miércoles, 20 de noviembre de 2013

Indecencia principal



Erase una vez un hombre que esperaba su muerte.

La aguardaba no tan sosegado como él se imaginaba, ni tan sereno como le hubiese gustado. Ahora postrado en la travesía hospitalaria del tránsito, recapitulaba con el dolor punzante que dejan los remordimientos.

Jamás lo hubiese supuesto en sus años de juventud, cuando practicaba una violencia disimulada, cuando no sospechaba que se haría viejo y poco respetado precisamente por todos los inconvenientes que él mismo había sembrado. Detalles que ganó tristemente solo;  sin esfuerzos, debido a lo desagradable de su carácter.

Esperaba a “Doña Expiración” vencido.  

Infectado de amargura recordando sin poder remediar todo y cada uno de los conflictos que había generado a lo largo de su longevidad. Tragándose las repercusiones que su memoria le servía, secuelas tan frías como crudas.

Un señor que generó miedo entre los suyos por su templanza desconcertante y torticera, convencido fanatizó que todo lo había hecho bien en su itinerario, a pesar de no haber respetado, valorado ni querido a nadie. Practicando el desprecio y los desengaños entre los hijos, amigos, compañeros, vecinos y hermanos.

Sus aliados más comunes eran ese machismo reconfigurado y barato del que se jactaba para hacer el más mísero de los ridículos y, el desagravio rencoroso, iban con su persona allá donde fuera, catando a todas luces su híper desdicha, que era lo que forjaba a raudales.

Imponía su tacañería enfermiza en su entorno íntimo, detonando cada reunión familiar o profesional con su envidia y sus celos, dibujando escenas de desavenencia en todas las fiestas principales, sembrando cizaña entre la gente.

Dicen los que le conocían bien, que no tuvo una infancia agradable, y que los sinsabores de la época, el comienzo del siglo XX, la guerra, el hambre, las escaseces, la incultura, la falta de libertad, lo marcaron como un miserable. Haciendo de él, una especie de yerro entre lo humano y lo dantesco.

¡Qué lástima!  …No poder o; no querer distinguir. No reaccionar,  ante los meneos del destino caprichoso, haciendo mínimas modificaciones para intentar resolver y no hacer pasar a los tuyos las mismas miserias que su propio ego había sufrido.  

Poseído por sus convicciones desquiciadas y la obsesión al entender que aquellos arranques de la juventud no le abandonarían de su acomodo, lo hicieron incapaz para que nadie le ofreciera su afecto.  Significando su indecencia principal.

Los lloros y el remordimiento llegaron un buen día al despertarse, ¿Cuántos retrasos? tantos que ya ni podía contener la orina en sus riñones, porque todos sus esfínteres se dilataron para no estar vivos a partir de ese momento; ¡jamás!

¡Ah… desgraciados todos aquellos infames que creen que no caducarán! y que seguirán manteniendo su mezquindad.

Aquel hombre viejo, que sabía tenía las horas justas volvió a la realidad para concebir sus últimos pensamientos.

No hay vida fácil. No vale decir cuando las escenas no acompañan. Ante esa desorientación que perturba de vez en cuando a los mortales; cuando el agua nos llega al cuello y creemos que no hay salida.

¡Quiero morir!  

¡Quiero morir!  

Es lo más fácil.

Después a renglón seguido darle un reinicio a mi mente, un Shutdown al lapso y volver a cargar nuestro sistema personal.

Como si fuese tan natural y tan accesorio que presionando el interruptor de la existencia y quedar ¡Muerto!  A voluntad,  sin más,  se tachen todas las dificultades anteriores.

El ahogo le sobrevino y el aparato médico, que le proveía medicina en las arterias, comenzó a roncar y sus alarmas se inquietaron tanto que hicieron correr pasillo arriba a todas las enfermeras de la planta.

Escapándose de la responsabilidad y del pago de la franquicia de haber vivido tan inconsciente y tan alejado de lo que los comunes consideramos normal.

Dejando todo lo pendiente, actos impropios sin resolver, comportamientos desacertados, engaños,  mentiras y falsedades  ¡Absolutamente todo! …   Inconcluso.

¡Tarde!  Muy tardío para el perdón tónico.

Lamentable ver que te vas y que estás solo debido a tu miseria, tu desconfianza, en definitiva: tu mierda.

 Tarde para poder explicar los motivos por los cuales llegó a esos extremos de cicatero. No ayudando jamás a su prójimo cercano con actos de piedad para que le estimasen y respetaran en el trayecto de su paso por la calle del dolor.

Tarde para congraciarse dignamente con aquellos a los que hizo pasar malos ratos y poder pedir con un sencillo gesto, la dispensa que sin duda le hubiesen otorgado

Tarde para decirle a los suyos: siempre os he querido y que estos lo pudieran creer.

En el momento que menos esperaba, se disparó el diferencial vibrante de su existencia el que le cortó el flujo eléctrico  y dijo ¡Adiós!

Sin multa ni gloria, dejando todo lo que urdió, sin evocaciones para la historia, sin recibir el beso de despedida, sin dejar gratitud en la memoria.

Dejaron de bramar las alarmas y las enfermeras le entornaron los ojos salidos de sus cuencas que pedían tan solo una cosa: Perdón.



 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una historia triste.....Pero da que pensar, saludos.

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