Era una época que todo, parecía tener encanto, aquellos reclutas habían llegado desde
el campamento, tras unos meses de intensa instrucción, a sus cuarteles
respectivos como destino final, para acabar pasado el tiempo, sus días de
ejército. Aquel grupo fue consignado a un acuartelamiento excelente, por lo
menos, el que mejor fama ostentaba, ya
bien sea por los permisos, por entretenidas mañanas, trabajando en el oficio propio,
en labores conocidas. Cada cual en su actividad, carpinteros, conductores,
oficinistas, albañiles. Posiblemente el silencio, igual era más llevadero.
Las
distribuciones de las funciones y de los cobijos, ya estaban hechas, quedaba
mudar los pocos trastos que cada uno llevaba, conseguir la litera asignada, la
taquilla para guardar la ropa y ponerte a disfrutar cuando tuvieras
oportunidad. Atendiendo a tus refuerzos y guardias, ocupaciones que se
reflejaban en listas colocadas al pie del tablero de anuncios, en la compañía y
que el cuartelero de turno vigilaba.
Aquella
mañana, era de asueto y los veteranos, pululaban por allí, intentando hacer una
gamberrada, de aquellas pesadas novatadas, que tenían que sufrir los recién
llegados, denominados “bultos”.
Ellos; los que llevaban más “mili” que el palo de la
bandera y qué apunto estaban para licenciarse, los mal llamados “abuelos”,
solían disfrutar, con las mismas vejaciones, con las que ellos tuvieron que
soportar, al iniciarse en ese cuartel de voluntarios. Normalmente en el mejor
de los casos, el que menos llevaba: once meses de servicio castrense.
La 18
compañía, estaba formada en ropa de gimnasia. En el pabellón dormitorio, para
atender a su cabo furriel Andrés Quilez,
que daba las normas de estancia, de decoro, paseo, modo de realizar la limpieza
en común, fregado de suelos y limpieza de cristales y cien mil cosas más, a las
que estaban obligados por norma. Los compañeros de Andrés, tenían su permiso y
muchas ganas de disfrutar de los chavalillos, que aún bisoños, no sabían casi,
quien era cada cual, porque justo, conocían los galones más vistos en el
campamento. Con lo que comenzó por parte de los más viejos, de los suboficiales
reenganchados y de la quinta del Furriel, una selección de los hombres nuevos,
recién llegados, para burlarse, para mofarse y para reírse. Unos, por delgados,
otros por feos, gordos, bajitos, pelirrojos, cobardes, furiosos, guaperas, en
fin había para todos los gustos y modalidades.
La broma
que se había planeado para aquel día, era la de cantar dentro de la jaula, y
consistía en: desnudar a un recluta meterlo como se pudiera dentro de una
taquilla del vestuario y esperar a que cantara. Hacer pasar a todos los quintos
de todas las compañías por allí y obligarles a solicitar una canción por un módico
precio. Mínimo un duro, cinco pesetas y la recaudación recogida, pues servía
para que los más descarados y sin escrúpulos, los capos dominadores se lo
gastaran allí donde ellos quisieran. Si el afectado lo hacía de buen grado, les
daba cancha y juego pues fenomenal, las risas llegaban al cielo, si no lo hacía
porque no le daba la real gana, por timideces extremas, por principios
religiosos, lo rociaban de insecticida hasta que le sacaban la última papilla,
y una vez desahuciado, lo extraían de su jaula, lo bañaban con fuel y
apáñatelas como puedas. Buscaban otro pelusilla y a seguir la fiesta.
Entre toda
la plana mayor de veteranos, habían elegido a un tal Pepe Jardín, más conocido por Larry, apodo personal
e inequívoco, que le habían regalado, como lo hacían con los bultos de todas las
promociones recién llegadas. Elegido por cumplir con todos los requisitos,
bajito, no demasiado grueso, con ello aseguraban poder colocarlo dentro del
receptáculo, apretujándole hasta magullarle. Atento, educado y servicial.
Venido de provincias y con las ideas muy claras, detalle que quizás los
promotores jamás pensaron. Estos bromistas buscaban el asueto, la chanza y el
ridículo para los actuantes. Era una forma de revancha, quizás lo que ellos
sufrieron, lo nefasto que tragaron a disgusto, que en vez de aniquilarlo
patrocinaban con esmero y con maldad.
Una vez
que el candidato, fue aclamado por la junta de la tropa, la más insufrible y
menos competente, se pasó a la acción y fueron a buscar por las buenas a Larry,
para colocarlo a modo de cantor de discos dentro de su garita donde guardaba la
ropa y las botas. A la fuerza lo incrustaron, sin embargo, Larry, entendiendo
que no podía oponerse a la situación creada por unos salvajes y que nadie le
echaría un capote en su defensa, no puso demasiadas trabas. A pesar de ver como
se tejían las injusticias, sin agradarle lo que le estaban haciendo.
Ya llevaba
diez minutos, sometido a la presión de las escuetas paredes metálicas de la
taquilla y había comenzado a situarse más o menos, dentro de aquel perímetro
tan sumamente angosto, desnudo, desvalido y encima con el agravante de cantar
cuando la moneda o el billete entrara por la rendija de aquel habitáculo a modo
de tocadiscos con selección.
Larry, la
verdad. Cantaba muy bien, y a medida que iban pasando los bobos por delante de
aquel improvisado giradiscos, riéndose a carcajada abierta, echando la moneda
por el orificio, que caía en una cajita que le pendía del cuello, a modo de
collar africano. Recibían la canción, algunos se aventuraban a pedirle titulo y
éste súper Larry, la cantaba de mil amores, tanto que los hubo que repitieron
en la tanda para escuchar de nuevo la balada. Pepe Jardín, estaba perdiendo la
vergüenza a tales trastornos y estaba sin saberlo haciendo un recital dentro de
aquella lata de sardinas que es lo que era su rampa de lanzamiento, su tarima
de escenario. Solicitaran la canción que fuera, él la sabía y a pesar de estar
desnudo dentro de aquel bote de conservas, impávido conservaba el espíritu y la
gracia para dejar a la altura del asfalto a toda aquella panda de descabellados
truhanes, que le habían gastado toda aquella broma de mal gusto. En verdad,
estaba disfrutando, jamás pudo gozar de tanto público, nunca hubiese imaginado
perder la vergüenza de los escenarios de la forma en que ocurrió, allí se
acabaron todas las medias tintas de lo que es el hacer el ridículo, estaba
pasando una experiencia que lo mismo aprovechó para hacerse más persona y más
virtuoso. En contra de esperar un desasosiego, unos lloros por estar allí
sometido, no había queja alguna y eso para los hacedores de aquella treta, no
era demasiado perfecto. Las dos compañías por completo, se enteraron del
fonógrafo de Larry y su música flamenca.
Larry no
podía ver la cara de los clientes, ya que estaba subordinado a la presión de su
traje de metal, y las rendijas no permitían ver más que luces y sombras; pero
si escuchaba el nombre de la canción y notaba cuando la moneda penetraba en la
bombonera de pandora. De buenas a primeras en aquel pabellón el cuartelero
gritó con una voz rota, no acostumbrada por lo elevado de la entonación, extra
fuerte, para que todos los allí presentes, que reían y disfrutaban se enteraran
de quien se persobana en aquel instante.
¡Compañía
el Coronel! Entrando en las
dependencias, acompañado por el Comandante del cuartel y dos capitanes del
cuerpo de Zapadores, junto a dos ordenanzas de Subayudantía.
Nadie se
pudo escamotear, excepto del furriel, y los componentes de la oficina, que
estaban al fondo de la nave, los demás quedaron atrapados por la visita,
cuadrados, y firmes como mandan las exigentes normas militares. Veteranos
repelentes, tropa de las dos compañías, graciosos especialistas en
vejaciones, quedaron sin sonrisa en su
semblante. Compañeros de pelotón de Larry, los que escribían a sus novias fuera
del escándalo montado que también los había, todos callaron excepto el cantor
de la taquilla gris, que ultimaba el estribillo del bolero, “Como la hiedra”
_ ¡Que es
lo que está pasando aquí! __Gritó el
Coronel, mirando al cuartelero, que cuadrado como un armario de seis cuerpos,
no sabía que decirle. Mientras se escuchaba al fondo la voz de Larry, que cantaba
el estribillo del precioso bolero.
_ A sus
órdenes, mi Coronel, soy el Cabo Cuartel, de la compañía 18, para informarle,
que estábamos gastando una broma a uno de los reclutas recién llegados del
Campamento CIR nº IV __ Sin bajar la mano de saludo mantenía el tipo el cabo y
el cuartelero, ambos, serios como unos platos de arroz, mientras el oficial se
miraba con cara de pocos amigos a todos cuantos participaban en el festejo. Al
unísono, Larry, seguía, entonando el tranquillo del bolero, con sus cadencias
sus tempos y sus entonaciones. Él únicamente, sabía que había entrado una
moneda en la cajuela y debía cantar, ajeno a todo lo que sucedía en la entrada
de la gran nave.
Ahora
mismo, quiero el nombre de todos los que habéis participado, porque este fin de
semana próximo, no vais a ver el sol, os lo prometo que os vais acordar de
vuestra mala suerte. El cabo explicó con todo lujo de detalles los pormenores
al Coronel, y mientras uno de los capitanes, formaba la compañía en posición de
firmes. Todos los que disfrutaron del festejo, los que nada tenían que ver con
el evento, los que dormían en sus literas, los que usaban las instalaciones de
la entidad, incluidos el cabo furriel y el cabo primero de la guardia, para que
los ayudantes tomasen nota para el arresto inminente.
Se acercó
el Coronel, y todos los oficiales que le seguían, precedidos por los
responsables de aquella exhibición y al llegar a las taquillas, aún se
escuchaba a Larry, finalizar la última de las canciones que tenía pendientes de
interpretar. Cuando se apostaron frente a la taquilla 73, que era la que
contenía al “Cantarín Larry” el oficial,
mandó al responsable de la compañía el cabo primero Encinas, que pusiera una
moneda. Entonces Larry, ya escuchaba lo que se hablaba por la cercanía y notó
el taconazo y las palabras que pronunció el primero, cuando se cuadraba para
ejecutar la última disposición recibida_. A sus órdenes mi Coronel_, el
estruendo del taconazo retumbó en el vestuario y la moneda salida del bolsillo
del cabo primero entró por la rendija de la jaula. Larry, pensó que se trataba
de otra broma, que el coronel, no podía estar tras la puertecilla de hierro y
menos colocando una moneda para el pajarito cantor. El cabo medio muerto de
miedo por el castigo que le iba a caer, titubeante preguntó al coronel, que
canción quería que interpretara Larry_. ¡Mi coronel, que canción quiere que
cante Pepe Jardín! Más conocido por
Larry.
_ ¡Que
cante: Vino Amargo!
Larry, muy
lejos de creer que la voz escuchada era la auténtica del Coronel del
Acuartelamiento, Don Matías de la Vara y Rendueles y, siguiendo la broma, quiso apostillar con una
dedicatoria_. Pepe Jardín, no se puede cuadrar en este instante porque está
preso en una lata de conserva, pero le juro al Coronel, que he de cantarle una
canción en condiciones, si cuando me sacan de este encierro, vuelvo a poder
ponerme en pie y me puedo vestir con mis propias manos.
Comenzó a
cantar, la difícil trova del cantaor flamenco Rafael Farina, la que bordó de
pleno y emocionó a los escuchantes apostados frente a aquella celda. Con un
sentimiento y un saber cantar extraordinario, aupando la emoción de los que la
estaban escuchando, que a pesar de las difíciles condiciones de interpretación
fue una verdadera copla, vocalizada con pasión y ardor.
_ ¡Saquen
inmediatamente de este taquilla a este soldado! __Voceó el Coronel, mirando a
sus colegas de rango inferior, que no daban crédito a lo que estaban
presenciando, a la vez que disfrutaban de aquella vivencia.
Cuando
abrieron la puerta, encontraron a un recluta desnudo, magullado con un cofre de
latón atado a su cuello, medio arrecido de frío y unos duros de curso legal. Al
comprender lo que había sucedido, valiente y en pelotas, se cuadró frente al
pleno de los oficiales allí presentes, intentando mantener el equilibrio.
Alguien le acercó un taparrabos para evitar que la vejación fuese mayúscula,
sin embargo, Pepe Jardín, estaba satisfecho, porque había sabido estar en
aquella faceta tan difícil que la casuística, le puso por delante, atreviéndose
a luchar contra la vergüenza, el ridículo y el desamparo, que pudieron
producirle consecuencias lamentables. Aquella tropelía le había incitado a que demostrara
la calidad de persona que es Pepe. Cada moneda con la que creían aquellos
irresponsables infringir un martirio, fue una interpretación de su arte
escondido, presto para salir en cualquier escenario. En verdad estaba sufriendo
una experiencia brutal, que a la postre le sirvió en su futuro más próximo.
Pepe
Jardín, con otro nombre, ha sido conocido en el mundillo de la copla, actuando
en compañías reconocidas en España, Francia, Iberoamérica y Japón.
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