jueves, 30 de septiembre de 2010

Trayecto nocturno.

Aquel autobús recorría en su trayecto desde el centro de la gran capital, hasta la avenida principal de aquel pueblito, ciudad dormitorio que está en el extrarradio, dónde habitaban los obreros menos acomodados. Dieciséis kilómetros de distancia los hacía en unos cuarenta minutos entre que paraba, arrancaba, recogía pasaje y por las dificultades de los pavimentos que entonces estaban en vías de desarrollo.
Comenzaba su itinerario apiñando personal, de los talleres, de las oficinas, tiendas, comercios y fábricas, que habiendo terminado su jornada, añadían unas horas extraordinarias para que la retribución de la semana fuese algo más vistosa y que se engordara la cuantía, para dar cobertura al gasto de la casa.
Esperaban que apareciera aquel bus a la orilla de la calle, justo en aquella zona franca donde por aquellos entonces hacía de franja industrial. La parada de la esquina, que confluye con Gran Vía, la que más gente atraía. Repleto a rebosar, aún se detenía para cargar más pasajeros, hacinados como bestias volvían a sus casas tras catorce horas de estadía frente al torno revólver, el mostrador de cristal, la prensa neumática, o quizás el tablón plano de la obra. Apretujados, dando oídos a sus chismes, y oliendo a resudor fermentado, hacían el trayecto lo más despreocupados y felices por la asiduidad, la confianza y la magia.
Serían las doce y cuarto de la noche, oscuridad total, frío por ser ya noviembre y lluvia por encontrarse una borrasca sobre la zona que estaba dejando caer litros para poder llenar albercas sin parar, aquel convoy circulaba sin demasiada velocidad, los limpia de las lunas frontales chirriaban al arrastrarse por los cristales, sacudiendo la cantidad de lluvia que tropezaba contra ellas, como si a manotazos se las fuera sacando de encima, aquella iluminación amarillenta y escasa del habitáculo daba imágenes entre dos ambientes creando unas sombras largas que los rostros se hacían feos y con tonalidades propias de películas de suspense, el ensordecedor ruido de todos los que trataban de hacerse entender hacia que pareciese una instantánea de un lúgubre garito en movimiento.
El chófer también fumaba, participaba de una de las charlas con algunos pasajeros que le rodeaban en el cuadril del volante, prestando la mínima concentración a las labores de conducción, la puerta de la salida delantera abarrotada, por la acumulación de todos aquellos parlanchines que le daban cháchara al conductor, dando menosprecio a lo injusto del temporal
Asido a una de las barras del pasillo se colgaba Baldiri, leyendo uno de los periódicos deportivos, agarrado a una mochila de trapo que no soltaba, sin hacer caso a los ruidos, a las risas y a los olores que en aquel patíbulo móvil se terciaba. Era un muchacho soltero de veintitantos años, aceitunado, bajito y mellado de una de las palas dentales, debido a una caída que no ha mucho había tenido con una de esas bicicletas mal heridas que por aquellos tiempos habían en todas las casas. Trabajaba de sol a sol de especialista en una prensa de tonelaje medio de un taller metalúrgico que preparaba los asideros para las puertas de los coches que eran suministraban a las grandes multinacionales constructoras de vehículos.
En el otro extremo del autocar, junto a una de las puertas de acceso y mezclado con otros pasajeros que explicaban chistes verdes, dormitaba Narcís, venía de cumplir su turno de tarde extendido por aquella norma existente de: si no acabas no sales hasta que no esté completo. Su tarea consistía darle vida a una máquina, procurar que no muriera su traqueteo de impresión, cambiar las bobinas de papel cuando fuese necesario o sustituir el encadenado de la cinta entintada al dejar de ser legible la edición.
Chaval de alegría contrastada, sometido desde la infancia al capricho de sus mayores, mercancía de apoyo, para lo que fuere menester, de pronto uso en labores varías y en no pocas ocasiones tratado con la hebilla de la correa, si lo creían oportuno los encargados de su educación. Esperando poder revelarse sin crear demasiadas escisiones familiares, dieciocho años y cuatro de ellos empleado y aportando la mesada en su casa, con ganas de merendarse su propia insatisfacción y sin persignarse ante tanta indolencia. Lucía camisa de popelín, pantalón de gales y unos zapatos de la marca gorila, tacón de goma recauchutada y unas semi herraduras en las suelas de cada zapato para evitar que se desgastasen demasiado rápido, que por supuesto proporcionaban una musiquilla sonora en su caminar acompasada y no fácil de evitar por calles y ceras asfaltadas.
Aquel vehículo frenó en el apeadero de la farola, descendiendo de él, Baldiri por la puerta trasera tratando de abrir su gran paraguas negro con mango recio de madera y Narcís, se apeó del convoy por la portezuela habitual de salida, ya cubierto con un chubasquero de plástico endurecido color verdoso. El autobús tras dejar a unos cuantos pasajeros partió para acabar de hacer su recorrido, dejando aquel olor de goma calentada y fuel chamuscado.
Baldiri, ascendía la calle empapándose, inquieto y nervioso, notó de pronto que alguien le perseguía desde no demasiado lejos, que proporcionaba un ruido que denotaba en su andar y cada vez que se cambiaba de acera, el perseguidor hacía lo propio, sin ganarle en distancia y sin darle alcance manifiesto, si aceleraba el paso notaba que aquellos ruidos metálicos en el golpeo del calzado con la acera y ayudados por la lubricación del agua de los charcos crecían en rapidez y le dejaban casi sin aliento. Las calles eran del todo oscuras, en penumbras permanecían desde los tiempos, con iluminaciones escasas propias de lugares dados a los delincuentes, sin peatones, ni vecinos, poco frecuentadas por las ya altas horas de la noche.
El chin chan de aquellos zapatos se hacía en su imaginación más potente y peligroso, Baldiri estaba fuera de sí, le flaqueaban los esfínteres, aterrado no podía detenerse, ni refugiarse en parte alguna por lo que caía del cielo, aceleró y a la carrera pudo ganar distancia y entrar con rapidez en la portería de su vivienda quedando a oscuras justo tras la puerta de cristales y cercano al interruptor de luz comunitaria, sin prenderlo, esperando haber despistado al perseguidor. El corazón lo tenía agitado y compungido apretaba su zurrón con las cuatro cosas que llevaba dentro, apretaba su intestino grueso para evitar ensuciarse allí mismo, aguantando la respiración y mirando con terror al portal del edificio.
El chin chan, chin chan se volvió a escuchar, aquella puerta se abría y por aquel umbral accedía Narcís, ignorante de cualquier patraña o historia negra, sacudía con fuerza aquel impermeable que le había evitado calarse hasta los huesos, el ruido y las trazas aumentaron en forma superlativa, el pasillo estaba completamente a las foscas, y como rutina se acercaba brazo en alto, dedo índice extendido con energía para pulsar aquel interruptor que le daría visión para proseguir en el acto de buscar la llave de su casa, ascender por el patio de escaleras y llegar a su vivienda.
Justo en el momento del click de aquella mano con el pulsador de la iluminación, se escuchó un grito de pánico y de miedo.
_ ¡NNOOOOOO! Por favor, déjame, te lo daré todo, no me hagas daño…




La estancia se iluminó de pronto, haciendo realidad todo lo que allí se encarnaba. Narcís, tras darle al pulsador, quedó completamente convulsionado por no esperarse una aparición de alguien que le esperaba a oscuras para propinarle el pánico más tétrico de su existencia. Atemorizado por la teatralidad del instante, mojado por el menudeo del chubasquero verde, que perdía más agua que grifo con gomas caducadas. Nervioso por no comprender qué y cómo, azorado por la sorpresa y desconfiado por no saber.
En la otra pared habiendo salido rebotado por la creencia de que iba a ser golpeado estaba Baldiri, encorvado, sollozando agarrado a su mochila, gimoteando y completamente mojado, por aquel paraguas grande y negro que más parecía un gancho de degollar cerdos y porque se había meado encima. Por tantísimo miedo que estaba pasando, enfriado, temblándole el esqueleto y escuchándosele el repiqueteo de la dentadura en su vibrante ritmo.
_ ¡Joder tío, que coño hacías con la luz apagada! ¡Menudo pánico me has dado, cabrón!_ Balbuceaba Narcís al mocetón que aún agarraba la zurrona con una fuerza de molusco
_ Pensaba que me estabas siguiendo para robarme_ alegó Baldiri, sin poder mirarle a los ojos y sin serenidad.
_ ¡Robarte a ti, imbécil! ¿Crees que soy un jambo o un gánster? ¡Habrase visto el malaje este! El julepe que me ha dado, por su puñetero miedo _ charlaba Narcís, tratando de reponerse de la zozobra, del susto y de lo inaudito.
_ ¿tu vives aquí?_ le preguntó Baldiri una vez recuperó el soplo y desde el lado del pasillo sin dejar ir aquella fiambrera y tratando de esconder el espectáculo y la fetidez de sus calzones.
_ ¡Claro, que vivo aquí desgraciado! Como no voy a vivir aquí, en el cuarto tercera mamonazo. ¡Anda y que te den…! Menuda mierda llevas encima, ¡Estás borracho!

Narcís tomó las escaleras y en nada había ascendido los cuarenta y cuatro peldaños de la escalinata hasta la cuarta planta.

Aquella mañana lucía el sol, y el día aparentemente sería fantástico, Narcís, ya se preparaba para abordar su nueva jornada en su turno de tarde, mientras leía el periódico, esperaba la hora del almuerzo y partir; su madre llegada de la compra acongojada y con ganas de conocer que había ocurrido la última madrugada en el rellano comunitario con su hijo de protagonista.
_Hola Hijo, ¿qué te ocurrió anoche con el vecino del bajo primera?
_ El jindama ese… ¿Vive en el bajo? Menudo susto me dio el cabrón, casi me mata, pues no me esperaba a oscuras el muy imbécil justo al lado del interruptor, callado como una marmota y cuando pulso el botón de la luz se me pone a gritar, pensando que le iba a matar. Menudo chute me dio, no me quedé allí de milagro.



_ Es sobrino de la señora Plácida, hace tiempo que está con ellos, trabaja en la zona franca y anoche parece que le habían dado el sobre con la nómina y creyó que alguien con zapatones le seguía para atracarlo._ decía la madre, algo apenada.
_ Recuerdas, que te dije, que estos inventos sonoros en los zapatos traerían cola.
_ No hijo, eso se pone para que no gastéis tanto la media suela, lo que peor me sabe es que el muchacho está en la cama con vómitos, temblores y diarreas.

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