martes, 11 de febrero de 2014

Tremendos calçots



El encuentro como de costumbre a las 7:30 Pm,  en la parada del bus de plaza Cataluña. El personal se arremolina unos más puntuales que otros a la espera del convoy que les ha de transportar al destino elegido para pasar el día de holganza. Este destino culinario a base de “calçots”, no es otro que el bar restaurante “L’Escalivada” en la zona del tarraconense del polígono industrial de Riu Clar.

En esta ocasión dos autocares, más de cien personas. Demasiadas para mi gusto, por aquello de las aglomeraciones, de las intervenciones imprevistas, de las prisas caprichosas y por la poca urbanidad de según qué personas que no tienen paciencia y creen que solo ellos son los que merecen un trato particular, ignorando a los que guardan su turno y respetan al prójimo. Además de la incomodidad de tener que visitar los mismos lugares, con la imposibilidad de hacerlo todos a la vez, por aquello del espacio y del tiempo. Multitudes sobradas que se ha de sufrir en estas ocasiones. Dos guías, dos modos, dos opciones, dos de todo…
No es que no sea bueno, ni inviable. Simplemente, que la película es muy diferente para cada uno de los autocares, no se pueden compartir las mismas vivencias, no se cuece la misma enjundia entre comentarios, no se aprecia por motivos obvios aquel compromiso del conjunto de la gente. Ya no digamos a la hora de las compras, el segundo autocar se queda sin atalajes porque el primero ha comprado todo y agota las existencias a los que vienen detrás.

Pero la ilusión tampoco se pierde por estos pequeños detalles que suelen pasar desapercibidos y todo sigue su marcha por las carreteras de un domingo de febrero, adormecidas, casi desérticas por las previsiones adelantadas desde el instituto meteorológico del país, que nos dieron previsiones muy adversas a lo que después deparó el día soleado y poco ventoso, el frio no existió y nos respetó la climatología de verdad. La alegría desbordante como es habitual y las risas desde la parte trasera del autocar nos llegaban a los que íbamos sumidos en una perenne escucha y disfrute de todo lo que se argumentaba.




Ya en ruta nuestro amigo Miguel Ángel, responsable del viaje del coche uno, con su agrado nos recibe y nos da la bienvenida, nos alecciona de los detalles históricos de de los lugares que visitaremos y nos engrosa el conocimiento con fechas, lugares, hechos históricos acaecidos de todos los recintos que habremos de recorrer.

El conductor del bus, Tomás, nos regala con un recorrido amplio antes de llegar al lugar donde vamos a repostar nuestros exigidos vientres, lo que significa que tomó un atajo erróneo y, dimos un rodeo maravilloso por el interior de algunas poblaciones que hacía muchos años que no visitábamos. Detalle este, que para nada molestó al personal pasajero puesto que todos íbamos inmersos en la música que ya hacía minutos sonaba y nos deleitaba de forma sublime. Sumándose a la buena temperatura de ánimo que todos llevábamos y que añadido a la simpatía de la buena gente y al agrado de muchos de los integrantes de la excursión, hacia interesante cualquier pensamiento y relajaba el espíritu.



Nuestra poetisa de la ruta,  la señora Marisol, no recitó a primera hora debido a una afonía en su garganta, que no le permitía dejarse escuchar y que más tarde con el paso del tiempo y con la estima de todos los que le atendemos nos declamó un par de poemas muy sentidos. Detalle que le agradecemos por el esfuerzo que realizó aún y a sabiendas que forzaba su propia faringe.


Recordando a Juan Carmona, amigo y poeta que este pasado diciembre nos abandonó tras una enfermedad traicionera, que se lo llevó tras no sé cuantas sesiones de quimio y radioterapia a lo largo de estos últimos años.

Desde la voz de nuestro “enterteinement” supimos donde nos ubicaríamos en el bar restaurante L’Escalivada, que sería sede del desayuno y del almuerzo. El número de mesa y quienes ocupaban dichas localidades, sin especificar los asientos, que se van ocupando a gogó_ cuantas carreras hacen algunos_, según van llegando los comensales, lo que a veces deja separados a personas que juntos hacen la expedición y no se acomodan juntos en la comida.

Una vez en el restaurant nos encontramos con el personal del bus número dos, que ellos habían llegado directamente sin perderse y,  ya ocupaban sus plazas, con un ruido estrepitoso con excesiva algarabía y una alegría rebosante que ellos dimanaban. A los recién llegados nos costó acomodarnos en nuestros distritos, por aquello que decimos, el bullicio, el descontrol y la guasa, pero ¡Sí!  Conseguimos sentarnos en los lugares que estaban libres dentro de las indicaciones que nos había ofrecido el speaker. Consumimos un buen desayuno, a base de embutidos y de traguitos de vino que sentaban bastante bien, dadas las horas y la buena voluntad que poníamos los que colocados frente a las torradas de pan de “payés” y la butifarra, desestimábamos todo aquello que era intrascendente.

Seguían las risotadas, el murmullo ensordecedor. Ya sabemos que los españoles, somos cojonudos para esto. Hacemos demasiado ruido en los lugares públicos. ¡Mucho! Tanto que por esos detalles también nos conocen.



Después a la hora de decir las verdades, igual  nos acojonamos y queremos enmascarar la realidad, o por intereses o vergüenza cínica, no somos capaces de exponer estos y otros conceptos. Con ello, los caraduras sacan partido. Por ello, como ustedes saben yo cronista, me debo a ustedes y por ello, aquí lo dejo para que cada uno, lo tome como quiera.


A lo dicho, hacemos demasiado jaleo. No lo pensamos y cada uno grita lo que puede, no hay falsa modestia y algunos disimulan pero no lo consiguen. Se nota a cien leguas quien es riguroso y evita no molestar a nadie y no hacer el ridículo.

Los pasillos entre mesas eran realmente estrechos, para ubicar los estómagos y barrigas de algunos y algunas de las excursionistas. ¡Buen provecho!  Así de bien saciaron los comensales el apetito con sus rebanadas de “pà i tomata” que no dejaron indiferente a nadie… pero que mandangas todos hacían lo que podían para entrar y salir a buscar aquello que necesitaban, o poder acceder a las plazas del excusado que debido al aforo estaban con el clásico overbooking. ¡Como lo pasamos! ¡Qué cachondeo!  ¡Qué alegría!  Para no olvidarlo el año que viene, menuda fiesta. Monumental. La gente, riendo y disfrutando a lo máximo que les daban sus mandíbulas, algo inaudito.


Después tocaba hacer tiempo, hasta la hora de los “Calçots”, donde fuese, y de la manera más practica posible, unos para el museo otros para la ermita. Lo que decíamos antes, no pudimos disfrutar de todo el ambiente de la gente por esos incordios de separarnos y mandarnos por grupos a los lugares, donde seguro hubiésemos reído a placer. Eso es lo que nos perdimos, que yo, lamento.



El tiempo a pesar de las prescripciones de la Agencia Estatal de Meteorología, fue muy bueno. No nos hizo demasiado frío, tan solo temperatura fresquita al llegar a la ermita de la “Mare de Deu de la Roca”_ Madre de Dios de la Roca_, en lo alto de una montaña de piedra cobriza, que no nos molestó en los pocos minutos que estuvimos allí en la cúspide, una vez vimos la cripta y el oratorio, algunos salieron y a otros les sirvió para invocar sus oraciones, y que las pudieran ejercer con total libertad y sin prisas. El resto, sentados por las piedras, esperaban a los creyentes a que saliesen y poder bajar a ver el Museo del vino, en Montbrió.

De lo sucedido en el bus número dos. Es imposible relatarlo porque no estábamos para hacernos eco.

Una bandada de estorninos cubría nuestras cabezas, y eso auguraba que la climatología debía cambiar en poco, lo que nos hizo bajar de la cumbre y dirigirnos por una carretera angosta hacia aquellos traguitos de vino, que nos esperaban impenitentes.



El mayordomo principal del Museo “Els Cups” nos esperaba para darnos explicaciones de todo lo que se agrupaba en aquella exposición, y de verdad que lo hizo con su impronta y su gracia, dejándonos deambular por todas las instalaciones y dándonos las pertinentes explicaciones. ¡Eso sí!  La famosa coca de “recapte”,  reputada en todo el pueblo no la pudimos comprar, porque la habían arrasado los que estuvieron antes que nosotros.  Los ocupantes del bus dos.
Ya una vez se probó la mistela, el vermut y el vinito del pueblo nos dieron la alerta que el autocar esperaba a la puerta para llevarnos de nuevo a l’Escalivada”,  bar restaurante de la zona Industrial de la antigua ciudad romana de Tarraco.



¡Menudo Chocho! No se asusten amigos, es una expresión para designar la alegría, el desorden, la charanga, la bacanal, que tenían los del bus más alegre de la excursión al entrar en el recinto. Los amigos del bus dos. ¡Olé! Por ellos, porque estoy seguro valía la pena ir a su lado y no perderse nada.  ¡Vaya meneo llevaban! que ruido tan absolutamente irracional, que risas, que abrazos, que empellones, que balanceos entre ellos, que gente más abierta y descabalgada. La franja de los decibelios permitida se superaba con creces, pero eso que importa cuando se pasa tan a lo bestia. Cualquiera les hacía sombra. Monumental y épico.



Los comedores y degustadores de la tan famosa comida catalana de los “Calçots” se pusieron las botas, y las manos negras de tanto cebollino a la brasa, mojada en salsa “Romesco”   Algunos, y créanme, parecía que no habían comido jamás de nada en su vida, que estaban hambrientos, que necesitaban berrear y meterse las cebollas desde lo alto de la frente hasta el propio gaznate.  Tejas llenas de calçots _ cebollas a la brasa_  iban llegando a las mesas, parecía que el mundo se finiquitaba aquella tarde.

A comer “calçots” a comer cordero, a comer de “tó…”  y que nos sorprenda la tarde con algún rumbón. Hubiesen cantado mis amigos los del “Gran Combo de Puerto Rico” y a fe de Dios, que hubiesen manifestado al final, el detalle de: “Señora no tiene aspirinas”.

Descoque y vanidad de algunos, que queriendo emular a los buenos tragaldabas, después se iban cagando en el autocar porque habían mezclado las cebollitas con las judías secas con butifarra y se iban prácticamente rilando por las esquinas. De hecho el amigo que me tocó de compañero en la parte izquierda de la mesa, me puso el pantalón azul marino perdido de cebollones, de salsa romesco, aceite y de carboncillo de las brasas, porque además de no llevar cuidado al comer, se limpiaba las manos donde le parecía. Tanto es que cuando me levanté de la mesa para ir a bailar, llevaba más manchas en la pernera izquierda que un envoltorio de pescado. ¡Ningún enfado! Amigos, se ha de disfrutar absolutamente de todo y de todos.



El baile, pues…   de aquella manera. La música amansa a las fieras. Tras haber comido como famélicos, creo no era la música más adecuada. Aún más ruido y más fervor para los exaltados. Tras las quejas de los tradicionales, pusieron algún que otro título de música bailable, y echamos en falta al showman que nos tenía que amenizar la sobremesa.
Realmente, hacía años no participaba de algo tan ruidoso, alegre, desenfadado, irresponsable, maravilloso, encantador y desquiciante. 

Aunque hubieron cosas mejorables, la gente suele pasarlo bomba con las ausencias de lo lícito, con las bromas pesadas, con los gestos bestiales y con el salirse de madre.
Gracias a Dios, todos llegamos sanos y salvos a casa, después de haber disfrutado de un día de asueto, con la risa en los labios y la alegría en el corazón.
¡Eso Sí!    …Con seguridad hoy aún están tomando bicarbonato los que se pasaron  comiendo Calçots y secas con butifarra y los que fueron más vergonzosos y timoratos, pensando en lo que podía haber sido y no fue.


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