En aquella carnicería compraba Elisenda
sus chuletas. Casa Natalia mostraba su luminoso, en la parte superior frontal
de la parada del mercado de abastos de la Cope.
Dos dependientas maduras además de la propietaria,
que era algo mayor que sus empleadas. Las tres “rubias de pote” con mechas
intercaladas. De buen ver y todas dentro del peso wélter, como poco.
Eran las permitidas en atender a sus clientes y
despachar sus viandas cárnicas que entre cristales transparentes se mostraban
desde el frescor que les proporciona el frigorífico.
Esperando turno tres amas de casa, además de la ya
mencionada Elisenda. Atendidas en sus compras por las carniceras y la propia
señora Natalia la propietaria del negocio, mientras se mantenía la charla
distendida sobre el rabo de toro que se publicitaba y que se mostraba tieso
entre el frescor de la cámara frigorífica tras los relucientes transparentes
protectores.
_ ¡A mí, el rabo me gusta mucho! _ dijo sin pensar
en la frase Natalia.
Todas asintieron con la cabeza y con una sonrisa
inesperada procedente de sus ojillos maliciosos confirmaron también su gozo,
por esa parte del animal de lidia.
Una de las vendedoras asió el rabo en sus manos y lo
mostró orgullosa a la clientela. Como diciendo al mundo ¡Mira que rabo!
Las clientas observaron el gesto de la muchacha y no
abrieron la boca para decir nada, tan solo suspiraron, con resignación
religiosa.
_ ¿Te pongo un trozo de rabo? _ Dijo la chica que
despachaba en la tercera balanza, dirigiéndose a Elisenda.
_ No gracias, ya tengo_ respondió graciosamente
Elisenda, acompañando a sus palabras con un carraspeo gracioso y minúsculo,
mirando al resto de las señoras que esperaban alguna aclaración más amplia tras
su respuesta.
_ Pon en una bandejita fina medio kilo de ternera
cortada en filetes no demasiado gruesos.
El resto de la clientela defraudada por la falta de
explicación quedó desorientada y sin más comenzaron a exponer la forma y el
modo de comerse el rabo de toro, para que fuera más suculento.
_ El rabo te lo comes como sea y en el momento que
sea. ¡Está delicioso! y más si el rabo es tremendo, aún le sacas más jugo al
masticarlo_. Comentó una de las clientas que ya se despedía de la parada, con
su compra realizada dejando sin más su comentario.
_ ¡Ah pues a mí! Me encanta con un chorro de vino_
Expuso la clienta que parecía más humilde y callada, a la que ya estaban
sirviendo sus chuletas de cordero_. ¡Sabes lo jugoso que está! y lo fino que te
deja el cuerpo, si sabes prepararlo y lo pones recio antes de metértelo en la
boca_ finalizó súbitamente su opinión, en cuanto se vio sorprendida por la
atención de todas las demás señoras.
Todas aquellas mujeres escucharon lo dicho y
asintieron convencidas de lo exquisito del rabo de toro y dejaron escapar un
gesto onomatopéyico de ¡U y… que delicia!
Elisenda había acabado su compra y hacía unos
minutos había pagado su cuenta. Esperaba paciente su cambio, sin que éste
estuviera correcto sobre el mostrador de mármol del establecimiento.
_ Ahí lo tienes el cambio nena_ reprochó la
empleada, suspirando todavía por aquel rabo lleno de fuerza, tenso como el
mango de un martillo y engrasado para que no se arrugue en el frigo.
_ Creo que te has equivocado cariño mío. No me has
dado el cambio bien. Te he pagado con un billete de cincuenta euros y me das el cambio de veinte. ¿Estás en el
caso verdad?
_ ¡Ah sí! Que tonta; perdona guapa_ excuso la
carnicera de la izquierda, sacando treinta euros del cajón y corrigiendo el
error_, no sé en qué estaría pensando, ¡perdona cariño mío!_ fueron sus
palabras timoratas mirándose a la dueña del establecimiento la señora Natalia,
que a pesar de seguir todas las exquisiteces del rabo tieso, no dejaba de estar
por el negocio.
_ ¿Pensabas en el rabo, quizás? _ Dijo Elisenda dirigiéndose
a la empleada, con una sonrisa amplia.
_ ¡Sí! …Que
tonta estoy. ¡No sé porque me habré obsesionado con el rabo!
_ Sencillo amiga, porque hasta el final del rabo ¡dicen!
…todo es ¡Toro!_. Le apuntó Elisenda mientras se marchaba.
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