viernes, 28 de febrero de 2014

La borde

Se recluía después de la comida y la cena. Si más quedaba sola frente al televisor de su casa y cerraba todas las puertas para que nadie le molestara.
Ella hacía veinte años que era viuda, pero estaba de buen ver y nadie le echaba la edad que realmente tenía. Una señora elegante, dicharachera, amable y muy simpática, con el porvenir resuelto.  Madre de tres hijos ya mayores, todos ellos casados y en sus labores, los que se acordaban de su madre para navidad y cuando necesitaban de su concurso. O sea poco caso, más bien ninguno.

Se las arreglaba de maravillas para disfrutar a su modo sin complicarse demasiado y dando pocas explicaciones.
En la consulta del Doctor Rosendo, tiene el numero tres y quiere contarle al galeno que se le han acabado las pastillas para dormir. Mientras charla con su vecina de las casualidades de la vida y de las consecuencias de las enfermedades que se dan en el pueblo.

_ Tú Milagros, te encuentras la mar de bien, te veo hasta guapa_ le dijo Amalia, una prima de su pobre difunto.
_ Mujer, me cuido y ahora tengo motivos para estar loca de alegría, tengo un pretendiente, y me persigue todos los días_ le dijo a Amalia, Milagros muy alegre.

Entre conversaciones, la estanquera, que esperaba también en la consulta de Don Rosendo, les oía hablar, y recordaba detalles de Milagros.


Vivía en un pueblecito encantador que estando cerca de la ciudad, le llenaba de placeres y comodidades, pudiendo ir y venir a su antojo al centro en transporte público y disfrutar de cuantos hombres necesitara, espectáculos quisiera y necesidades y antojos deseara.

Ella, Milagros tenía un carácter rudo y displicente cuando necesitaba airearlo, no permitía que le tomaran el pelo, ni permitía se aprovecharan de ella. No se amilanaba con nadie, ni a nada le hacia las gracias gratuitas. También sabía comportarse y cuando trataba con personas de bien, aquellas que de buena tinta sabia que la apreciaban de corazón y no la criticaban, su cariño salía a raudales y les engalanaba de cuantos mimos y caricias necesitasen.

En su vida había padecido y sufrido lo indecible, desde niña tuvo que espabilar y zafarse de las mofas de las muchachas del colegio cuando le señalaban con el dedo diciéndole la hija del orfelinato, la niña borde de casa los Vascos.
Sus padres adoptivos, y hermanos la querían y adoraban sin paliativos, a pesar de todos los imponderables que toda la familia tenía que soportar por ese gran gesto de querer, criar, y educar  a una niña preciosa que en su día fue abandonada en la puerta de una iglesia.
De ahí el carácter poco confiado de Milagros y la poca confianza que le regalaba a bote pronto a los imbéciles, enfermizos de sensatez y desconocidos.

Su lealtad a los detalles de trato eran muy cuidados por Milagros, sensibilidad a flor de piel, necesidad que la estimasen definitiva, honradez completa y por ello a la hora de elegir al hombre que fue el padre de sus hijos, cuidó las formas y se casó convencida y alucinada por todos cuantos la querían pero, tampoco fue con el que ella hubiese querido.
Vivieron felices y los hijos que trajeron al matrimonio, fueron deseados y criados con todo la pasión del mundo, soportando todas las represiones de la época y los pocos medios que existían para las gentes trabajadoras. Milagros, de tanto querer, se gastaba sin darse cuenta, se iba consumiendo sin precisar.

Indalecio el marido, no llevaba tan a raja tabla esa máxima de ser cariñoso, y cambió las buenas formas, por las maneras de visitar mucho los bares y dejarse la mitad del sueldo en las cartas. La vida entre ellos se hizo sórdida y a pesar de estar todo callado desde la alcoba hacia fuera, ella recibía golpes, a la par que los devolvía.

Un día de abril, le dieron la mala noticia, que su marido, fue arrollado por un camión en el quicio de una carretera territorial, mientras hacía las labores de su oficio, peón caminero. Dejándola a ella viuda con cuarenta y dos años, con sus tres hijos, ya creciditos y con trabajo.
Luto que llevó por espacio de dos años, de cara a la galería y a los amigos, pena y dolor inexistente en contra de lo que representaba y mucha alegría y desahogo por escindir relaciones con un bebedor, maltratador que solo la buscaba en las noches para aperrearla y mitigar su embriaguez.

La vida de aquella familia, transcurría sin señales de grandezas, los hijos crecieron sin demasiados estudios y definitivamente se establecieron, cada cual en su trabajo y entre ellos, dejó de haber aquella concordancia, que se vislumbraba en la niñez.


La hija, una pueblerina, aunque ella en su ego creyera que era una gran señora, estuvo a punto en su tiempo de enganchar al veterinario de la zona, saliéndole mal el tiro, con lo cual, se tuvo que conformar con uno de los hijos de un sufrido agricultor. El hijo mediano, continuó con el oficio y los vicios del padre, sin más apego a la vida que una botella de orujo y un cigarro pegado a los labios. Tampoco corrió mejor suerte, el pequeño, que jamás tuvo oficio y deambuló con las cabras y los perros por esos caminos de la estepa castellana, hasta que fue a parar con sus huesos al hospital con una grave dolencia, de la cual, nadie sabe si podrá salir.

El tiempo en la consulta fue pasando cansino y llegó el turno al número tres, el de Milagros, que la llamó Elena, la enfermera con mucho cariño_ Tía Mati, pase usted que Don Rosendo la espera.
El médico de cabecera, llevaba en aquel ambulatorio más de cuarenta años, les conocía a todos los vecinos y sabía de sus enfermedades y de sus anhelos.

_ Qué te pasa Milagros_  saludó Rosendo, acercándose a la mujer para darle un beso.

_ Doctor, quiero decirle que tengo un admirador, que me visita en casa cada día.

_ ¡Qué me dices! y  ¿Es guapo?

_ ¡Mucho! me tiene loca, creo que pronto me pedirá para salir.

_ ¿Dónde le conociste? Hará poco de eso, porque la semana pasada, cuando te receté la pomada para las hemorroides, no me comentaste nada, o sea que lo debes haber encontrado en el casino hace poco.

_ ¡No!  Le conozco de hace años_, siguió tozuda la señora_ pero ahora se atreve a hablarme y me explica lo que pasa en el mundo, es muy atento y de guapo, no le digo más.

_ ¿Dónde le conociste? ¿Cómo se llama, este pimpollo? que te tiene tan enamorada.

_ No me lo ha dicho, pero creo, que se llama Matías. Después de tanto tiempo, se atreve a hablarme y me mira a los ojos, me susurró sin preguntarle nada. ¿Qué bien te queda la nívea? en el pecho. Mire, que se lo tuve que mostrar.

_ No te dio vergüenza enseñarle una teta a un extraño.

_ No porque estamos solos y el jamás se pasa, es muy serio y siempre me sonríe, pero no me toca.
_ Y te visita en tu ¿propia casa?

_ ¡Claro! cada tarde y cada noche. Aparece sin llamarle y me habla, estamos más o menos media hora hablando y luego se marcha, con mucha educación me dice ¡buenas noches!  ¡Así ha sido y así se lo hemos contado! y me dice que no me marche, me tira besos y me deja con la chica del tiempo.

_ ¡No te da miedo de estar a solas con él!   Mira que ahora hay mucho desaprensivo y a ti no te conviene un susto. ¿Cómo es que les abres la puerta a desconocidos?

_ No se la abro nunca. ¡Él entra a buscarme!  Sin llamar, llega a mi por mi televisor y le digo ¡Ya estás aquí!  Solo me responde ¡Buenas tardes! y sonríe. ¡Es un sol!


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