lunes, 26 de diciembre de 2011

El turno


Quimo, un intrépido caballero fue a pasar un reconocimiento médico para renovarse el permiso de conducción de vehículos a motor. Contingencia habitual, cada vez que caduca el plazo de validez y necesario para la actualización de la mencionada documentación. Una vez en la consulta del dispensario, tomó su turno y se sentó en el sofá azul de la sala de espera. Allí ya habían personas que le precedían y esperaban hacía bastante.

Una vez aposentado, observó que justo a su lado sentada estaba una señora de mediana edad, que leía una revista del corazón, concentrada y sin haberse percatado de la llegada de Quimo.

Sin mediar palabra y para atraer la  atención de la paciente, emitió la clásica carraspera fingida para ser notado. Como no hubo respuesta inmediata por parte de la señora y sintiéndose algo ofendido, volvió a repetir aquel sonido. Sin más preámbulo y viendo que no era advertido, se dirigió a ella, interrumpiendo su lectura.

_ Buenos días señora, ¿hace mucho que espera?
_  ¡Ah perdone abuelo, no me había dado cuenta!   … ¡Sí!  Llevo más de diez minutos y delante de mí aun aguardan turno, aquellos dos jóvenes y la mocita de la fila de atrás.
_ ¡Oiga, señora!  ¡De abuelo nada!  Soy maduro, o mejor aún ¡Sénior!  Pero me mantengo muy a tono con mi edad.
_ ¡Perdone, señor!  No ha sido mi intención molestarle, quizás al verle con esa gorrita de paño, con ese jersey de lana gruesa tan abrigado y con la bufanda y los guantes, pues creí que usted ya tenía nietos.
_ ¡Sí, guapísima señora!  Nietos tengo, pero ya son mayores y se valen solos. Por lo cual, creo que aún no soy un anciano impedido, a los que les ayudan para comer y vestirse.
_ ¡Claro, está usted muy pito! ¡Me doy perfecta cuenta!_. Le dijo aquella mujer, con muy poco agrado, tras las manifestaciones irracionales de Quimo y sin querer mezclarse con aquella pieza de museo, pues no tenía intención de hacer una incidencia ni discutir por una memez_. ¡Bien pues me alegro caballero!_,  y siguió leyendo su revista tan natural.
Quimo quedó desconcertado, ya que pretendía con aquellos brotes, el comienzo de una conversación. Justo cuando iba a replicarle a la señora; ocupaba la localidad de la izquierda un sacerdote que saludó a los más cercanos _. Ave María Purísima y buenos días a todos.
Nadie le retornó el saludo al sacerdote, que mirando fijamente a Quimo, con una sonrisa apaisada y un movimiento sacerdotal le preguntó:
 _ ¿Es usted el último del turno  abuelo?
_ ¡El último soy!  ¡Sí… padre cura!  Pero  ¡Quien le ha autorizado!  Y de donde se toma la libertad para llamarme  abuelo_, con gran irreverencia impugnó Quimo al cura y balbució_.    ¡Esto es la leche!
_ No se enfade, que Dios lo tiene todo presente y la ira es uno de los pecados capitales más acuciantes en el ser humano. No creo le haya faltado en ningún modo y si así lo cree usted, dispense no era mi intención.
_ Así de fácil ¿Verdad? Curita. La ofensa al prójimo entra dentro de esos siete capitales pecados que menciona. ¿Cuál de ellos es?  ¡O es que ustedes, pueden lanzar improperios a cualquiera!  ¿Creen en la posibilidad de ir fastidiando cada día un poco?

_ No se exceda y no sea pecador, que solo trataba de pedir el turno. Sin pretender generar todo este malentendido que no lleva más que a exacerbar su inclemencia y a molestar a todos los presentes_, adujo el capellán, mostrando en sus mejillas la turba de la desazón.
_ ¡Pues fíjese!  Esta mañana con lo temprano que es, ya me han llamado dos veces abuelo, poco antes de llegar usted, le decía a esta señora, que también me calificó del mismo modo_. Expresó con fiereza aquel hombre fuera de sus límites.
_  Mire caballero, no pretendí ofenderle, pero tampoco sea usted grosero, que no hay para tanto._ Replico la señora que dejó de leer por un segundo y participó en la charla por alusiones, saliendo de la palabrería en forma despreciativa con la fuerza que otorga la razón.
_ Tengamos el día en paz_. Apuntó aquel sacerdote, intentando desmontar aquel lío, volviendo a interrogar de una forma poco agraciada_. Y dígame señor  ¿Aún conduce usted?
_ ¡Pues claro! y muy bien por cierto, sin multas en todos los años que llevo coche y con unas aptitudes propias del mejor piloto de fórmula uno.
_ ¡Ah pues, que le felicito!  Porqué dicho así, no es nada fácil.
_ ¡Ya quisieran!   Muchos “Alonsos y Fitipaldis” conducir como lo hago yo.
_ Sin embargo, permita que se lo diga, señor_. Adujo el capellán intentando rebozarse de tacto_,  usted, tiene la vista bastante apurada ¿No? ¡Por Dios bendito! No se ofenda lleva una lentes muy graduadas, a pesar de la tintura de los cristales ¿No le dificulta para conducir?
_ Para nada, _ dijo más calmado el señor _, veo como un lince y lo que no veo lo imagino. Lo duda usted ¿porque he de pasar ahora, la prueba de la vista?  No padezca. Tengo una coartada, bastante buena y me ha servido en otras ocasiones._ Le apostilló riendo y mostrándole una moneda de céntimo de euros, que llevaba en su mano. Sin resolverle ese misterio que guardaba para sí.
_ La verdad_. Dijo el cura, en posición de auxilio, como si fuese a rezar y solicitara del cielo una máxima._ Debería haber un tope de edad para conducir automóviles, los cuerpos se van desgastando y llega el momento que aunque no lo percibamos, el organismo ya no está para trotes.
_ Padre cura, observo que se quiere quedar conmigo, y no se lo aconsejo para nada, de nuevo me está usted ¿llamando viejo?
_ Mire usted, amigo, no le llamo viejo,  ni mucho menos, pero si convendrá conmigo que usted es ya decano, quizás para llevar una responsabilidad tan grande al volante. No es por su usted, es por el daño que pueda ocasionar en la carretera _. Siguió argumentando el confesor _, yo mismo, en mis desplazamientos a las seis parroquias que llevo en mi circunscripción, en numerosas ocasiones, por el motivo que sea, me encuentro más cargado que de costumbre y la atención al volante no es la adecuada.
_ ¡Si está cargado es porque bebe! Además usted, parece ser un tipo desorientado. ¿Por qué actúa de ese modo? ¡Fíjese en su rostro pálido y ojeroso! Se encuentra bien o necesita una pastilla contra la deficiencia. ¿A quien pretende convencer? ¿Qué significan esos mensajes divinos y a quien los envía? Guárdese usted de sus tareas y cúmplalas como es menester, procure encarrilar a las ovejas errantes, perdidas y no sea cínico conmigo porque le puede salir bastante caro _. Espetó con fiereza el reprendido Quimo.
_ ¡Bien, le dejo!  No quisiera discutir. Estamos entrando en lodazales y contagiando la realidad. Además voy a leer un poquito la Biblia. ¡Si usted me lo permite!_ El capellán, dejó a Quimo con su suerte, viendo que se erizaba la conversación con una persona poco dada a la camaradería y a la reflexión. _ En esto estoy de acuerdo con usted, _ dijo Quimo disgustado, _ siga con su lectura y sus penas, ¡Muchas gracias y deje en paz a los que se cruzan en su camino!  
La señora que esperaba junto a ellos leyendo, ya había entrado a la consulta y quedaban en la sala de espera el cura, el señor Quimo y algunos pacientes más desperdigados por la inmensa antecámara que daba cobijo a los sufridos aquejados.
Quimo de nuevo jugueteaba con la moneda en su mano derecha, calderilla diminuta de curso legal, de un céntimo de euro, color cobre y muy chiquita, menudeándola a placer, con una gracia extraordinaria. Ya muy metido en sus pensamientos y fuera del alcance de toda preocupación.
 Al poco salió de nuevo la enfermera y nombró para visitarse a Quimo. Este se levantó y haciéndole un gesto chulesco de despedida al cura, se adentró en los gabinetes de los doctores, donde claramente se indicaban con carteles anunciadores y muy llamativos: Oftalmología.
La ayudante le hizo avanzar dejando el expediente del paciente sobre la mesa del doctor. Este con una sonrisa de oreja a oreja saludó al caballero, mientras se levantaba de su mesa para darle la bienvenida, sin poderle estrechar la mano ya que tan solo cruzar la puerta y dejando al médico con la mano extendida esperando se la estrechasen, se agachó debajo del sitial del médico, volviéndose a levantar con presteza y mostrándole al medico la moneda de un céntimo que llevaba en su mano.
_ ¡Si, dígame, señor! Me está ofreciendo un céntimo de euro._ dijo el médico haciendo una cara de guasa despampanante y manteniendo el brazo extendido para dar el saludo a su paciente.
_ No es que pague por adelantado ¡Claro que no! ¡A cada cual lo suyo! Al entrar he visto claramente, que estaba esta monedilla en sus pies, debajo de la mesa, ¡Eso quiere decir doctor que le sobra el dinero!_. Con gracia se explayó Quimo, ya apretando con fuerza la mano de aquel sorprendido y estupefacto doctor.
_ Menuda vista tiene usted,  prácticamente no hace falta le haga la revisión, con ese detalle teatral y expedito, casi queda todo claro, igual ni debía haber venido. Si no fuese por necesitar mi firma al pie de la autorización ¿Verdad Don Joaquín? _. Siguió mirándole fijamente el doctor a los ojos, tras haber revisado el expediente _, sin embargo le vamos a hacer las pruebas pertinentes muy a conciencia.

_ Doctor  ¡Es perder el tiempo! No le he demostrado que tengo vista de lince ¿Quién ve a lo lejos una moneda cobriza bajo sus pies a cinco metros y en penumbra?
_ Pues prácticamente nadie, ¡Ni siquiera usted! _. Siguió diciendo el médico._  ¡Imposible!  No ve que ese truco ya está demasiado pasado de moda y hace un año, ya intentó colármela por el mismo sitio.
_ Doctor me está ¿llamando embustero?_, replicó Quimo de forma desagradable y confuso prosiguió _. ¡Si lo sé, me callo la boca y me quedo con la moneda!
_ Mire Don Joaquín, no le acuso, ni le califico absolutamente de nada, simplemente usted ha querido repetir la parodia del año pasado y pues como que no cuela. Usted ahora pasará a revisión y veremos si está para poder conducir un año más. En cuanto a la moneda, no la tiene que regalar, puesto que es suya y puede guardarla por si la necesita para la parodia del año próximo.

_ ¡Señorita Magda! _ Citó el médico a su enfermera._ prepare usted a este abuelo tan simpático y dicharachero. Le vamos a someter a las prácticas optométricas imprescindibles, ayude a despojarse de la gorrita, del chaquetón para que se encuentre cómodo en la intervención.
La ayudante, se acercó a Quimo, y viendo que estaba casi petrificado, le preguntó: _ ¿Abuelo, se encuentra usted bien?
Tras dos segundos interminables, Quimo replicó:
_ ¡Sí  me encuentro bien!  ¡Muy bien gracias!


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