elio, y mostrando una sonrisa Juan, aprobó la idea de su colega.

Aquella inclinación sexy adoptada por las señoritas, no les pasó desapercibida a la madre y a la abuela de las mismas que estaban bien sentadas tras de ellas, y serenas, viendo el cerco que pronto iba a suceder en cuanto al perímetros que ellos ocupaban_. ¿Has visto Herminia, lo que yo estoy viendo?_ preguntó la abuela a la madre de las chicas.
_ Depende madre, de lo que usted esté mirando, yo he visto tres o cuatro movimientos de ajedrez, que acabaran en jaque a las reinas. Aunque desde aquí veo, son los dos muy bajitos y parece visten con ropa muy sencilla, ¿No cree usted madre?

_ Déjalas elegir a ellas hija, que ya tienen edad para tener acompañante, a ver si con tus idioteces, de la clase y del dinero, se van a quedar mis nietas, sin hombre que las baile y las brinque.

Los dos respetables que flanqueaban a las gemelas, el padre y el abuelo, tras las dos féminas, iban mirando a las chicas de otras mesas saboreando del puro que estaban fumando y relamiéndose de todo el espectáculo musical, que escuchaban y que veían.

De pronto, las dos hermanas, dejaron de ver a Elio y a Juan, se habían perdido entre la muchedumbre y parecía se los había tragado la tierra. Otra inclinación de desolación repitieron las dos a la vez, mirándose entre ellas y chasqueando los labios, pensando que fue una ilusión, la llegada de aquellos bailarines en su verbena de fiesta mayor.

Iban a comentar el detalle de lo ocurrido, cuando de pronto y por detrás de ellas, aparecieron los dos aspirantes para conquistarlas, Elio según habían previsto se dirigió a la izquierda y Juan a su derecha, instando el baile, después de presentarse debidamente. A la vez que ya estaban a punto de derrocharse las diez y seis toneladas. Título de la canción escuchada entre los compases finales.

_ ¡Hola buenas tardes! Soy Elio y quiero preguntarte, si querrías bailar conmigo la próxima pieza.

En paralelo semejante pregunta ofrecía Juan a Giovanna,  hermana de Gisela, que se miraba a su amigo, provocativa y echaba los tejos sin tapujos para que la viera a las claras.
_ ¡Buenas tardes rubia!  ¿Salimos a bailar la próxima canción?_ interrogó Juan con una sonrisa atrayente_. ¡Sí! pero tú bailarás con mi hermana, si no te importa y yo lo haré con tu amigo. Por cierto, ¿cómo te llamas, lo has dicho? _ preguntó Giovanna, remirándolo desde arriba abajo y sin dejar de examinarle todo lo de bonito encontrado.

Elio escuchó la conversación al estar tan pendiente y cercanos los cuatro, que no pudo aguantarse y preguntar con una risa hiriente y evitando que Juan respondiera sin pensar_ ¿Qué diferencia, podría encontrar Juan o yo_ soy Elio_, en elegir a una de vosotras, cuando sois dos gotas de agua? Refulgentes y tan guapas_, remató sus palabras Elio, con simpatía.

_ Por eso, la preferencia de Giovanna, es que la acompañes tú ¿Elio? Dijiste, ¿te llamas?_ quiso afirmar Gisela el haber entendido el nombre del joven y si somos tan exactas_, ¿Juan; es tu gracia? No ha de encontrar diferencia en nosotras.

La canción que cantaba José Guardiola, finalizó y las hermanas habían decidido quien las sacaba a la pista.
Los amigos dispuestos a dejarse llevar por ellas, con tal de bailar y de disfrutar de sus cuerpos. Lo que fuera, como si se hubiera puesto a tiro la madre de ellas, que además estaba para coger pan y mojar. Nada desdeñable y muy hirviendo.

Se enredaron en la pista central, entre el ritmo y voz de Guardiola, el roce de sus cuerpos y  el ambiente, los apretones, los besos robados, las manos que subían y bajaban por la espalda de las gemelas que permitían ese tráfico lento y en total acepción, sin importarles que sus familias les esperaban en el palco de aquel coqueto paraninfo.

Fue para ellas una aventura más. El tiempo pasaba y cuando se encontraban en el Ateneo, solo se miraban y sonreían, sin llegar a bailar de nuevo, aquella canción preciosa de las “Dieciséis toneladas”


Hasta que encontraron a los maridos que tenían diseñados desde su cuna. Ellos, siguieron conquistando a todas las que se dejaban seducir, igual hasta que un día tropezaron, con las mujeres que los llevarían al compromiso. Les harían felices a su manera, engordar unos kilos y aguantarse durante décadas los defectos.



Marcada quedó, como premonición  para los cuatro aquella canción llamada “Diez y seis toneladas, que cantaba aquella noche José Guardiola. En el Ateneo.
Dieciséis años de matrimonio le duró la seguridad de una familia feliz a Elio, tras ser despachado por su mujer, por putero, alcohólico y ludópata. Acabando en el Psiquiátrico de la carretera que va a la Colonia Güell. Hasta encontrarle colgado de una ventana con su propio cinturón.

A la guapa Giovanna la detuvieron en el aeropuerto de El Alto de la capital de Bolivia, La Paz, con diez kilos de cocaína,  cayéndole diez y seis años de condena, los cuales no llegó a cumplir por morir en extrañas condiciones en una reyerta entre presos.

Juan entró a trabajar en las filas de El Corte Inglés de Barcelona y se casó con una de sus compañeras, teniendo su primer hijo a los diez y seis años de matrimonio, cuando ya no esperaban descendencia. Ahora son felices en el barrio de Sant Andrés del Palomar de Barcelona.


Gisela, sigue feliz casada con un vendedor de automóviles de la marca Opel, viviendo en su casita en los “Canons”, con sus cuatro hijas y sus diez y seis nietos.

A sus sesenta y cinco años, aún tiene en su Smartfone el sonido de aquella bonita canción de las “Dieciséis toneladas”

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