Solemne miedo el
del cuentista.
Se enfrenta cada día,
a la furia finita.
Al pliego en
blanco,
a la sonrisa aciaga,
si escasea la fantasía.
¡Nada!
Mirada perdida,
oídos traidores,
memoria turbada.
Quiere, ¡Que cosa!
tocar el cielo
con su prosa.
Sueña, despierto,
es bien cierto, que
es más fácil,
ser el dueño de tus
cuentos.
¿Hasta cuándo? Se
pregunta
en sus noches de
penumbra.
Mientras fabula. Derrumba.
Intento agradar,
le dijo a su espejo
mudo.
En mi no confíes.
Lo dudo.
A pesar de las angustias,
deseo razonar
contigo.
Abre la puerta, nazca
el sentido.
Si a todos
gustásemos,
sería imposible
darnos cuenta.
Que brote el criterio
y su renta.
Privilegio del
cielo, sentirte agradable,
descubrir, la
fuerza de un soneto.
Auténtico, sencillo,
concreto.
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