jueves, 2 de septiembre de 2010

Rutina; la usanza de un rito.




De vuelta a la ciudad



El verano remite, la fecha del calendario indica que los que más; ya estamos a pié de cañón para quemar la pólvora que traemos en las alforjas y sobrellevar nuestras circunstancias, atrás han quedado esos lugares que decidimos fueran los que nos acogerían en las vacaciones, pueblos que vacíos esperan de nuevo volvamos para relacionarnos con sus gentes, costumbres y festejos. Allá quedaron nuestras amistades, las de todos los años, los que nos ven llegar y partir con ese sentimiento de cariño y que nos esperan cada temporada. Cuantas risas y buenos momentos hemos pasado, sentados a la sombra de ese roble, castaño o de esa terraza, en la tasca, a la sombra nos hemos tomado el refresco acostumbrado. Las subidas calle arriba y calle abajo para ver ese mercadillo tan singular que colocan los sábados en la avenida principal, dónde podemos comprar desde un pollo asado, hasta unos calzoncillos largos color turquesa, una faja elástica para aguantar los excesos de la panza, o un par de kilos de melocotones de la zona para degustarlos en la mesa. Mientras, hemos saludado a María que por lo menos hacía que no la veíamos dos años, desde que se fugó con aquel saxofonista de la charanga de Can Xiringo. Nos ha contado una fábula sobre su afaire con el músico, pero hemos de intentar creer lo que nos dice, aunque la verdad en sus ojos, no muestra felicidad alguna. Silverio, dice que ya no vuelve a la ciudad, que se queda en el pueblín, que ...lo han jubilado y en la ciudad, no se le ha perdido nada. Quiere dedicarse a buscar caracoles con esa linternita que se ha comprado tan cuca, que se coloca en la frente y más parece un minero experto en hallazgos áureos. Detalle que no quiero pasar por alto es la atracción que nos llegó para Fiestas, unos mocetones que cantan y bailan flamenco con sonidos electrónicos, y que se menean en el escenario como si fuesen autómatas. Lo nunca visto en el lugar, escuchar cante "jondo" sin ser ni cante ni hondo. La puesta en escena es de lo más peculiar, los bailarines aflamencados nos entregan sus bailes semi vestidos, no llevan esas camisas de lunares rojos y blancos, ni esos zapatones con tacones de hierro para patear la tarima, van a pecho descubierto y con zapatillas de playa. Menos mal que se cubren con sombreros tradicionales y más o menos por ese detalle puedes seguir un poquito la actuación. De mujeres nada de nada, cuando hay una escena femenina, allá que van y se colocan un corsé, unas bragas y una peluca y se quedan más largos que anchos. Artistas son un rato y desde luego de esa manera, escenifican a placer lo que quieren sin menoscabo de personaje o vestuario. Se lo montan como en New York, con tres y una gamba, lo solucionan. Han arrancado la risa de todos, los aplausos han sido sonoros, y la clase de artistas la llevan en el emboque de sus personajes. Al final de sus actuaciones, nos han agradecido a todos la presencia y nos han despedido en la puerta uno a uno.

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