jueves, 25 de abril de 2013

Picardía por el Wasap


Aquel hombre, acostumbraba a querer destacar por encima de sus semejantes, necesitaba saberse dentro del centro de ebullición de cuanto tocaba.  

A pesar de saber que no le habían ido las cosas tan mal, necesitaba más, como si el artífice no pudiese vivir sin su público y por ello y a pesar de las circunstancias adversas, quisiera continuar, sin poder.

Sería porque en su niñez le faltó aquel cariño, que sus padres, no supieron darle y lo buscaba de forma exagerada aún y sin darse cuenta. Quizás por ese afán de preponderancia, ese querer resurgir en primera persona,  ese necesitar que le brindaran aquellos piropos sin palabras. O, sencillamente por engreído y presuntuoso, siendo de una clase de tipo original, abyecto y depravado. 

Vivía sin percatarse que los cincuenta los dejaba atrás, le costaba creerlo, pero en esos días, las muchachas activas en erotismo, las jóvenes y verdes mujeres fecundas, necesitadas de ternuras, de frases calientes, de gestos obscenos, no le tuteaban ya. Le llamaban de usted y le veían como si  fuese una persona, no vieja aún, pero sí mayor y caducada; para poder llevar a cabo una aventura sexual, sin levantar polémica en su entorno.  

Jamás se hubiese mostrado de acuerdo, con estos conceptos. Era demasiado pedante y orgulloso, sin embargo con algún tropiezo debió colisionar, que miró alrededor de sí y se percató, que ese tren se había marchado hacía tiempo de su estación. Alguien capaz igual  pudo hacerle una demostración y quiso corregir esa desmesurada obsesión por no ser viejo.  

A pesar de cuantos obstáculos hubiesen, había luchado para conseguir ser un líder dentro de su entorno, y siempre controlar el último suspiro y el primer gesto de gloria. Su creencia, era que sin él, nada funcionaría. Un presumido disminuido y vulgar. 

Tenía un oficio remunerado, en el cual había conseguido un status y,  ganado muchos escalafones, después de dar numerosos codazos, y dejar fuera de combate a todo aquel que quisiera hacerle sombras. Los mismos que él iba recibiendo de sus compañeros, en la jungla aquella, que transcendía el más fuerte y el más depravado de todos ellos. Lo que ahora se llama vulgarmente compañerismo óptimo, derivado de la competitividad. 

Comprendía que no podía estar orgulloso de parte de su trayectoria, ya que a pesar de sus modales fingidos, de sus formas y urbanidad pomposas y ensayadas, había impedido que nadie, ninguno de sus colegas le hiciera nube, ni siquiera supo adoptar un consejo de ellos, que inclusive a veces, no le hubieran ido nada mal, dados los momentos raquíticos, que a veces había tenido que soportar. 

Tan determinado y suficiente como de costumbre, había osado ejercer su gestión, en la sombra, a escondidas, sin taquígrafos ni luces. De los más viles y detestables confidentes, ahora mejor denominados… chivatos,  para dejar a cuantos le molestasen, en la más clarividente evidencia fuera de toda credibilidad, usando el deterioro de la crítica inapelable y engañosa  y colocando pruebas falsas para que las recogieran aquellos que podían manejarlas en su activo y perpetrar fraudulentas maneras y pruebas, dejándoles, a sus detractores, fuera de toda posibilidad frente a sus directores y mandatarios. Las artes del soplón, ese tirar la piedra y esconder la mano, que tan bien se practica en el mercadeo de la propia existencia.
 

No dejaba de pensar, que aquellas artes, no eran legales, pero estaba en un globo, en este mundo mal parido, que no hay nada legal, a pesar de parecerlo.
Consecuentemente, sabía que sus actuaciones eran punibles, que no estaban dentro de la licitud, de la honradez de las personas, pero esas prácticas eran mucho más fuertes que todas sus creencias, y que simulando que no era demasiado grave, lo llevaba al pie de la letra, practicándolo y perfeccionado ese comportamiento incivil. 

Esas labores, y ensayos que había practicado toda su vida, desde la niñez, le habían procurado de un escudo indoloro, propuesto de un clima de tranquilidad y de una profesionalidad que a pesar de poder mejorarse, a él le venía como anillo al dedo. 

Pocos amigos le abrigaban, contados y jamás dando pruebas y señales de descuido, nunca contando un secreto por nimio que fuera, siempre aparentando su leonina carga de organizador, de conservador y de saber hacer en cada momento lo que procedía. Con la esencia de querer saber de todas las miserias, de cuantos le rodeaban, hurgar en sus alcobas, saber de las faltas de sus esposas, de los caprichos y vicios de todas ellas, para socavar el máximo provecho, y siempre tenerlo a mano por si hubiere de usarlo.
 

Una mañana buscando aquel disfrute oculto, aquella maldad irracional, aquel desvío de personalidad tan acusado, aquella falta de honestidad, sin perder de vista a su familia, y sin querer hacer daño, para no tener que dar explicaciones, ni perder todo lo que había conseguido después de tantos años de soportar, emprendió una búsqueda de algo que no sabía pudiera hallar, de experiencias que le llevaran en silencio a gozar de los tormentos del prójimo. De cualquier detalle, que le permitiera volver a delinquir a escondidas de sus conceptos, de sus pensamientos religiosos, de sus hijos y de todo cuanto estuviera reglado como legal. Que no mancillara toda la trayectoria falsa de su buen nombre, buen padre y marido.
 
Vislumbraba que el final estaba próximo,  que sus dotes de varón macho, se iban quedando en el camino a medida que los meses pasaban. Era imposible detener la marcha de la vida, aquel tren que se escapaba y que tanto costaba de comprender, aquellos días de fuerza sensual, que se diluían como un azucarillo en taza de café, removido y ardiente.  

Sospechaba en su mente enfermiza y febril que con su mujer las cosas no eran como habían sido, se habían apaciguado aquellas flamas de pasión, ya no la miraba igual. Se distanciaban cada día un poco más, la observaba y no comprendía el porqué de las cosas más normales, pretendía seguir siendo el centro de atracción de la familia y sabía que ese título lo perdía a raudales 

Su cónyuge lo observaba, y dispensaba, a cambio de otras consecuciones y del crédito amplio que tenía en sus desorbitados gastos, de la permisibilidad en el consumo y de las relaciones que ella gozaba sin que su marido supiese, ni imaginase.

Él, que hacía tiempo, ya comenzaba a percatarse de las verrugas y manchas de la cara de la esposa, creyó que no debía preocuparse por el mantenimiento de la pareja en la alcoba, que aquella mujer, ya no necesitaba de sus encuentros, que ya no tenía apetencias sensuales, que solo estaba atraída por conservar su tez estilizada y brillante con las cremas nutritivas que usaba con destreza, para alargar lo más posible la juventud.  

El tiempo había desganado trazas de vejez en las carnes de su pareja y creía que en otras mujeres encontraría nuevas sílfides y un placer lleno de riquezas, sin menoscabo y que le llenara sus vicios ocultos y poco dados a la publicidad. Sin tener que cumplir ni bien ni mal, usando el material nuevo sin reservar el periodo de caducidad, solo de pronto uso y desarmado parcial.  

Estos contactos irreales de las redes, apetecibles por lo fácil y sin conflicto, sin ataduras ni sujeciones, de cualquier parte del mundo, unívoco y preferentemente féminas, chicas nuevas y carentes de amor, de gusto, de recato, le regalarían la clase de sometimiento al que estaba acostumbrado. En cuanto abriera la boca y pidiera algo, sin más lo tendría al punto, pensando en que todas las mujeres de esta tierra, estaban esperando que les bajara las faldas y las tomara, como aquel que disfruta de un helado y al final, tira y desprecia el envoltorio.
 

Todo lo quería recibir y, exigir a cambio de nada, sin él ofrecer compromiso, con nada ni con nadie, meramente deseaba un pasatiempo, dar señales de apariencia comedida a cambio, de conseguir excitaciones baratas, que le hicieran resurgir de sus vicios. Completamente a escondidas y de forma cobarde y vil, buscaba una clase de licencia con mujeres, que le perturbara en su sexo, que le proporcionara momentos de placer inimaginables, para engreír aún mas su ego.

Necesitaba de ese amor exprés, sujeto a un encanto inexplicable, con mujer distinta cada vez, engañándolas para que creyeran en su astucia de buena persona, de hombre cabal, carente de suerte y abandonado por la estrella de este universo y estas apasionadas señoras, entretenidas algunas, tras Las conversaciones virtuales, sin más tarea que el estar horas y horas frente al ordenador intentando arreglar el mundo o buscando como él, historias plácidas, con amas de casa, empleadas del hogar, dirigentes de empresa, artistas de medio pelo, no importando la procedencia ni la cuna, hablaran de sus deseos, contaran gimieran de sus necesidades más acuciantes.  

Una mañana de domingo a hurtadillas llegó a sus manos un escrito de una revista local, donde se publicitaban chicas, para la limpieza, alterne, amistad, concurso, propaganda, entrenamiento como vendedoras, bailarinas con pareja, con toda clase de posibilidades y formas, encuentros, por carta, teléfono, de todas las edades, citas, llamamientos generales y privados. La revista: Mete la mano y sácala llena, le reavivó aquel desespero de encontrar algo que le satisficiera. 

Mientras su mujer, se pintaba los labios y arreglaba las cejas para salir ambos a misa de doce, juntarse con los vecinos de la parroquia y darse golpes en el pecho de feligrés sumiso, como unos verdaderos devotos. Ramiro, leyó el cuerpo del mensaje y observó que había una dama, Longoria, que necesitaba consejo y amistad desinteresada de persona indistinta, que pudiera aconsejarle en unos dilemas de legado.

No tuvo más que escribir un mensaje corto, vía teléfono a la dirección expuesta y esperar respuesta de aquella infeliz, que necesitaba consejos íntimos y amistad de alcoba funcional, a cambio de nada que no fuese cordialidad compartida. 

A los pocos minutos salían del brazo el matrimonio, bien avenido por la calle plana camino de la iglesia del barrio, saludando a diestro y siniestro a todos aquellos vecinos que recorrían también aquella ruta para recibir la justa palabra. 

La esposa, Frangí; una mujer llena de cordialidad y eufemismo. Tanto que hasta a su propio nombre, lo había derivado de entonación, abatiendo Fernanda al tornadizo y diminutivo de Frangí. Ésta, iba con una sonrisa hermosa, dando los parabienes a cuantos la miraban, una estatura media, repleta en carnes bien dispuestas, y bien ajustada con una faja que le sisaba de debajo de los pechos hasta el contorno de los glúteos posaderos, haciéndole más eficaz en su figura y más alargada en su silueta. 

Nadie podía sospechar tampoco que aquella dama, no estaba complacida en modo alguno por su marido, el que con asiduidad la menospreciaba y vilipendiaba con sus gracias de inadaptado y soez. Se buscaba la vida, fuera de su casa, de forma disimulada, sin alertar a sus allegados y con la convicción de hallar aquello que no encontraba dentro de su domicilio. Con el disimulo que ofrecen las cosas cuando no se imaginan.  

Mientras estaba en el confesionario Frangí, la respuesta al mensaje dejado por Ramiro, dio sus frutos, disimuladamente se echó mano al bolsillo interior de la americana y leyó desde su inalámbrico el mensaje: Hola, soy Longoria, claro es un apodo, vivo en la ciudad, estoy casada y busco distracción, tampoco me urge, tengo diversión, pero me aburro a menudo y necesito amigos interesantes que cambien el tedio por alegría.

Ramiro, ausentándose de forma rígida de la fila de la eucaristía, se mezcló con aquellos que volvían a sus bancos para poder concretar de forma ordenada aquel sacramento, sin que él, ni siquiera lo hubiere tomado. Se desvió dentro de aquella iglesia, a la izquierda, donde intentaba observar a su mujer, como confesaba, sin suerte por no estar ya, en aquellos amplios confesionarios acomodados a los feligreses de aquella Parroquia. Supuso que ya estaría en la secuencia de aquella ordenada fila y él, aprovechó para de forma rápida enviar respuesta al wasap que había recibido hacia unos instantes. Sus dedos salpicaban de forma estrepitosa las teclas del móvil, que en breve tuvo dispuesta para darle salida expedita, dejando el mensaje en los canales de las redes.  

La réplica, ya volaba hacia el Smartfone de Longoria, con el saludo de Ramiro, queriendo quedar como un señor educado, y con cierto misticismo religioso, como intentando dar de sí, una imagen de fiabilidad.  

Puedes llamarme Fátimo, también como tú tengo esposa, lo cual no es excusa para que mi vida se realice libremente y me gustaría conocerte, para entablar solo una buena amistad, sin engañar a nadie, como tú dices, una distracción, que nos haga la vida más llevadera. Vivo en esta ciudad, en el centro, y me dedico a la industria. Espero haya nacido una buena y creciente amistad.
 

Longoria, mujer astuta y resolutiva, sin pretensiones en vivir historias faltas de pasión ni despilfarro, recibió al punto la respuesta quedando silenciada en el buzón para ser leída en cuanto dispusiese, no sabiendo de la prisa y la fogosidad de  aquel pretendiente tan excitado, que desde la iglesia, entre rezos, oraciones y cánticos, iniciaba.
 

Tras la vuelta a la fila de los congregados, camino ya de aceptar la santa comunión, y con el éxtasis que todo aquello provocaba en su motricidad, buscó con la vista a Frangí, que desde que se ausentó para ir a confesar sus pecados no veía. A lo lejos en la distancia, volvía ella, muy concentrada portando la comunión en el paladar, arrodillándose en el enjuto banco de madera, esperando cristianamente a su esposo, para implorar juntos, desde sus internos deseos, las buenaventuras que el cielo les dispensase.
 

En la plaza el reloj del campanario, tocaba las doce y media y el sol, resplandecía tanto que cegaba la vista, incluso a los más serenos y justos.

Paseando atados de la mano, por la acera, sin acelerar el paso, la pareja disfrutaba del buen tiempo, y como de costumbre se iban acercando al bar de los soportales a tomar ese vermut tan rico que prepara la tía Engracia, con esa aceituna y ese trocito de lima que coloca en el mismo vaso.

Sin dirigirse la palabra, sin el más mínimo detalle de complicidad, sin ese deseo de estar solos que suelen tener los que atraídos buscan para sí y para sus fantasías sexuales. 

Caía la tarde en aquella casa, serena, tranquila y falta de vicios normales, aquellos que son generados por el cariño, el contacto y el amor. Emplazados por otras maldades más inmorales y selectas, como son el distanciamiento, el desdén y la poca atracción.

Les había desplazado a cada uno a sus interioridades, quedando Frangí, sentada en el salón, desvaída, desatada y medio desnuda de la opresión de aquella faja salvaje, acalorada por sus efluvios sexuales, no satisfechos y con su última distracción favorita. El curso de cocina practica realizado por el Instituto de Ciencias Laborales, que imparten vía redes, y a la vez;  las relaciones con sus contactos desde una de las aplicaciones de internet. El wasap de la dama, dio recuerdo de mensaje pendiente que despreció para leerlo con más calma y atención en otro instante.

Ramiro, por su parte, en el mismo recinto, distanciado en deseos y en metros de su mujer, atendiendo a su futbol y sus distracciones sexuales, esos programas que llegadas las tantas de la madrugada, emiten por televisión, los cuales se graba en su memoria drive, para pasárselos a su ordenador portátil y poder disfrutarlos en la soledad de los mirones desgraciados y;  el acceso a nuevas fórmulas practicadas recientemente, a las que le lleva a conocer a nuevas amistades. 

Frangí, excitada, por el tedio y la poca flexibilidad de las tardes de los domingos, tomó su celular y leyó, el mensaje que tenía pendiente. Un hombre de la misma ciudad, atento le ponía las cosas en franquicia, para entablar una relación a la medida que a ella le interesase. Con todo lujo de detalles, direcciones de mail, y formas para que pudieren encontrarse. Lo que ella, aprovechando aquel momento de turbación y que su amado esposo estaba, en lo suyo, aprovechó, para contestar a ese aviso, tan sugerente, desde el mensajero de su teléfono.

 

Longoria dice
 
¿Estás ahí? 

Dejando el aviso en standby, y creyendo que no iba a recibir respuesta rápida, siguió con el cocinado de las cangrejas al punto de New York.

No se hizo esperar la alerta de Frangí, cuando al momento, parpadeó el tono de su aparato.

 

Fátimo

Longoria, es nombre o apellido. Me suena a

 no ser tu nombre real

Longoria dice

¿Te conozco? Me suenas, ese nombre lo has

usado alguna otra vez, ¿Cuál es tu nombre?

Fátimo

De momento lo dejamos en Fátimo,

o es que Longoria, viene por ser una artista conocida.

Longoria dice

¿Estás solo?

Fátimo

Por ahí andan el resto de la familia

Longoria dice

Y ese resto, es de serie, o es para la fantasía

Fátimo

Cuéntame cosas de ti, estoy deseando saber

como eres, y que prefieres, para poder ayudarte

Longoria dice

Eres tímido, o lo quieres parecer.

Fíjate, que el nombre de Fátimo, lo he

escuchado a alguien y no se ahora mismo a quien

Fátimo

Como no se lo hayas escuchado a mí

“Mujer”  no sé yo.

Longoria dice

Porque, se lo habría de haber oído a ella,

ni la conozco, ni me apetece nada.

Fátimo

Porque su jefe y el que la seduce,

le paga sus vicios, así se llama.

Longoria dice

Háblame de ella, es ¿cariñosa?

Fátimo

Seguro que menos que tú

Longoria dice

¿Estás con ella ahora?

Fátimo

Ya te digo, está en su curso de cocina

luego se pone a freír un huevo y ni te cuento

Longoria dice

Ya me acuerdo, de donde viene el

nombre de Fátimo, espera un segundo.

Fátimo

No me dejes solo, que después no

vuelves, antes dame tus señas

Longoria dice

Espera cariño, que enseguida

te voy a señalar para siempre.

 

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