sábado, 12 de enero de 2013

Balada descalza


Era una época que todo, parecía tener encanto, aquellos reclutas habían llegado desde el campamento, tras unos meses de intensa instrucción, a sus cuarteles respectivos como destino final, para acabar pasado el tiempo, sus días de ejército. Aquel grupo fue consignado a un acuartelamiento excelente, por lo menos, el que mejor  fama ostentaba, ya bien sea por los permisos, por entretenidas mañanas, trabajando en el oficio propio, en labores conocidas. Cada cual en su actividad, carpinteros, conductores, oficinistas, albañiles. Posiblemente el silencio, igual era más llevadero.

Las distribuciones de las funciones y de los cobijos, ya estaban hechas, quedaba mudar los pocos trastos que cada uno llevaba, conseguir la litera asignada, la taquilla para guardar la ropa y ponerte a disfrutar cuando tuvieras oportunidad. Atendiendo a tus refuerzos y guardias, ocupaciones que se reflejaban en listas colocadas al pie del tablero de anuncios, en la compañía y que el cuartelero de turno vigilaba.

Aquella mañana, era de asueto y los veteranos, pululaban por allí, intentando hacer una gamberrada, de aquellas pesadas novatadas, que tenían que sufrir los recién llegados, denominados “bultos”.

Ellos;  los que llevaban más “mili” que el palo de la bandera y qué apunto estaban para licenciarse, los mal llamados “abuelos”, solían disfrutar, con las mismas vejaciones, con las que ellos tuvieron que soportar, al iniciarse en ese cuartel de voluntarios. Normalmente en el mejor de los casos, el que menos llevaba: once meses de servicio castrense.

La 18 compañía, estaba formada en ropa de gimnasia. En el pabellón dormitorio, para atender a su cabo furriel  Andrés Quilez, que daba las normas de estancia, de decoro, paseo, modo de realizar la limpieza en común, fregado de suelos y limpieza de cristales y cien mil cosas más, a las que estaban obligados por norma. Los compañeros de Andrés, tenían su permiso y muchas ganas de disfrutar de los chavalillos, que aún bisoños, no sabían casi, quien era cada cual, porque justo, conocían los galones más vistos en el campamento. Con lo que comenzó por parte de los más viejos, de los suboficiales reenganchados y de la quinta del Furriel, una selección de los hombres nuevos, recién llegados, para burlarse, para mofarse y para reírse. Unos, por delgados, otros por feos, gordos, bajitos, pelirrojos, cobardes, furiosos, guaperas, en fin había para todos los gustos y modalidades.

La broma que se había planeado para aquel día, era la de cantar dentro de la jaula, y consistía en: desnudar a un recluta meterlo como se pudiera dentro de una taquilla del vestuario y esperar a que cantara. Hacer pasar a todos los quintos de todas las compañías por allí y obligarles a solicitar una canción por un módico precio. Mínimo un duro, cinco pesetas y la recaudación recogida, pues servía para que los más descarados y sin escrúpulos, los capos dominadores se lo gastaran allí donde ellos quisieran. Si el afectado lo hacía de buen grado, les daba cancha y juego pues fenomenal, las risas llegaban al cielo, si no lo hacía porque no le daba la real gana, por timideces extremas, por principios religiosos, lo rociaban de insecticida hasta que le sacaban la última papilla, y una vez desahuciado, lo extraían de su jaula, lo bañaban con fuel y apáñatelas como puedas. Buscaban otro pelusilla y a seguir la fiesta.

Entre toda la plana mayor de veteranos, habían elegido a un tal  Pepe Jardín, más conocido por Larry, apodo personal e inequívoco, que le habían regalado, como lo hacían con los bultos de todas las promociones recién llegadas. Elegido por cumplir con todos los requisitos, bajito, no demasiado grueso, con ello aseguraban poder colocarlo dentro del receptáculo, apretujándole hasta magullarle. Atento, educado y servicial. Venido de provincias y con las ideas muy claras, detalle que quizás los promotores jamás pensaron. Estos bromistas buscaban el asueto, la chanza y el ridículo para los actuantes. Era una forma de revancha, quizás lo que ellos sufrieron, lo nefasto que tragaron a disgusto, que en vez de aniquilarlo patrocinaban con esmero y con maldad.

Una vez que el candidato, fue aclamado por la junta de la tropa, la más insufrible y menos competente, se pasó a la acción y fueron a buscar por las buenas a Larry, para colocarlo a modo de cantor de discos dentro de su garita donde guardaba la ropa y las botas. A la fuerza lo incrustaron, sin embargo, Larry, entendiendo que no podía oponerse a la situación creada por unos salvajes y que nadie le echaría un capote en su defensa, no puso demasiadas trabas. A pesar de ver como se tejían las injusticias, sin agradarle lo que le estaban haciendo.

Ya llevaba diez minutos, sometido a la presión de las escuetas paredes metálicas de la taquilla y había comenzado a situarse más o menos, dentro de aquel perímetro tan sumamente angosto, desnudo, desvalido y encima con el agravante de cantar cuando la moneda o el billete entrara por la rendija de aquel habitáculo a modo de tocadiscos con selección.

Larry, la verdad. Cantaba muy bien, y a medida que iban pasando los bobos por delante de aquel improvisado giradiscos, riéndose a carcajada abierta, echando la moneda por el orificio, que caía en una cajita que le pendía del cuello, a modo de collar africano. Recibían la canción, algunos se aventuraban a pedirle titulo y éste súper Larry, la cantaba de mil amores, tanto que los hubo que repitieron en la tanda para escuchar de nuevo la balada. Pepe Jardín, estaba perdiendo la vergüenza a tales trastornos y estaba sin saberlo haciendo un recital dentro de aquella lata de sardinas que es lo que era su rampa de lanzamiento, su tarima de escenario. Solicitaran la canción que fuera, él la sabía y a pesar de estar desnudo dentro de aquel bote de conservas, impávido conservaba el espíritu y la gracia para dejar a la altura del asfalto a toda aquella panda de descabellados truhanes, que le habían gastado toda aquella broma de mal gusto. En verdad, estaba disfrutando, jamás pudo gozar de tanto público, nunca hubiese imaginado perder la vergüenza de los escenarios de la forma en que ocurrió, allí se acabaron todas las medias tintas de lo que es el hacer el ridículo, estaba pasando una experiencia que lo mismo aprovechó para hacerse más persona y más virtuoso. En contra de esperar un desasosiego, unos lloros por estar allí sometido, no había queja alguna y eso para los hacedores de aquella treta, no era demasiado perfecto. Las dos compañías por completo, se enteraron del fonógrafo de Larry y su música flamenca.

Larry no podía ver la cara de los clientes, ya que estaba subordinado a la presión de su traje de metal, y las rendijas no permitían ver más que luces y sombras; pero si escuchaba el nombre de la canción y notaba cuando la moneda penetraba en la bombonera de pandora. De buenas a primeras en aquel pabellón el cuartelero gritó con una voz rota, no acostumbrada por lo elevado de la entonación, extra fuerte, para que todos los allí presentes, que reían y disfrutaban se enteraran de quien se persobana en aquel instante.

¡Compañía el Coronel!  Entrando en las dependencias, acompañado por el Comandante del cuartel y dos capitanes del cuerpo de Zapadores, junto a dos ordenanzas de Subayudantía.

Nadie se pudo escamotear, excepto del furriel, y los componentes de la oficina, que estaban al fondo de la nave, los demás quedaron atrapados por la visita, cuadrados, y firmes como mandan las exigentes normas militares. Veteranos repelentes, tropa de las dos compañías, graciosos especialistas en vejaciones,  quedaron sin sonrisa en su semblante. Compañeros de pelotón de Larry, los que escribían a sus novias fuera del escándalo montado que también los había, todos callaron excepto el cantor de la taquilla gris, que ultimaba el estribillo del bolero, “Como la hiedra”

_ ¡Que es lo que está pasando aquí!  __Gritó el Coronel, mirando al cuartelero, que cuadrado como un armario de seis cuerpos, no sabía que decirle. Mientras se escuchaba al fondo la voz de Larry, que cantaba el estribillo del precioso bolero.

_ A sus órdenes, mi Coronel, soy el Cabo Cuartel, de la compañía 18, para informarle, que estábamos gastando una broma a uno de los reclutas recién llegados del Campamento CIR nº IV __ Sin bajar la mano de saludo mantenía el tipo el cabo y el cuartelero, ambos, serios como unos platos de arroz, mientras el oficial se miraba con cara de pocos amigos a todos cuantos participaban en el festejo. Al unísono, Larry, seguía, entonando el tranquillo del bolero, con sus cadencias sus tempos y sus entonaciones. Él únicamente, sabía que había entrado una moneda en la cajuela y debía cantar, ajeno a todo lo que sucedía en la entrada de la gran nave.

Ahora mismo, quiero el nombre de todos los que habéis participado, porque este fin de semana próximo, no vais a ver el sol, os lo prometo que os vais acordar de vuestra mala suerte. El cabo explicó con todo lujo de detalles los pormenores al Coronel, y mientras uno de los capitanes, formaba la compañía en posición de firmes. Todos los que disfrutaron del festejo, los que nada tenían que ver con el evento, los que dormían en sus literas, los que usaban las instalaciones de la entidad, incluidos el cabo furriel y el cabo primero de la guardia, para que los ayudantes tomasen nota para el arresto inminente.

Se acercó el Coronel, y todos los oficiales que le seguían, precedidos por los responsables de aquella exhibición y al llegar a las taquillas, aún se escuchaba a Larry, finalizar la última de las canciones que tenía pendientes de interpretar. Cuando se apostaron frente a la taquilla 73, que era la que contenía al “Cantarín Larry”  el oficial, mandó al responsable de la compañía el cabo primero Encinas, que pusiera una moneda. Entonces Larry, ya escuchaba lo que se hablaba por la cercanía y notó el taconazo y las palabras que pronunció el primero, cuando se cuadraba para ejecutar la última disposición recibida_. A sus órdenes mi Coronel_, el estruendo del taconazo retumbó en el vestuario y la moneda salida del bolsillo del cabo primero entró por la rendija de la jaula. Larry, pensó que se trataba de otra broma, que el coronel, no podía estar tras la puertecilla de hierro y menos colocando una moneda para el pajarito cantor. El cabo medio muerto de miedo por el castigo que le iba a caer, titubeante preguntó al coronel, que canción quería que interpretara Larry_. ¡Mi coronel, que canción quiere que cante Pepe Jardín!  Más conocido por Larry.

_ ¡Que cante: Vino Amargo!

Larry, muy lejos de creer que la voz escuchada era la auténtica del Coronel del Acuartelamiento, Don Matías de la Vara y Rendueles y,  siguiendo la broma, quiso apostillar con una dedicatoria_. Pepe Jardín, no se puede cuadrar en este instante porque está preso en una lata de conserva, pero le juro al Coronel, que he de cantarle una canción en condiciones, si cuando me sacan de este encierro, vuelvo a poder ponerme en pie y me puedo vestir con mis propias manos.

Comenzó a cantar, la difícil trova del cantaor flamenco Rafael Farina, la que bordó de pleno y emocionó a los escuchantes apostados frente a aquella celda. Con un sentimiento y un saber cantar extraordinario, aupando la emoción de los que la estaban escuchando, que a pesar de las difíciles condiciones de interpretación fue una verdadera copla, vocalizada con pasión y ardor.
_ ¡Saquen inmediatamente de este taquilla a este soldado! __Voceó el Coronel, mirando a sus colegas de rango inferior, que no daban crédito a lo que estaban presenciando, a la vez que disfrutaban de aquella vivencia.

Cuando abrieron la puerta, encontraron a un recluta desnudo, magullado con un cofre de latón atado a su cuello, medio arrecido de frío y unos duros de curso legal. Al comprender lo que había sucedido, valiente y en pelotas, se cuadró frente al pleno de los oficiales allí presentes, intentando mantener el equilibrio. Alguien le acercó un taparrabos para evitar que la vejación fuese mayúscula, sin embargo, Pepe Jardín, estaba satisfecho, porque había sabido estar en aquella faceta tan difícil que la casuística, le puso por delante, atreviéndose a luchar contra la vergüenza, el ridículo y el desamparo, que pudieron producirle consecuencias lamentables. Aquella tropelía le había incitado a que demostrara la calidad de persona que es Pepe. Cada moneda con la que creían aquellos irresponsables infringir un martirio, fue una interpretación de su arte escondido, presto para salir en cualquier escenario. En verdad estaba sufriendo una experiencia brutal, que a la postre le sirvió en su futuro más próximo.

Pepe Jardín, con otro nombre, ha sido conocido en el mundillo de la copla, actuando en compañías reconocidas en España, Francia, Iberoamérica y Japón.

 

 

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