Esta historia conecta con la última entrega
Para recordatorio de otras. ver el links de la última publicada
http://emiliomorenod.blogspot.com.es/2014/04/el-water-cosmico-quitatelas.html
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Manolo
conocía a Metchild tan solo por foto, nunca había estado a su vera, jamás había
apreciado de su olor corporal, no tenía ni idea de cómo se movía en distancias
cortas, ni siquiera en grandes trechos. No conocía su resonancia ni contraste,
a pesar de haber hablado vía teléfono y notar su tono por teléfono o por video
conferencia, no es igual timbrar y modular la voz al lado de la persona, que a
miles de kilómetros de distancia. Ni la percepción es la misma, ni los detalles
de cercanía se ven en estas condiciones.
No
sabía lo que era decirle un piropo al oído, ni compartir sonrisas. Notar su
silueta, ver la sombra de su figura al rondar junto al paseo marítimo, sentarse
en la cafetería a compartir un aperitivo, apretarle las manos debajo de la
mesa, o tocarle las rodillas de forma furtiva mientras veían una película de
estreno en el cine de la barriada.
De
los cinco sentidos que usan los humanos, Manolo y Metchild, solo habían ejercido
el de la vista al mirarse y nunca en directo, con unas horas de diferencia,
siendo una imaginación lo que había de transmitir el trámite real, al no haber
estado juntos jamás en la misma estancia, se conocían muy bien por imagen
derivada del video o de alguna foto.
El
oído también podía ser contrastado con algún matiz, pero el olfato y el tacto, ¡jamás!
El gusto, lo tenían simultáneo y comprobado de forma virtual, a lo lejos por lo
que sí se podía predisponer de alguno de los sentidos en positivo, aunque
fuesen diferidos.
Manolo
quería dar una impresión concreta. La de buen hombre en principio, la de
persona honrada, educado y servicial y sobre todo quería demostrarle todo aquel
apego, que le había dispensado en este tiempo que habían compartido, cartas,
llamadas y conceptos ilusorios.
No
era un tipo “diez” en aspecto, ya que no tenía una planta de modelo de
pasarela, tampoco era un adefesio, pero dejaba mucho que desear si se comparaba
con ese tipo de hombres.
Alto
y muy flaco algo desgarbado, siempre vestido con traje, muy pulido y limpio,
agradable, bastante calvo, y con una educación fuera de lo normal, trato
preferencial a los semejantes y exquisito con las mujeres. Dado que era
profesional del comercio y estaba preparado para ello, sabía comportarse y como
preparar las palabras para que gustasen, siempre que él así lo dispusiese.
Tampoco
era lerdo y contaba con un carácter genuino que no podía desplazar ni aparcar
en momentos de rabia y furor, ya que iba implícito con sus genes.
Había
balbucido entre él y su pensamiento, como iba a ser la primera impresión al
encontrarse con Metchild, cuando apareciera, donde debía mirar, donde llevar
sus pupilas, y donde le gustaría a él, que ella fuese a fijarse. Pocas
prebendas tenía en su mano para poder ofrecer, ya que no estaba en su casa, y
en un hotel no disponía de todos los recursos, aunque pensó en que cuando
entrara la mujer, se quedara buscándole con la mirada.
Aunque
lo hiciera disimulado y no lo ubicara en principio, que le fuese difícil
localizarle, hasta que él mismo se le acercara y le susurrara al oído.
Por
lo que decidió esperarla fuera de la sala del comedor, y hacer la entrada
compartida con ella, sin que pudiese imaginar que la persona que ella buscaba,
no estaba en el interior del recinto donde habían quedado en un principio.
Procuró
situarse en una mesa fuera del recibidor principal del Hotel Los Robles y en
uno de los accesos externos de la recepción de los clientes, se acomodó en una
de las mesas y solicitó un café cortado mientras veía pasar no a demasiada
distancia desde donde estaba acomodado, todas las personas que entraban y
salían de aquel complejo hotelero.
Metchild,
hacía unos minutos le había mandado un mensaje por whatsApp con la apostilla de
que ya salía de la oficina y que en poco estaba para conocerle, que estaba muy
nerviosa, y que tenía unas ganas enormes de abrazarle.
Le abordaron
a Manolo, todos los recuerdos inmediatos por su cabeza, su modo de conocerla,
la casualidad de la vida, los momentos que parecen sean fabricados para que las
personas se encuentren en los lugares más insospechados, y con las distancias
más anormales.
Individuos
que sin conocerse de nada, llegan a intimar y a formalizar esas ilusiones que
no siempre quedan en un tintero, esperando que alguien las describa. Al
vendedor de la empresa Schissen Lecker, le importaba muchísimo poder
vender cuantos más equipos del afamado
Kosmische Wasser, por aquel sentido de la responsabilidad que siempre tenía, y
por las suculentas ganancias en comisiones y desplazamientos que le suponían, pero
lo que realmente le había movido a hacer ese largo viaje a las Américas era el
poder conocer a Metchild, de una forma agradable y sin tener que preparar viaje
expreso para tal motivo.
Con
lo que pensaba con agrado que el destino le había favorecido y le ponía los
detalles y situaciones en franquicia para conocer por casuística ideal y
propiciatoria a su amiga.
Dejándose de remordimientos, de pesares y de
gastos innecesarios en el caso de no llegar a buen puerto en ese encuentro y no
tener un desvelo si no fuese lo que esperaba.
Metchild
tampoco quería dejarse sorprender por nadie, era una mujer resoluta y estaba en
la página actual de la vida, activa y decidía, jamás dando por perdido ni un
resquicio de posibilidad en su devenir, ni en su felicidad. Atractiva y
desenvuelta, sin querer dejar al azar esa primera entrevista, con aquel hombre
que ella creía podía ser su media creencia y comenzar una historia tan bonita
como arriesgada.
Extranjero,
español para más señas, con solo referencias fortuitas de nada que fuera
oficial, buen vocabulario, mejores deseos, primorosos requiebros y sensaciones
impensables, tampoco hacían que Metchild se dejara perder por tan poca reserva
y tan poco brillo. Toda precaución es poca, cuando se trata de la intimidad y a
pesar de que el corazón le decía algo diferente, su cabeza le abocaba a llevar
el más absoluto de los cuidados y la más exigente de las cauciones.
Descendió
del piso sexto de las oficinas del Banco de Fianzas de Managua y justo en la
puerta, la esperaba su amiga Carlota, una mujer de su misma edad, con la que
había compartido lo mejor de su juventud y de sus regocijos. Cuantas Toñas, se habían bebido mientras
disfrutaban de la noche de Managua, de las diversiones y placeres que les regalaba la vida, de los pretendientes
y de los amores que habían pasado por sus vidas, sin dejar ninguno, esa huella auténtica
que les atara a ellos.
La
de secretos que compartían las dos mujeres amigas, que igual de tanto roce se
les podía relacionar de hermanas.
Carlota
una mujer, tan o más guapa que Metchild, ya que ésta era totalmente autóctona
de la misma Nicaragua. Tica auténtica, galana y sensual, morena, espigada y
bien proveída, muy lista y agradable que pasaba muy bien por las medidas de
cuerpo y altura que tenia Metchild.
Al
encontrarse en la recepción del negociado, para ir a desarrollar aquella acción,
las dos se miraron prudentes y no pudieron por más que sonreír y pensar entre
ellas ¡Que vamos a hacer!
_
¿Estás segura del paso que das?_ Le dijo a Metchild su amiga Carlota, riendo y
con una picardía atroz, disfrutando de lo que su amiga le había propuesto
representara.
_
Carlota, ¡Él! ¡Me gusta! pero no le conozco de nada, es muy chic, y educado a
distancia, pero y si es mentira, y si la foto que me mostró no es la suya, y si
no corresponde la imagen que llevo de él, con la que me mostró, y si el tal
Manolo es un fraude, no es de mi agrado, ¡Qué pasa!, como le digo ¡adiós muy
buenas!
Así
si vienes tú, entre que hacemos este interludio yo le veo, me da tiempo de
pensar y de sentir y si ya de entrada no me llega, te llamo por teléfono y me
lo pasas y yo misma le digo que no es mi tipo. Salimos de ahí de forma elegante
y educada, sin tener que dar disgusto ni montar un escándalo a Manolo ni a
nadie.
_
Sobre todo Metchild, no seas cruel, no dejes tampoco que te gane la pena o el
remordimiento, ni concretes nada, es muy pronto para que te comprometas, si es
que llega ese punto. No entiendo cómo te
has enredado con una persona de tan lejos, cuando aquí tienes los
partidos que quieras. ¡Lo sabes! _, opinó Carlota, mientras tomaban un taxi y
se disponían a llegar a las puertas del Hotel Los Robles.
_ ¡Pues!
…Como te lo diría yo Carlota_ dijo
Metchild con ese agrado que ella compartía con los demás, con esa franqueza y
alegría_ No es un tipo gracioso, ni guapo, ni extraordinario, pero tiene algo,
que no sé… pero me encanta, me ha ganado
al cabo de este tiempo.
Por
no presumir de nada, por no ser capaz, según él, de conseguir la meta, por no
entretenerle lo que a los demás les divierte. Está para divorciarse, si no lo
ha conseguido ya. No tiene hijos ni además vea que le gusten, no es chulo ni
apasionado, es de lo más gris del mundo, sin embargo tiene alguna gracia oculta
que me pone.
_
Bien amiga Metchild, ya veremos en qué queda todo, ya hemos llegado y déjame
volver a ver la foto suya, para que la memorice.
El
taxi llegó a la misma puerta del Hotel, y Carlota recogió la foto de Manuel García
de la Serrana, mientras Metchild abonaba lo marcado por el taxímetro y las dos
se dispusieron a entrar de forma disimulada, por si el señor Manolo, había
dispuesto a su vez alguna treta, que las desorientara.
Las
dos mujeres, habían ocultado su cara con unos anteojos de sol, de los que son
superlativos y vestían muy a la moda, llamando la atención por sus piernas extremadamente bonitas y por su
talle, que no dejaba a nadie sin retorcer el cuello al pasar, para mirarlas.
Carlota
se separó algo de su amiga y comenzó a representar su papel, caminando con su
contorneo femenil hacia el acceso del complejo hotelero y accediendo al mismo,
mientras Metchild, se retrasaba según lo acordado y entrando por otro lugar
Continuará
To
be Continued
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