lunes, 3 de junio de 2013

Abandono del aliento


Tenía miedo cada vez que se disponía a dormir en su alcoba, no quería cerrar los ojos por si se quedaba traspuesto, era pánico lo que le daba, conciliar el sueño, un par de momentos de espanto importantes le habían sobrevenido en el transcurso de sus cabeceos, de los que resultaba para su persona un estado funesto. 

Era en un principio inconsciente de las secuelas dejadas, pero a medida que se confiaba, le sucedía con más frecuencia y entonces ya empezó a preocuparle. Síntomas de enfermedad no tenía por lo menos que él supiera, quitado de la clásica gragea de los hipertensos. Conservación de sus buenos hábitos seguía manteniendo, era muy consecuente con lo que bebía, jamás sin pasarse y sin mezclar bebidas espirituosas. Las comidas, a veces las hacía  opíparas pero seguía una dieta que rara vez se la saltaba con excesos. Era persona de disfrutar de de lo que le proporciona el destino, aparte de ese concepto, no tenía costumbre de infringir las tolerancias de lo permisible en lo concerniente a su cuidado personal. De las drogas ni pensarlo; dentro de la cordura creía que los humanos para poder disfrutar de los instantes de placer, debían estar completamente serenos y limpios de substancias estupefacientes. No existe desgracia más inflexible, que algún hábito de los que solemos dar licencia vulgar, se apodere de la propia voluntad y no exista capacidad posterior para corregir esa tendencia. 

Este individuo si podía presumir de no consumo de narcóticos. El único vicio que mantuvo durante tres décadas fue el cigarro, y cuando se percató que le afectaba muy mucho a sus pulmones, lo dejó. Se lo propuso seriamente y lo desterró de su habitual, sin demasiado problema, a tenor de los cambios de humor y del aumento de peso que en un principio administró con audacia para no recaer de nuevo en las redes del fumador. Aprovechó la Ley socialista de prohibición del consumo de tabaco en lugares públicos, como teatros, cines, inclusive los restaurantes y no perdió tiempo, se acompasó y adelantó a la fecha de entrada en vigor y bastante antes de los plazos establecidos dejó de fumar, sin ambages, salvando todas las trabas de engaño que el consumo habitual pone, para que nunca dejes el vicio. Fue un acto valeroso que le ganó a la costumbre, voluntad férrea de persona convencida y poco maleable para desertar a lo dañino. 

Sus cenas musicales habían sido trocadas por meros paseos, por el comedor más escaso y severo.  Homenaje a la ausencia de colesterol en las venas, sin medias tintas, consumiendo únicamente lo que podía definirse como un engaño a su estómago batallador.  Otro enclave, para resolver y olvidar esos misterios de la añadidura gástrica, fue la acostumbrada lectura, que de siempre había sido paño de contingencias urgentes. 

Gustaba de la lectura ante cualquier cosa, tanto que prospecto farmacéutico, publicidad local, libelo del barrio, o anuncio por palabras que le llegara a sus manos leía indefectiblemente. Cuando más aquellas obras resultantes de sus amistades, libros publicados de Jesús Ávila Granados, Jordi Llavina, Isidro Garrido, o Lorenzo Silva, grandes escritores con temas diversos que le transportaban a vivencias diferentes, exóticas, culturales y raras. Atendiendo con frecuencia asuntos personales, que a veces ni tan siquiera eran suyos, pero que igual asistía, dando su apoyo y consejo, pudieran ganar enteros a la hora de resolverse. Creía en la gente, ya no en todo tipo de personas, pero sí tenía tendencia hacia escuchar a los semejantes, para comprender de donde se ponía el lado de la certeza. A pesar de que algunas de las personas que asistía, escuchaba, o aconsejaba después y sin recato se disponían con frecuencia a poner ligas en su caminar. Todos sabemos cómo es la gente,  interesada, despreocupada y desleal.
 

Su problema, su miedo y preocupación le sobrevenía cuando le entraba aquel sueño exigente que le hacía abandonar la vida para entrar en somnolencia, seguir por aquella ruta del: “no sé si volveré”  ¿despertaré después?, que tanto oprimía en su pecho, sumada con otra no menos reciente que es el olvido de algunas palabras y más que eso, el retraso de no poderlas articular y aplicar cuando a él le venía en gana, por necesidad derivada de la conversación. Como si su cerebro se volviera viejo y le sometiera a un retraso y que le suministraba cuando le parecía menester, para que las pronunciara a destiempo. 

Aquella noche se retiró cansado, apenado por las últimas noticias de economía, que los políticos populares habían prometido resolver, sin éxito aparente y nada les parecía poco para recortar donde más dolía. Dejando al país, en manos de una señora alemana llamada Ángela, que todo el mundo parecía confiar y que nos estaba llevando a la ruina, con el permiso de toda la clase política.  

Se reclinó en su almohada y se quedó dormido sin más, respirando con dificultad, roncando como un buey de carga, respirando entre cortado y con ausencias de tomas de oxigeno, con esos tiempos ausentes de continuidad normalizada, que hacían se sobresaltase entre aquellas sábanas pulcras y nítidas, con tiritones nerviosos buscando aireación que propiciaban un descanso discontinuo, arrugando el cuello y aprisionando la garganta contra la testuz, boquiabierto y ojos entre cerrados por la falta de ventilación y descanso indefinido. Vivía un sueño irreal, ya fuera de toda maquinación cerebral y sin el control de su corazón, que palpitaba más deprisa de lo normal, acabando y queriendo hallar la solución que no le suministraba el cerebro y que agotaba los instantes reales de vida humana.

Había dejado de respirar, los pulmones habían entrado en una deserción de oxigeno que hacia imprudente seguir hacia adelante, la saliva de los labios caía sobre el almohadón, los esfínteres se habían disparado a una demencia irrefrenable, la cabeza comenzaba a suicidarse, autodestruirse, por deterioro del no envió de los axones hasta los nervios motores, se había frenado la multiplicación de los neuroblastos, que son precursores de las futuras neuronas.  

Veía que la vida se le escapaba, esperando la muerte concursar sin preámbulo, estando inerte en la cama, consumido por su miedo, el corazón exigía al cerebro una sentencia, el raciocinio le alertaba en máxima urgencia, igual ya no le daba tiempo arreglarlo. En un minuto transitaron frente a él tantos detalles de su existencia que se le escapaban y que por falta de sensibilidad quedaron pendientes, sin una reparación temprana. Amistades que por no dar su brazo a torcer, o por no enviarles una explicación a tiempo quedaron sin relación. Familia que por las consabidas envidias o celos quedaron aparcados en algún lugar de los olvidos y en aquellas fotos que todos guardamos y que dan fe de lo que podía haber sido y no fue.
 

Volvió a despertar del mal trago, con ansias de tragar todo el aire que había dejado de consumir en el lapso de tiempo que duró aquel impedimento. No habiendo sido regado el cerebro convenientemente, pero que de esa no se iba a morir. La tos, la sequedad de garganta, la ausencia de aireación, la zozobra y las bilis llegadas desde la boca del estómago, la amargura de garganta, entre ácida y agria, la propia ingesta de los líquidos irritados de vuelta al saco estomacal hacían del salto salvaje y brutal que dio desde la pitra, destapándose, con ansias de vivir, de oxigenarse, de asustarse por verla tan de cerca, tan clara, tan serena ahogándole en sus propias angustias. Se llenó el pecho de aire, en una y varias aspiraciones abdominales, atiborró la capacidad torácica y la volvió a repeler, hasta que sus pulmones, se oxigenaron por completo, mientras, por aquella boca, expectoraba por medio de la carraspera, todo el contenido malicioso de aquella apnea obstructiva. 

Recuperó la vertical, en la oscuridad de la noche, desnudo, desecho, fláccido, en la cabecera de su cama, rígido, respirando con las fauces abiertas, asustado por aquel episodio y lo que en él, vivió. El reloj digital reflejado en aquel techo blanco, reflejaba las seis y once minutos, hora de un nuevo origen, de otro alumbramiento con fórceps, despojado, sin cordón umbilical, atroz, desbalazado, temeroso, no moría allí en aquel instante, todavía le concedían tiempo para sufrir, tendría que seguir soportando aquel castigo nocturno, preguntándose donde iba aquel gasto de neuronas muertas, de falta de sosiego, de ausencia del todo, de infelicidad estoica, de soledad amarga, a la espera de otro capítulo semejante la próxima noche, en el próximo sueño, en el siguiente abandono.
 
 
 
 

 

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