Erase una
vez una doncella, atractiva, con una sonrisa agradable y cándida y una mueca
tan sublime que encandilaba a todo el que con ella coincidía, sin embargo
estaba tan triste como una amarga censura.
¿Tenía motivos?
para estar en esa tesitura. ¡No! Aunque ella creía en sus adentros que era una
desgraciada porque, la vida la había puesto en un escenario diferente al que a
ella le hubiese gustado vivir.
No tenía acceso a
lujos, ni a grandes cenas, ni pensar en príncipes de novela, o aventuras de fábula
con zapatitos de cristal. Tenía una vida sedentaria instruyendo a los pequeños,
por la profesión que había elegido, de maestra de escuela primaria y con ello
alimentaba a su hijo que feliz crecía con el arrobo de su familia.
Un día comenzó su
cuento. Sin imaginarlo casi, provocó una estela de luces y junto con su amiga
decidieron escapar de la rutina, de la falta de aquello que no encontraban a
pesar de tenerlo cerca y no verlo. Dejando familiares cercanos, amigos leales,
hijos legítimos y todos los recuerdos imborrables que se coleccionan.
Su amiga
inseparable, pensaba en los mismos alucines y ambas estaban insatisfechas con
lo poco que decían ellas que poseían…, con lo escaso que da la tierra para
vivir en familia dentro de su comunidad.
No habían lujos, no
habían comodidades, no había gozo, ni abundancia, no tenían más que salud,
cariño y tranquilidad.
Todo lo que les
rodeaba, era mínimo, lo encontraban pobre, escaso para lo que ellas pretendían.
Los mismos chicos, las mismas fiestas, lo aburrido de su barrio. Se les había
quedado pequeño y ellas necesitaban engrandecer sus pretensiones y abanderar el
lujo para su bien y el de sus familias.
La inexperiencia,
el convivir con sus padres y su hijito de cinco años en el lugar de siempre, el
creer que marchando fuera de sus posibles, la fortuna le visitaría y sin
esfuerzo conseguiría el lujo de aquellas películas que les llegaban al poblado
desde la capital, de tanto en vez donde todo es exuberancia coloreada y amor
romántico.
Todo cuanto sus
progenitores en cuarenta años de trabajos en la tierra no consiguieron.
No fue demasiado
difícil dejar su cultura, los esfuerzos, las complicaciones y las obligaciones
básicas y tomar una decisión tan poco pensada, tan escuetamente fraguada, sin
tomar precauciones, sin contar con una opción por si esa medida no fuera la
ideal; poder volver hacia atrás.
Para ellas, fue
mejor no pensarlo y hacerlo, aun y sin tener puestas las redes del riesgo amenazador,
o el dinero para el pasaje de vuelta.
Las dos chicas, se
echaron a la aventura y consiguiendo el pasaje de forma inexplicable, pudieron
comprar dos boletos en ese avión de las dos de la madrugada. El llamado “Golfo
de los Mares”, que despegaba cada martes de la capital con rumbo a Madrid. Ese
viaje que según dicen algunos que lo han sufrido, es el que les lleva a
disfrutar de la felicidad a chorros.
En el término del
aeropuerto, una de ellas se quedó con la miel en los labios y la rabia en las
entrañas. No pudo pasar, los nervios la traicionaron y no supo responder a las
preguntas hechas por el empleado de fronteras, quedándose en puertas sin poder
partir. Hasta pasados cuatro meses, repitiendo la misma vivencia y los mismos
miedos.
Ella con su
vergüenza atada y su miedo impenitente, logró pasar la barrera. Su amiga, quedó
pensando en el arrebato de haberse quedado a la espera de su libertad a la
sombra de su condena. Jurando que lo volvería a intentar hasta que pudiese
lograr su sueño. Se miraron en la lejanía y los ojos dijeron lo que por norma
dicen las palabras. Una despedida triste y muy amarga, que se rompía y que ya
no se ajustaba a los primeros planes ni a las metas previstas.
La joven, la de la
sonrisa agradable, mantuvo la calma y de una forma poco convencional y vestida
acorde a una mujer mayor de lo que era, logró evitar con creces y desenvoltura
pasando los controles de forma cínica e insolente encontrándose sola en el
asiento del “Golfo”, aquel avión que iba a despegar en poco tiempo y le
llevaría a encontrar lo que el destino le tenía dispuesto.
La joven voló desde
su fantasía y con ese itinerario hacia Madrid, hubiera sido igual llegar a Paris
o Roma. Con lo puesto y poco más, sin rumbo, sin amigos, solo le acompañaba la
nada de no saber donde pararía, ni que ocurriría al llegar al destino de su
vuelo. Tan solo podía llamar a una puerta conocida de una tía suya, a la que
hacía muchos años había emigrado de su casa, y no les unía relación alguna.
Desde su lugar de
origen al punto de llegada, nadando hubiese necesitado engendrarse en un
tiburón y surcar los océanos y mares que hay entre esos dos destinos, para volver
a su casa volando imposible, porque no tenía alas, ni previsión en que algún
milagro la convirtiese en paloma. Llegar caminando inviable, no existen caminos
ni barbechos que unan esos puntos geográficos de su estadía; marchando se
tendrían que diseñar de nuevo los continentes acoplando y cambiando mares por montañas
y ríos por senderos.
Aquel avión remontó
el vuelo y tras una docena y media de horas de largo recorrido, fue a tocar
tierra, abriéndose para ella un mundo raquítico, insano y poco aconsejable,
dadas las pocas experiencias, las pocas perspectivas y las escasas
oportunidades que se le presentarían.
Dureza el llegar a
un lugar tan desconocido. Sinsabor; el
ver que no la esperaba nadie, que su amiga se había quedado y no contaba con su
compañía, ¡qué hacer!, ¡dónde vas!, una vez has entrado en una sociedad tan
distante. Tan poco apasionada por lo que le fuera a ocurrir. Nadie te atiende,
todos te miran pero a nadie le importas. Eso es la ciudad, la gran urbe donde
ella se plantó sin más.
Tras seis años de
sufrimientos, de desprecios de desazón, de ocupaciones ingratas volvía a
recorrer el trayecto pero en sentido inverso, sin nada en las alforjas, sin
condiciones de trabajo, sin papeles ni documentación de ciudadanía. Sin nada.
Con un sabor agridulce de no haber conseguido aquello que soñaba y que creyó
sería la salvación de ella y de su familia.
En su población la
esperaban con los brazos abiertos, los suyos. Su gente, sus costumbres, sus
amistades y su antiguo trabajo, el de siempre, el que dejó en una ocasión sin
paliativos y el que la esperaba tranquilo a que regresara.
Aquella amiga que
hacía unos años quedó sin poder viajar por no tener respuestas convincentes,
para salir del país aquella noche oscura en el vuelo “Golfo” hacia Madrid,
ahora estaba mal viviendo en Bilbao, en las calles de la ciudad, vendiendo
pañuelos de papel y limpiando cristales a los automóviles en los semáforos,
durmiendo en casas de acogida y sin una cucharada de sopa caliente que llevarse
a la boca. Intentando reunir lo que vale el pasaje de retorno a su casa, a su
pueblo a su vida.
Colorín y colorido,
este cuento se ha cumplido
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