viernes, 19 de octubre de 2012

Un francés: Noissette


El viaje comenzó de madrugada, muy temprano. La noche anterior al día del Pilar, el ya habitual 12 de octubre, Festividad de la Hispanidad, se pudo dormir muy poco, por aquello de no perder el viaje que tanto habíamos aguardado y ahora pasando un poco de análisis valió la pena.
Todo se inicia al arrancar el bus, con destino a la frontera, cargado de buenas gentes, todas ellas con esas ganas de pasarlo bien, de olvidarse de las dificultades del día a día y de disfrutar de esa región francesa de “Languedoc y Roussillón”, que nos esperaba con esa sonrisa hermética que suelen tener las ciudades del sureste galo.
La primera parada fue en la Junquera a desayunar, algunos ya lo habían hecho antes de salir de sus domicilios, _recordemos a los hipertensos, que se han de tomar su pastillita, recién levantados_, pero éstos, tampoco le hicieron ascos a un bocata de jamón o queso, con un café expreso, para no dejar que las despensas gástricas nos apretaran demasiado los estómagos, por quedarse desatinados y yermos.
El clima se aguantaba, las previsiones eran de un tiempo raro, con algún chubasco y alguna perturbación en la presencia del sol, sin embargo, se mantenía como si fuesen días cuasi primaverales y bondadosos.
Las personas notaban de alguna manera, que estaban próximas a su frontera, que en breves minutos dejaban de lado su terruño y se adentraban en una tierra similar y a la vez tan desconocida para muchos. Se iban consumiendo kilómetros en aquel autocar, perfectamente conducido por un chofer modélico, un experto conductor, que no dejaba de mirar hacia adelante, a pesar de los chismes, chistes y poesías que los de las primeras filas iban entonando.
Aparecimos por una ciudad gótica, la preciosa Minerva, pueblo medieval, angosto y cimero, con sus casitas en piedra, sus chimeneas al aire y sus calles estrechas y limpias, llenas de historia, de encanto y de inviernos duros y largos. Sus gentes debido la hora temprana, no habían comenzado a asomar en la plaza. El sol tímidamente lucía sin calentar demasiado, solo dejaba ver la luminosidad de lo precioso que mostraba aquel emporio. Establecimientos de artesanía para turistas, frutas y verduras expuestos reclamaban el embrujo de los visitantes, que algunos ¡Sí!  Compraban sin perder los estribos ni el norte.
La visita por Minerva, llegó a su fin, los guías reclamaban la presencia de los viajeros al pie del transporte, para proseguir camino y comer en alguna población predeterminada con sumo gusto, todo estaba medido y se pretendía llegar sobre las catorce horas a “Caunes de Minervois”, al restaurante La “Table du Terroir”, además de casa de comidas un establecimiento considerado por el tratamiento del mármol, por sus creaciones en miniatura permitidas como “souvenirs” y sus delicadas piezas expuestas al público para los caprichosos. Ellos, los empleados del mencionado bodegón nos esperaban con sus almorzadas tradicionales y exquisitas. Por ser país de los Cátaros esa franja, la comida tradicional no podía ser de otra guisa. Ahí es donde el personal tuvo diversidad de pareceres, a unos les agradó más que a los demás, sin embargo la comida era para degustar con calma y con apetito, regalándole al paladar ese bouquet, de “Cuisine Francaise”, que demuestra la calidad de su diversidad culinaria. Tras la comida, más ruta, ahora tocaba pasar por el  “Château de la Vernède” una heredad de vinos muy conocida en la zona del “Languedoc”, perteneciente a la población de “Nissan lez Ensérune” que justamente es dónde radicaba nuestro hotel para albergarnos en los días de estancia por tierras francesas.
 El coto de viñedos, estaba luciente, protegido y saneado, cuidado con ternura y mimo, no es de extrañar que los caldos, que produzca, sean de una calidad exquisita, para el paladar del buen catador de licores. Amablemente nos atendieron con esa flema tan franca, sin dejar de explicarnos el devenir del latifundio, después nos llevaron a las bodegas donde nos ofrecieron un vino y la posibilidad de obtener por mediación de la compra, de alguna de las botellas numeradas que permanecían inertes en los robustos estantes de madera de encina. 

El cansancio hacía mella en los cuerpos españoles, aquellos que habían madrugado tanto y que no dejaban de sorprenderse con tanta información y tanta ordenación turística.
Llegamos a la ciudad de Nissan lez Ensérune, hotel Logis, donde el reparto de “chambres” de habitaciones se hizo eterno y en algún caso variopinto. La verdad, que la Residencia, estaba limpísima y las habitaciones agraciadas cual historia novelesca, de caballeros y princesas. Techos altos y esplendidos, puertas artesonadas con marquetería, trabajadas por el más insigne de los ebanistas de Luis XIV, una delicia de residencia, en la que nos hallamos como en el propio vergel terrenal. La cena servida en el comedor y las mesas distribuidas, según llegaban los hambrientos comensales. Platos de diseño, con las típicas salsas, mantequillas, y flora gala, que ayudaban a mantener ese equilibrio con las grasas, nutrientes más que suficientes para modular el apetito. La noche cerrada nos encontró durmiendo a pierna suelta, en aquellas sábanas blancas, que nos llevaron por unas horas a reencontrarnos con el sueño más rejuvenecedor que nos puedan servir sin pedirlo.  
De nuevo despiertos, ¡Buenos días! …Nos de Dios, ¿qué tal han, dormido ustedes? No parece hayan sufrido de ese insomnio, del que tanto se quejan en sus casas, y el apetito es suficiente, como para confundir el desayuno, con el almuerzo del medio día, por darse tantos y lentos paseos por el “Self Service” del comedor, llenando sus bandejas hasta más no poder. Podemos pensar, viendo esas imágenes, ¿que el mundo se va a acabar?  Por la cantidad de viandas que algunos han llegado a masticar.
¡Qué alegría de mañana! ¡Como hemos desayunado! ¿Nos harán pasear tanto para poder llegar a la hora del almuerzo, con el mismo apetito que nos hemos despertado?
El claxon del autocar sonaba, arriba pasajeros, todos ocuparon sus asientos, se atascaron con el cinto de seguridad, y se dejaron caer con ese rictus de querer dormir a prisa, y acelerar sus vientres para hacer la digestión a tanta ingesta.
 
Llegamos a “la Grottes de la Clamouse” unas grutas naturales con unas condiciones preciosas hechas por estalactitas que bajan del techo y las estalagmitas que suben del suelo. Andamos sobre 900 metros y nos costó más de dos horas, allí dentro el tiempo y el espacio se pierde y te quedas atónito, escuchando al guía cuando habla de doscientos mil años, para que se formen según que concreciones. Obra de la naturaleza, donde aprecias que no somos nadie, ni nada, solo polvo y envidia.
 

Al salir de las grutas, nos dirigimos a la preciosa ciudad de “Sète”, pescadora y alegre, donde nos comimos la famosa bullabesa, deliciosa y algún que otro plato típico de una ciudad sin fronteras, que con tendencia italiana, también adorna platos exquisitos para el deleite del visitante. El tren de turistas que te pasea por todo el muelle y por lo más destacado de la ciudad, hace que pases ese tiempo escaso que tienes para la visita en una vivencia celestial. Ya cansados de caminar se retorna al hotel, donde la cena espera y el descanso vuelve a presidir la antesala de los deseos.
 
Aquella noche, fue la más apreciada, la que se le dio más tunda a las sábanas de la “Chambre pour le songe”, donde el sueño encontró más abono y se desquiciaron totalmente los descansos expeditos. Despertar de ángeles, con violas y tamborines,  ¡Todos al comedor! El desayuno espera y el “Café au Lait” se enfría, los “cruasanes”, la mantequilla se deshace entre los dientes al masticarla, ¡Placeres rápidos en desayuno vertiginoso! ¡Corre niña, que nos quitan el asiento!
 

Día de la despedida, que pena, como se ha escapado el tiempo, será posible, tanto esperar, para que ahora, finalice casi sin darnos cuenta. Aquel despertador sonó a las siete de la mañana, la ducha esperaba, y sin pensarlo, la gente entró bajo el chorro, para darse un baño con la alegría de haber despertado tan sumamente descansado, de nuevo en el restaurante del hotel, esperan las bandejas del desayuno, repetición del día anterior, nada les detiene, los huevos fritos, el jamón, las pastas, los zumos de frutas, “el decá”, _ Café descafeinado de Francia, flojo y suave como el suspiro de un camión_  “el cortado” llamado “Noisette” y al café solo y fuerte se le denomina exprés, pero de fuerte y concentrado; ¡Nada!. _Flojo,   …flojito, semejante al  ruido expelido por el ano de una “gachí” de ropa íntima_. Paseo repetitivo por el callejón del “Self Service”, para llenar una y otra vez la bandeja de alimentos, aunque cueste ya devorarlos por exceso de ganas.
 

Los amigos del viaje, de nuevo ascienden al transporte que hoy nos llevará a Beziers, ciudad bonita con mucha historia, denotada por las construcciones neocentistas, sus edificios del siglo XVIII y XVIX, llenos de historias_ ¡Ay si las piedras hablasen! Cuantas noticias y sucesos nos revelarían_. Frente al “Plateau des Poètes” comenzamos la singladura de la última jornada en el país francés, nos detenemos frente a la estatua de la Victoria, homenaje a todos los caídos por la Patria, en las cruentas guerras, principalmente en la Primera de las Mundiales, pasando sin dudar por la estatua de “Pierre Paul Riquet”, ingeniero constructor de las dársenas del Canal de Midí, obra monumental que unía a los ríos del sur de Francia, años 1667 y 1681, con el nombre de “Canal Royal” Proyecto dispuesto en el mandato del  Rey Luis XIV, construcción que tras cuatro siglos, aún está vigente y hace la navegación posible_ ahora turística_ Hasta la Revolución Francesa, el canal se prolonga a lo largo de 240 km. y, permitía su tránsito a esas embarcaciones con mercaderías por entre los pueblos interiores del país. Se prolonga hasta el Atlántico por el canal lateral, llegando al Garona tras recorrer 193 km. Recorrido efectivo gracias a las esclusas diseñadas por el mencionado Riquet.


 

Mucho dejo por mencionar de las vivencias habidas entre tantos amigos que durante ese espacio tan corto de tiempo, se llegó a disfrutar tantas y tantas alegrías. A pesar de todo, estoy seguro que al leer esta crónica, te despertará el interés por algo relativo o semejante a lo antedicho.

Gracias como siempre: Emilio

 

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