martes, 25 de septiembre de 2012

¡Necesidad de vivir!


Era la primera vez que se acomodaba en aquella terraza de la nueva cafetería. El calor ya apretaba y la verdad le encantó al instante, encontrar un rincón tan apropiado para concentrarse y poder dejar abiertos todos los grifos de la imaginación, abandonar aquella especie de freno, que le impedía relajar su instante.

Apareció en semejante lugar dando un paseo aquella mañana de junio, con ganas de darse un “baño de gentes”. Verlas disfrutar y saborear aquellas prisas ajenas a él, que siempre imprimen en sus recorridos los ciudadanos ocupados. Percibir nuevos sobresaltos, escuchar el trino de los verderones, revueltos con el chirriar de la persiana del colmado, que se alzaba, dando vía libre a los clientes.

Estaba deseoso que la gente le conociera, le preguntase, le echaran una mirada por casual que fuese. Anotaba detalles en su breviario mental, impresiones, olores, tactos inesperados y sugestiones de deseo, o vilipendio.

Las mujeres_ pensaba_, en este tiempo, tan alegres, tan sensuales, mostrando sus poderíos físicos, dignos de verse desde el acomodo de la complacencia, aún y siendo con la rapidez del instante. Los chiquillos, jugueteando alrededor de sus yayas y matronas, mareando al más pintado. Los caballeros, más serenos, aunque también los hay presumidos y ya se les puede catalogar dentro del grupo de los “Simbol-Man”, por sus peinados empinados y por la cantidad de ellos que recurren a la cirugía estética. Eliminan las bolsas de grasa, pinceladas que ya comienzan a ser habituales, en el consumo de tanta cosmética y otras prácticas, antes impensables.

¡Bendita vida!_. Pensaba mientras agudizaba su sensación de gozo_. Estamos tan necesitados de gestos de cariño. Del afecto que tan hipotecado tenemos, que seríamos capaces de vender nuestra propia piel para ganar el estado de felicidad constante_. Explicando para sí mismo, cavilaba taciturno_. Reconozco que soy aspirante a disfrutar de la dicha perdurable. Ya no quiero vivir con la duda de lo que ha de llegar. Quiero evitar las emociones dolosas, aunque con seguridad, habrán de arribar. Por mí, no temo. Hago ensayos, para que llegada mi hora, no de complicaciones a nadie de los que me rodeen. Sin embargo, he de reconocer que me embriagan dudas, perceptibles. Padezco por el prójimo allegado, que es en definitiva el que soporta. Los que me ven enojado, irritado y en ocasiones fuera de mi sencillez, los que realmente conocen y padecen a “pies juntillas” mis fallas y lo que;  poseo de humano, aunque no sepa mostrarlo.

¿Por qué no me miran a los ojos? Cuando les hablo, ¿Qué es lo que les inquieta? No soportan la mirada directa. Leen en mi rostro lo que desprendo. ¡La necesidad de vivir!

Tratan de prestar, con lenguaje corporal sus escaseces, sus metas incumplidas, sus ascos y excesos. ¡También son humanos!  Por ello les comprendo. ¡Qué pena! Es una sensación de impotencia que sufren al no poder descorchar esa continencia.

_ ¡Oiga, amigo! ¡Tela contigo! No tengo el tiempo del mundo, esperando a ver qué es lo que va a tomar. Llevo tres minutos aguardando, mientras lo veo soñar en voz alta ¡Chungos sus nervios!  ¿No…?  ¡Como verá la terraza, está llena! ¡Tenga la bondad!

_ Perdona, ni me fijé, que estabas ahí, esperando. Lo siento, me había perdido en mis pasillos emocionales. ¡Trae un café con hielo!

_Pues, esos pasillos. ¡Despéjalos!  Los iluminas algo, ¿Podrás? porque lo que decías con los ojos cerrados, no lo comprende ni el mismo ¡Cristo! es propio de los…  ¡Te traigo el café y el hielo!



 

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