viernes, 15 de julio de 2011

El Meritorio


 
Ya retaba al nuevo afán, que le ponía al frente de un tiempo, que jamás sería un volver atrás.

Su aprendizaje había comenzado, debía cambiar de formas y conceptos para entrar en el mundo de los adultos; dejar los pantalones cortos y la bata gris rayada del colegio de curas. Tragar todo aquel miedo a lo desconocido, que a todos en algún momento de la vida sucede.

Corria el año 1967, en Barcelona, se vivia, con aquel frenesí, que iniciaba a ser natural, las familias comenzaban a despegarse de las miserias acarreadas de antaño, las horas extraordinarias eran habituales en la clase obrera, la compra del terrenito a la afueras, las vacaciones en Mallorca y del Seat 600, era ya un logro.
El deporte rey el de siempre. Futbol en el desayuno, en la comida y en la cena. El billete de metro costaba seis reales, casi lo mismo que el periódico de la Vanguardia, dos pesetas el diario más vendido en Cataluña, los trolebuses y tranvias aún funcionaban, el clasico 29 daba la vuelta por toda la ciudad. De ahí le viene el dicho popular: “Das más vueltas que el veintinueve”.
En las carteleras se anunciaba el estreno “ El Graduado ”, y “Adivina quien viene esta noche”, en mi cine de barrio por un módico precio podias entrar a una butaca de platea. Las sesiones eran contínuas y era un lugar reservado y discreto donde las parejas aprovechaban para estremecerse en penumbras, siempre en las filas traseras, o en el anfiteatro.


La televisión era ya, compañía habitual de las familias; compradas a cómodos plazos. Había recalado con furor y dejaba a la radiodifusión en segundo plano. Como revelando el cambio de tercio que a tardar poco llegaba. Otorgando caducidad, a aquellas frecuencias y emisoras radiales, como vehículo informativo del pasado. Motor de la represión del régimen militar, que sin duda aún se mantenía y el pueblo relacionaba a la radio con el pasado. La Frecuencia Modulada, daba entonces sus balbuceos sin demasiadas espectativas.

La nueva televisión; sería el desconocido recreo. Tan solo una emisora y controlada por los de costumbre. Sería con el tiempo ya no muy lejano, la herramienta que nos enseñó a ver a Europa por una ventana, la que nos informó de todos los sucesos internacionales y la que a más de uno hizo soñar en un color diferente al azul. Llegó en su momento como desenlace de la libertad ansiada, con los programas de concurso, con aquellos Festivales de la Cancion, las retransmisiones de los partidos de Copa de Europa y corridas de toros y con aquellas presentadoras del telediario, tan formales y tan estrechas.

El turismo se abría y comenzaban las avalanchas de los ingleses, alemanes, suecos. Ah… las suecas, esas rubitas desabrochadas que nos regalaban esas sonrisas tan hermosas, con esa simpatía arrolladora y con unas parábolas y redondeces que aún retienen las pupilas de aquellos ciudadanos privilegiados que dada las estrecheces habidas, veían esos cuerpos con más agrado que los de la Cruz Roja Internacional.
Los Beatles rugían en las listas de la música principal, dejando a un lado las clásicas del lugar, el rock and roll, con Elvis también se escuchaba en las salas de baile, las señoritas españolas cambiaban de gustos y se americanizaban a pasos agigantados.


El camino hacia el trabajo, era un calvario, aún no se había hecho la idea de ser el que ocuparía aquella plaza de administrativo, ya no habría patio del colegio, ni los amigos de siempre. Se acabaron los recados y las tareas domésticas, se agotaba el trato con la vecindad, no habrían comidas discutiendo con sus hermanos. Era un principio y un final, era un descubrir a marchas forzadas, del abandono de la niñez y la revelación de la juventud.
Cuando llegó aquella mañana, lo recibió una moza desaliñada y hombruna, aparentaba poca formación para lo que se estilaba en aquellos días, de Servicio Social, …de Frente de Juventudes y del recato brutal a que eran sometidas por sus padres y la Iglesia. Sus gestos displicentes hicieron mella en el ánimo de Arthur, que la observó detenidamente mientras la tenía al alcance de su vista.
Accedió a una sala de espera donde  uno de los sofás estaba ocupado por una mujer, que leía el periódico, que le impedía se le viera la cara, pero que si dejaba claro que era fémina, por divisársele claramente, desde las rodillas hasta los pies y parte de las manos que asían el diario.

_ Quien eres; ¿el empleado nuevo, … que esperábamos?.
_Si; buenos días me llamo…

No le dejó finalizar, ni dar el nombre, dándole la espalda buscando su expediente en uno de los muebles de aquel salón.
_ Tranquilo, las preguntas las hago yo, tu responde cuando sea necesario_ replicó aquella mujerona malcarada y varonil.

La mujer que sentada permanecía en el sofá de lona, sin apartarse el diario de la cara y sin hacer el mínimo gesto pronunció con voz alta y clara _ Bienvenido_ Al tiempo que volvía de nuevo la “sargento metralla” con un recurso en la mano.
_Espera aquí, no se puede fumar, ni comer hasta la hora que se te diga, ahora vienen y te atenderán; no te muevas ni te escapes.
_Muchas gracias; … ya las dio al aire, porque esa gratitud, no fue respondida por nadie. _ menudo recibimiento, como para mearse y no echar gota_ pensó aquel muchacho mientras se refugiaba en su interior tratando de encontrar alguna explicación para el proceder tan ineducado de las dos mujeres.

Quedó a la espera y por fín, apareció un señor que llegaba desde el final de los hangares. Sin prisa ninguna y mirándole fijamente desde la lejanía, como queriendo descifrar o apreciar su valía.
_ Hola, tú debes ser …._ quedó con la parla cortada, como esperando que el muchacho continuase y ahorrarse el esfuerzo de preguntar. Al tiempo que miraba alrededor y veía aún sentada tapandose con el periódico la cara, aquel reflejo de mujer

_Si; señor; …me llamo Arthur y estoy aquí, para comenzar hoy en esta empresa.
_ ¡Bienvenido Arthur! Ven conmigo, veo que tu acogida ha sido debidamente correspondida por la recepcionista. Te iré presentando a tus compañeros y te indicaré la mesa que ocuparás.

Llegaron dentro de una sala amplísima, dónde estaban distribuidas unas mesas de forma equidistante, bajo unas ventanas amplias de cristales ahumados y difusos, sin cortinas, que dejaban pasar toda la luz diurna, sin peligro que entrasen los rayos solares, ya que estaban orientadas al norte. Paredes y techos altos, forrados con placas de abedules para evitar el frío. Silencio aterrador, a pesar de haber más de veinte pupitres en filas de a dos, todos ocupados por mujeres y hombres, que no se despistaban ni un segundo al ver aparecer al jefe por el contorno.
Los compañeros, estaban esperando saludar al nuevo. Aquel hombre los fue presentando desde el comienzo de la sala hasta el final, desde sus propios pupitres, unos mas sonrientes, otros muy asustados y tristes, pero todos ellos, con su equipo de trabajo impoluto y de forma fingida daban la bienvenida, saludando y estrechando sus manos que en alguno de los casos, se palpaban manos flojas, humedas, traidoras, descuidadas y faltas de todo aquello que se aprecia, cuando alguien te estrecha la mano con valentía, honradez y sinceridad.

Al final del recorrido, llegaron a una mesa, que era la destinada a ser la que ocuparía mientras estuviera en aquel departamento. Una lámpara y una calculadora electrica, la máquina de escribir “Olivetty” paciente esperaba a la izquierda sobre el pedestal de su carro marca “involca”. La silla de madera, recia, sin apoya brazos, relucía por lo barnizada y por lo limpia.
Al cabo; le miró a los ojos y le dijo severamente, todo lo que no entiendas pregúntalo. La encargada, ya la conoces, en cuanto pueda te atenderá y te comenzará a dar trabajo. No admitimos retrasos en el trabajo, ni risas con los compañeros, ni permitimos fumar. No se puede comer en la oficina. Aquí se viene a trabajar.

_ Perdone, no conozco a la encargada.
_Sí; ¡Claro, que la conoces! ¿Quien te ha abierto la puerta? _ Con una media sonrisa y sin dejar de observarle, seguía en su alocución_ Me llamo Miguel; para ti: Don Miguel y soy; el responsable del departamento, espero te encuentres a gusto con nosotros.
Le dejó a su suerte, en pie junto al pupitre, a la espera de aquella persona que le había dado, aquella impresión tan especial. Cuando salió por la puerta, los empleados se desconcentraron algo y el relajo llegó a notarse en sus cuellos y espaldas, el murmullo ganó la estancia y el debilito en la tarea presidió el ambiente.

Al poco, uno de los compañeros, que tenía en la mesa del lado derecho, se acercó y le dijo _ Arthur, ¿Así te llamas? _ Sin esperar respuesta siguió_ mi nombre es Alterio ¿Conoces a la arpía malvada?
_¡No! Acabo de llegar, no conozco a nadie, ni se de que va este invento_ Respondió seguro de lo que estaba diciendo. Apoyando su cuerpo sobre su pierna izquierda sin tomar asiento en su lugar de trabajo_ ¡Que pasa! ¿Es una cárcel esta oficina? ¿Tan sometidos estais?
_ Muchas preguntas haces, tampoco es para tanto, pero; prepárate, que estos son unos cabrones y tratan de jodernos a la más mínima. _ Comenzó a querer presumir. No pudo alargarse en la conversación, porque ya venía la facultada y cuando la vió, vaciló y balbuceó, no entendiendose lo que decía y, asustado y a la carrera se colocó en su escritorio con carita de buen trabajador atendiendo sus obligaciones. A la par que la sala al completo, volvió a retomar aquella rigidez y concentración nada normal.
La mujer que se presentó frente a él, no era ni mucho menos la muchacha que había abierto la puerta, ésta, era alta, morena, con una educación de colegio de monjas, muy agradable de aspecto y con maneras de persona ingrata y concisa, dura, inapelable, agria y feminista.


_ Hola, me llamo Marisol; ya nos conocemos, pero no habíamos podido conversar.
La verdad, que estaba sorprendido. Ni idea de haberla visto antes, para nada, no la recordaba, ni por asomo. Sin dejarle pronunciar vocablo continuó diciendo. _Arthur, te llamas; ¿Verdad?.
El mozo, asentó con un gesto, mientras pensaba el lío que tenía montado en su cabeza. No descubriendo donde había conocido a la tal Marisol, que apoyada en el canto de la mesa, mostraba su delgadez manifiesta y su cuidado personal, que disentía de forma clara, con la que le había recibido en la entrada del edificio.
_ La jornada de trabajo es larga, interrumpida para comer en una hora; en tu caso sales a las cinco y media para ir a clases. Viajarás con los compañeros hasta la Escuela Industrial. De momento, acomódate, que en cuanto pueda te daré instrucciones de lo que has de hacer. ¿Tienes alguna pregunta ?

_ Si; señora. _ Ella interrumpió ipso facto al joven añadiendo_ ¡Señorita! Has de nombrarme por: Señorita Marisol_ Sin atabalarse y sin pestañear, siguió mirándola a los ojos, que perfilados por un rimel negro tostado, mostraba un aleteo de pestañas exactas a las de Marilyn Monroe.
_ Como le decía Señorita Marisol; estoy pensando en lo que usted me ha comentado, que nos conocíamos y la verdad, no alcanzo a reconocerla. Tengo buena retentiva y le aseguro, no se me hubiera olvidado su fisonomía por descuido.
_ Tú; ¿No has tomado el autobús el ..109, en la Plaza de España; poco antes de las 7 de la mañana, hacia nuestras oficinas?_ Comentó Marisol, observando a Arthur atentamente.

_ Sí señorita; ¡En efecto!

_ Pues; la que iba asentada frente a ti en ese bus, que por cierto, no has dejado de aguzar los sentidos mirando mis piernas y, más tarde la que estaba a la mira tras el diario y te ha dado la bienvenida. He sido yo misma. ¿Alcanzas a reconocerme ahora Arthur? ¿Esa presunción de retentiva funciona? ¿Tu descuido fue negligente con mi fisonomia? ¿Porqué crees que solo viste piernas en la sala de espera? ¿He de seguir haciendote preguntas? ¿Prefieres acomodarte como te he indicado?_ Se marchó del lugar con un gesto de guasa en el rostro, mostrando los perfilados dientes y definiendo la clase y calidad de persona a la que se enfrentaban todos los trabajadores de aquella firma.



0 comentarios:

Publicar un comentario