martes, 16 de julio de 2013

Senos mojados de Champan


Es uno de esos tipos tan poco sinceros que a menudo nos tropezamos en el devenir diario. Empalagoso y piadoso de chiste. Alguien que siempre está ahí para recordarte aquello que sabes te molesta y quieres olvidar. Un comediante trasnochado que en su intimidad no suelta el mando jamás y quiere que todos bailen al son de su tétrico canto. Manipulador de detalles escondidos.

Aquel día estaban en el teatro Indiano Lago, un coliseo coquetón que estrena  muy a menudo obras de poca sonoridad, cerca de la gran urbe, para actores poco famosos y menos conocidos

El patio de butacas a reventar, todos ocupando sus localidades, excepto Carmelo, que desde su posición gobernaba a todos los amigos que se habían dado cita en el espectáculo. Su móvil, a pesar de conocer que debían estar apagados, lo tenía en silencio y si veía algún mensaje emergente o alguna llamada, la atendía. Él no podía dejar de tocar las pelotas a todo bicho viviente, ni siquiera mientras duraba el pasatiempo.

Las luces se apagaron y quedó difuso entre la penumbra, entonces al no poder lucir frente a sus conocidos, quedó nervioso sentado al lado de su compañera y sus colegas a su vez dieron gracias al cielo por darles un lapsus para descansar un tiempo del fastidio de Carmelo.

La representación había finalizado con éxito, todos contentos y satisfechos, los actores recibían y sintieron placer con los aplausos recibidos, ¡que oportunos! Lo merecían… Ha sido un acierto el concurso de los artistas invitados y habituales.

 Cuando ya se había indicado por la megafonía interna, que una vez concluida la gala, podrían pasar los espectadores a los salones del “Cielo”, lugar así llamado por las ventajas y maravillas expuestas y lo gratificante de la decoración del mismo, semejante a un abierto y amplio paraíso celestial.

_ Bueno… bueno, os ha gustado la función_ dijo Carmelo intentando ser el centro de atención, al grueso de sus amistades que le rodeaban, sin mediar palabra, esperando abriera él los comentarios, para poder asentirlos.

Nadie le contestó, todos hicieron una especie de evasiva mirando hacia otros lugares, como extasiados por las bellezas que se exponían en aquel receptáculo, pretendiendo desmarcarle y fuera a buscar otro lugar y departiera con gente diferente, a ver si les dejaba un tiempo en paz, y no tener que aguantarle sus comentarios faltos de interés y de contenido.

Las mesas estaban dispuestas a lo largo de un salón, en las cuales no faltaba de nada, repletas de canapés y de bocados estupendos, que nada más mirarles proporcionaba a la boca un cierto deseo de apetito nada desdeñable. El mantel que pendía por los cuatro costados de las mesas, era de un color radiante en amarillo, que cubría el aposento del tablero. Bordados de organdí en seda tinta y que pendían de forma amable hasta las patas del aparador, a media altura, sin dejar de entre ver en ellas, que se trataban de unas mesillas tocador extraordinarias. Piezas de museo, más incluso, provenientes de algún palacete medieval de aquella zona.

Inertes, esperaban ser descorchados unos botellones de cava, que mantenían el frescor y el gusto, para el deleite de todos cuantos esperaban aquel suculento manjar.

Como siempre, en todos estos acontecimientos, están los invitados “jeta”, los de la: “cara más dura que la piedra”, que son aquellos, que no ha invitado nadie, pero que se cuelan en todas estas ocasiones, por el mero hecho de merendar y de saciar su sed. Acompañados de personas que ni conocen pero que en muchos casos procuran estar a la altura de ellos mismos, haciéndose pasar por entendidos de pintura, de canto o de cualquier aspecto que a ellos les venga en mente. Significativo y conocido, cuando se celebra un evento y tras él, no hay refrigerio o piscolabis, entonces la gente se relega y no asiste.

Carmelo encontró un grupo de personas donde creyó podría lucirse con sus encantos innatos de impertinente y sus refranes hechos, tan relamidos que daba angustia volver a recordarlos fuera de contexto. Más atrayentes estos inquilinos de la mesa que sus propios amigos, es más había entre ellos una mujer seductora, rubia bien plantada, con su cabellera rubia a la espalda y un despampanante escote, que le incitaba a querer quedarse a su vera, para ser una vez más servil y pegajoso.

Se instaló entre ellos, al lado de la hembra, sirviéndole las bandejas de jamón para que las degustara, acercándole las croquetas mientras le miraba entre las canalillas de los pechos, le brindaba aceitunas rellenas, con alguno de sus comentarios fastidiosos y relamidos, fuera de la más pura realidad sensual. En síntesis: mostrándose como un conquistador poco lubricado que no se comía un rosco desde hacia decenas de años. Aquella mujer conociendo el paño de estos gauchos sin potencia, quiso darle la espalda, pero fue entonces cuando quedó más prendado porque,  esta guapa mujer tenía una verruga en el omóplato y le recordó a una actriz del barrio chino, por la que tenia predilección.

_ ¿La conozco a usted de algún lugar?_ pronunció Carmelo, mirándole las tetas.

_ Debe ser en misa de doce, cuando usted canta el Ave María, en compañía de la coral de su barrio, porque de otro sitio creo que imposible_ lanzó en frase despectiva la mujer que ya comenzaba a estar del advenedizo,  más arriba de sus ligas.

El amigo Carmelo, dándose cuenta de que no entraba en los planes de la señora, quiso, hacer una de sus últimas gracias y era invitar amablemente a la guapa con delanteras de ensueño.

Asiendo la botella de cava, le quitó la malla metálica y queriendo descorchar el botellín como lo haría un maître, fue a sacar tan de empellón el tapón que salió como una bala el corcho, acompañado con la fuerza del gas y chiribitas, yendo el chorro impresionante y fresco del preciado liquido a depositarse entre los sostenes de la rubia. Dando esta un alarido monumental por lo que, había recibido sin esperar.

Entre las dos tetas se quedó el tapón del champan, con su espuma y su frío, dejándole el vestido como un chocho y su inesperada sensación,  sin saber qué hacer.

Carmelo, afectuoso donde los haya, quiso subsanar la disyuntiva y corregir el mal, situando sus manitas en el ángulo de los dos pechos, para desterrar el corcho que se había colado e incrustado en sitio semejante.

El bofetón que propinó la señora fue de los que marcan época, en la cara de Carmelo al recibir el golpazo, se notó la pesadumbre de la rubia, que no esperaba le lavasen los senos con cava frío y en presencia de tanto público.

_ Perdón señora, yo solo quería….

_ Márchese de aquí imbécil, desde un principio querías tocarme y no sabías como, hasta que se te ocurrió este atropello. ¡Fuera de mi vista!

 

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