Se
sentaron en una mesa libre de la cafetería. Entre los dos tendrían más de siglo
y medio, ambos vestidos de cuasi etiqueta,
bien planchados, como diría la abuela de Dartagnan, traje gris, camisa
traslúcida de popelín y algodón, corbata seria a juego con el conjunto.
Aquellos cabellos escasos bien peinados, ¡más incluso! Súper radiantes por esa
brillantina, color afín a los excrementos gatunos.
En
cuanto les vieron entrar, se echaron prácticamente sobre ellos, señal destacada
de buenas propinas, o clientela fija._ Que en estos tiempos que corren y con lo que cae, si no extremas, no
comes_. El mesero, raudo y veloz atendió a los dos abuelos, comenzando un
diálogo previsto y recurrente, sustrayéndolos del contencioso que ellos traían.
_ ¿No
me felicitan hoy?_ Se dirigió el barman a los dos veteranos.
_ ¿Habéis
ganado ya?_ replicó uno de ellos, tomando asiento y haciendo aquellos gestos de
dolor al doblarse para colocar las posaderas en la silla.
_ Era
hora, ha sido el primer partido que ganamos, desde que comenzó la liga y además
en el tiempo de descuento_ dijo el asistente
_ No
te preocupes, que no bajareis a segunda_ daba respuesta forzada el tal Salcedo.
_ A
partir de ahora, subiendo en la tabla_ consumó el mozo
_ ¿Cómo
vais en la clasificación? _ Preguntó Andrés, sin mucho interés.
_ Los segundos por la cola_ finalizó el barman,
en tono agradecido sin dejar de mirar alrededor, para que no se le escapara
ningún detalle.
Con
auténtica devoción trataba el camarero a los dos banqueros, ambos prosiguieron
con sus chácharas, instalándose uno frente al otro, una vez les dejó tranquilos
el empleado. Reactivando su tema de conversación, que trataba de la economía,
tan traída y llevada por los mentideros del país.
_ ¿Qué
va a ser hoy? Sentenció el empleado, con
voz decidida y seguro de sí mismo. Mirando a los dos señores y dando
preferencia a Salcedo, que es el que tenía a su izquierda y por sus gestos,
temía más que al mismísimo miedo. El que primero habló, sin embargo fue, Don
Andrés, que más imperfecto reflejaba en su rostro, el padecer de sus pies,
debido a sus zapatos, que le llevaban por un sendero doloroso, por el
dolor indirecto de sus juanetes.
_ Yo
voy a tomar una tortilla de un huevo, y diez o doce patatas fritas. Fíjate en
el dato, diez o doce, ni una más. Lo entiendes verdad, no tendré que repetirlo
otra vez. ¡Estamos, pues eso!
_ Muy
bien Don Andrés, y para beber …¿quizás
una infusión?
_ No
nada de eso, un vaso de agua.
_ ¿Fría
o del tiempo?
_ Más
bien del tiempo, pero que no esté muy atemperada.
_ Para
mí_ Habló Salcedo, una tortilla, con tres o cuatro torradas, no muy hechas y
unas cuantas aceitunas negras. No más de cinco y de beber una infusión de té, o
manzanilla.
_ ¡Muy
bien señores! Hoy voy a tener el placer de hacerles yo mismo las tortillas, ya
que Antonio, no está y a mí, me encanta de vez en cuando bajar, como les diría
yo, a los talleres, a ver cómo trabajan mis empleados, de que forma se hacen
las cosas y en ocasiones hacerlas yo mismo. Por lo que hoy comerán una
tortillita de diseño hecha con mucho gusto y personalizada para ustedes.
_ El
grupo del Banco Popular, tiene un límite. Los intereses no nos convienen nada,
si los comparamos con los del Banco Alemán_. Le decía Andrés a Salcedo en voz
baja, para que nadie oyera, aquellas manifestaciones de usura.
_ No
desoigas a los entendidos, que de ellos bebemos, la bolsa va a dar un respingo
y nos va a coger en pelotas a más de uno. Ya sabemos que en este país, está a punto de
procederse el rescate por parte de Europa, pero aún y así podemos sacar ventaja
de cuantos líos tengan estos tontos. La prima de riesgo, está de nuevo cayendo_.
Acabó rematando Salcedo, antes de que se volviera a acercar el sirviente, con
alguna bravata melosa, para agradarles sin menoscabo.
_
Vamos a ver señores si esto se ajusta ¿a su petición?_. Dejándoles los platos
frente a ellos, para que comenzasen a degustarlos. Unas bandejas enormes blancas
quedaron en la mesa, que a proporción del contenido, hubiese bastado con un
platito más pequeño y circular.
Antonio
Muga, estaría orgulloso de las tortillas que les he preparado. Por cierto señor
Salcedo, como le vea el mencionado Antonio lo que está bebiendo. ¿Yo no quiero
decir nada? ¡Pero! _. Dejó caer el sirviente, con una sonrisa fingida en sus
labios.
_ Bebo
lo que me apetece._ respondió Salcedo, con pocas gracias
_ Pero
una copita de buen vino, algo que le vaya más al plato.
_ ¿He
de repetir, lo que se me antoja? _
Respondió agrio Salcedo, mirándole con desdén
En
aquel instante entró una señorita al establecimiento, solicitando le abrieran,
de una vez, rasgaran los impedimentos de la máquina para poder conseguir
tabaco, que estaba hacía tiempo intentándolo y no conseguía que se separaran
las patas surtidoras.
El
mismo mozo, que atendía a los señores, fue a ver que le pasaba a la máquina
expendedora de tabaco, y antes, la mujer le extendió las monedas de lo que
costaba la cajetilla.
_ ¿Imagínese
señora, si todos los clientes fuesen como usted?
_ ¿Qué
te pasa a ti, o es que eres un pelotudo desgraciado, ¿Cómo van a ser todos como
yo? ¿Me confundes con alguna hermana tuya?
_ No
se ofenda, me refería a que paga por adelantado_ dijo el camarero, ya sin poder
controlar sus palabras y mirando la reacción de todos los allí presentes.
_
Desatasca la máquina, desgraciado y no te metas en donde no te buscan, que no
tengo paciencia para aguantar a simpáticos forzados como tú.
El
empleado, sin más abrió aquella máquina y le entregó la cajetilla de tabaco que
había solicitado la dama, intentando salir del atolladero como pudo. Volviendo
a la mesa de los dos estadistas.
_ ¡Don
Andrés como va todo!
_
Comiendo una tortilla de diseño a distinto estilo.
Los
dos ancianos, se sentían tan adulados como cuando estaban en el interior de sus
despachos, por los propios empleados de la sucursal del banco del Santo Nombre,
que justo estaba frente al Roma, el restaurante que la entidad bancaria había
expropiado y donde estaban tomando aquellas tortillas especiales, hechas por
alguien que tan cortés les atendía y que no volvería ni a diseñar ni a servirlas,
puesto que sin saberlo aún, sería el primer despedido al finalizar su jornada, tras la decisión
ya tomada por aquellos magnates.
_ Si
necesitan alguna cosa más, _ adujo sin cortapisas y sin imaginar su futuro inmediato, aquel servil
y educado camarero, _ que sepan que solo tienen
que pedírmelo, que si no lo tengo lo buscaré. ¡Ustedes lo merecen todo!
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